tropezaron, cayeron de bruces y dieron una vuelta de campana. A la luz de las antorchas, Hernando llego a vislumbrar el panico en los rostros de los soldados cuando todos los animales tropezaron entre si y se abalanzaron sobre hombres y chamizos. El, en el caballo libre, galopo fuera del Arenal dejando atras un cuerpo de guardia destrozado.

Salto a tierra igual que habia montado y corrio hacia las matas de la ribera. Los relinchos de los caballos y el griterio resonaban en la noche.

—?Rafaela? ?Amin?

Tardo unos interminables momentos en escuchar contestacion.

—Aqui.

En la mas absoluta oscuridad, reconocio la voz de su hijo mayor.

—?Y tu madre?

—Aqui —respondio Rafaela algo mas lejos.

Le dio un vuelco el corazon al oir su voz. ?Lo habian logrado!

69

Escaparon a Granada sabiendo que, en caso de que fueran detenidos, les aguardaba la muerte o la esclavitud. Los capitanes de las milicias cordobesas debian saber que habia sido el: era el dueno de los caballos y su nombre y los de sus hijos no aparecerian en los censos de embarque. A las Alpujarras, decidio. Alli habia pueblos enteros abandonados. Miguel, con su mula, no tuvo problemas para salir del Arenal y se encontro con ellos mas alla de las murallas de la ciudad; atras quedaban los dieciseis magnificos caballos. Pero ?que importaban ya?

Despues de un largo viaje desde Sevilla a las Alpujarras, evitando los caminos, escondiendose de las gentes, robando la poca comida de los campos en invierno o esperando ocultos fuera de los pueblos a que Miguel consiguiese alguna limosna, encontraron refugio cerca de Juviles, en Vinas, un lugar desierto desde la expulsion de sus vecinos despues de la rebelion.

El frio todavia era intenso y las cumbres de Sierra Nevada estaban cubiertas de nieve. Hernando las miro y luego poso los ojos en sus hijos; alli habia transcurrido su infancia. Prohibio encender fuego; solo lo harian por las noches. Se acomodaron en una vivienda desvencijada que Rafaela y los ninos pugnaron por limpiar, sin medios y con escaso exito. Hernando y Miguel los observaron: parecian pordioseros.

Los dos hombres salieron fuera de la casa, a una callejuela sinuosa limitada por casas derruidas. Rafaela los vio, ordeno a los ninos que continuaran y los siguio.

?Y ahora?, pregunto con la mirada nada mas acercarse a ellos. ?Iban a vivir alli? ?Escondidos toda la vida?

—Tengo que pedirte otro favor Miguel —se apresuro a decir Hernando sin volverse hacia el tullido, sosteniendo la mirada de su esposa y alargando una mano hacia ella.

—?Que es lo que quieres?

Hernando acompano a Miguel lo mas cerca que pudo de Granada y despues volvio a las Alpujarras con la mula; un mendigo no debia poseer un animal como aquel. El tullido cruzo la puerta del Rastro despues de pelearse con los guardias, que cedieron, vencidos por su incontinente verborrea y, desde alli, directamente, se encamino a la casa de los Tiros.

Durante los dias que Miguel estuvo fuera, Hernando

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