asolo el pueblo. Los soldados cristianos dormitaban junto a las hogueras y los cuatro moriscos empezaron a notar que los musculos se les entumecian. Sierra Nevada no les iba a dar tregua.

—Nos congelaremos.

Hernando oia castanetear los dientes de uno de sus companeros. El sintio dolor al mover los dedos con los que mantenia aferrado el alfanje; parecia que estuviesen pegados a la vaina.

—Tendremos que buscar un refugio hasta que amanezca... —empezo a decir otro, cuando un agudo chillido de mujer proveniente de la plaza le interrumpio.

A aquel grito le siguio otro, tambien de mujer, y luego un tercero.

—?Alto! ?Quien vive? —exclamo un soldado apostado junto a uno de los fuegos.

—?Hay moros armados entre las mujeres! —aseguraron desde otra de las hogueras.

Aquellas palabras fueron las ultimas que pudieron oirse con nitidez. Los moriscos se interrogaron entre ellos. ?Moros armados? Hernando se asomo por encima de los matorrales que le servian de abrigo. Los gritos de las mujeres y los ninos se confundian con las ordenes de los soldados. Decenas de ellos corrieron desde los fuegos en direccion a la plaza con sus espadas y alabardas preparadas, y se mezclaron con las sombras. Sono el primer disparo de arcabuz; Hernando pudo ver el chispazo, el centelleo y una gran nube de humo entre la negra muchedumbre que se adivinaba junto a la iglesia.

Mas disparos. Mas destellos entre las sombras. Mas gritos.

Hernando fue el primero en saltar y correr hacia la plaza, con el alfanje, desenvainado y en alto, agarrado con ambas manos. Los tres moriscos de Cadiar le siguieron. En la plaza, tras unos primeros momentos de indecision, las mujeres intentaban defenderse de unos soldados que golpeaban indiscriminadamente con espadas y alabardas.

—?Hay moros! —se escucho en la confusion del gentio.

—?Nos atacan! —gritaban los soldados cristianos desde todos los rincones de la plaza.

La oscuridad era absoluta.

—?Madre! —empezo a gritar a su vez Hernando.

Entre las tinieblas, los arcabuceros cristianos se disparaban entre ellos. Hernando tropezo con un cadaver y estuvo a punto de caer. A su derecha, muy cerca, relampagueo un disparo al tiempo que una gran cantidad de humo envolvia el lugar. Volteo el alfanje entre el denso humo y noto como el arma se hundia en la carne. Al instante oyo un grito de muerte.

—?Madre!

Continuo con el alfanje en alto. ?No veia! No veia nada. No podia reconocer a nadie en el caos. Una mujer le ataco.

—?Soy morisco! —le grito.

—?Santiago! —pudo oir al tiempo a su espalda.

Lanzada hacia su espalda, la alabarda cristiana le rozo el costado y se clavo en el estomago de la mujer. Hernando noto la ultima vaharada de calor de la morisca sobre su propio rostro, cuando esta se aferro a el, herida de muerte. Se libero del tragico abrazo, se volvio y descargo un golpe de alfanje. La espada choco con el metal de una celada y resbalo por ella hasta clavarse en el hombro del cristiano. Mientras, noto como la mujer

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