ayudaban a su madre recogiendo la aceituna ya madura caida, o la que caia como resultado del vareo. Su hijo mayor tenia ya quince anos y manejaba el largo palo con habilidad, pero si era Amin quien vareaba el arbol para que se desprendieran las aceitunas tardias, ?que le quedaba a el? No podia subirse al arbol con casi sesenta anos.
Volvio a alzar la vara para golpear las ramas del olivo. Rafaela lo vio y nego con la cabeza.
—?Terco! —grito.
Hernando sonrio para si tras dar un nuevo golpe. ?Lo era! Pero debian recoger la aceituna. Igual que a muchas otras familias de aquellas tierras, les esperaban decenas de arboles alineados en lo que se les presentaba como una extension interminable, y cuanto antes se llevase la aceituna a la almazara, mejor aceite se obtendria y mayores jornales ganarian ellos.
Al atardecer, agotados, se dirigieron a su hogar, un ruinoso y minusculo edificio de dos plantas, que junto a otros cinco igual de destartalados, componian la pequena alqueria alejada del pueblo de Campotejar.
Alli vivian desde que se habian trasladado, y trabajaban los campos por miseros jornales que les daban para alimentar a sus cinco hijos a duras penas. A menudo pasaban hambre, como todos los que se dedicaban a la tierra, pero estaban juntos, y eso les daba fuerzas.
Los domingos y fiestas de guardar acudian a misa en Campotejar, donde se mostraban mas piadosos que cualquiera de los vecinos. Desde 1610, el arzobispo de Castro, exacerbado defensor de los plomos del Sacromonte, habia dejado la sede granadina para ocupar la hispalense. Desde Sevilla, a costa de su enorme patrimonio personal, continuaba con su labor de traduccion de laminas y plomos y con la construccion de la colegiata sobre las cuevas, pero tambien se convirtio en el mayor impulsor del concepcionismo, haciendo de la pureza de la Virgen Maria la bandera de su episcopado. Las doctrinas acerca de la Inmaculada Concepcion se transmitieron por toda Espana llegando a los rincones mas reconditos y a las parroquias mas pequenas, como la de Campotejar. Hernando y Rafaela escuchaban las apasionadas homilias sobre Maria, la misma Maryam a la que el Profeta habia senalado como la mujer mas importante en los cielos y a la que el Coran y la Suna reconocian identicas virtudes que las que ahora se ensalzaban en las iglesias cristianas. Hernando y Rafaela, cada cual desde su propia fe, se unian alrededor de ella, el con respeto, ella con devocion.
A menudo, en aquellas ocasiones, se buscaban con la mirada, hombres y mujeres separados en el interior de la iglesia, y cuando lograban encontrarse se hablaban en silencio. La Virgen Maria se alzaba como el punto de union en sus respectivas creencias, tal y como sugerian aquellos plomos que tan pobres resultados habian dado. ?Como, si no fue por su intercesion —habia llegado a comentar ella en la intimidad de las noches—, podian haber escapado un morisco y una cristiana de Sevilla? ?Como, si no era gracias a la intercesion de Maria ante Dios, podia El permitir la felicidad de un matrimonio entre un seguidor del Profeta y una devota cristiana?
Porque en esos dias de asueto en el pueblo, cuando Hernando veia algun caballo, por rucio que pudiera ser, Rafaela se estremecia al comprobar que entornaba los parpados con nostalgia. Entonces la mujer se preguntaba si habria hecho bien en tomar la decision de huir con el, si no le habria condenado a una vida esteril y simple, alejada de sus estudios y proyectos, aburrida y miserable.
Sin embargo, indefectiblemente, en aquellos dias de fiesta obligada, su esposo le demostraba que no habia errado en su decision. Jugaba con los pequenos Musa y Salma, los abrazaba y los besaba con ternura. A escondidas, en el campo, trataba de ensenarles los numeros y la aritmetica y todo cuanto se podia sin papel o tablillas. Pero ellos