Se puso de pie y oi sus pesados pasos dar vueltas por la estancia; de vez en cuando me miraba y abria la boca como si fuera a decir algo, pero luego se arrepentia.
– No… voy… a morirme -articulo al fin, apuntando al techo con los dos indices-. ?Entiendes? No… pienso… palmarla.
– Claro que vas a morir -replique, rechazando su afirmacion con un ademan desdenoso-. Es evidente que te persiguen unos criminales. Solo es cuestion de tiempo.
– ?Y una mierda!
– ?Callate! -grite-. No soporto las palabras soeces y menos en mi casa. Recuerdalo la proxima vez que vengas a pedir dinero.
Tommy nego con la cabeza y se dirigio hacia la puerta.
– Mira -murmuro atropelladamente, ansioso porque nos separaramos como amigos; no sabia cuando me necesitaria de nuevo-. Agradezco tu preocupacion, de verdad. Quiza pueda devolverte el favor algun dia. Nos vemos la semana que viene, ?vale? Quedemos para comer. En algun restaurante tranquilo donde no haya gilipollas perforandome con la mirada y preguntandose si en realidad tengo cancer de testiculo. ?De acuerdo? Y perdona. Y gracias.
Me encogi de hombros y espere a que se marchara antes de dejarme caer en el sillon con un suspiro, esta vez aferrado a una copa de brandy bien colmada como premio de consolacion. Y en ese instante tuve una iluminacion. Con doscientos cincuenta y seis anos cumplidos, me he pasado la vida observando de brazos cruzados como morian nueve Thomas. Los he ayudado cuando me lo han pedido pero he aceptado su suerte como si estuviesen destinados a acabar de manera tragica, como si no estuviera en mi mano cambiar nada. Y asi he vivido durante todos esos anos, viendolos morir uno tras otro en la flor de la juventud. Y en su mayoria eran buenas personas, un poco problematicos, es verdad, pero merecedores de ayuda. Merecian que les echara una mano, merecian vivir. Ahora volvia a encontrarme con un Thomas a punto de cumplir su destino, y, como siempre, lo sobreviviria y esperaria el nacimiento del siguiente. Que seguiria el camino de sus antecesores: se meteria en lios, conoceria a una chica, la dejaria embarazada y luego se mataria. «Esto no puede seguir asi», pense.
La iluminacion consistia en lo siguiente: me propuse hacer lo que deberia haber hecho mucho tiempo atras: salvaria a uno de los Thomas. En concreto, a Tommy.
7
Dominique, Tomas y yo dejamos Dover un dia de septiembre al mediar la tarde; de la manana a la noche los colores de la ciudad permanecian en penumbra y en ocasiones el cielo no se despejaba ni un instante en todo el dia. Estaba casi recuperado de la paliza y ultimamente, desde que sentia que me habian arrebatado parte de mi dignidad, era aun mas audaz en mis aventuras, como si intuyese que la supervivencia iba a ser mi fuerte. Me escabulli de mi lecho de enfermo un lunes por la manana y hubo de pasar una semana antes de que estuvieramos preparados para marcharnos; teniendo en cuenta que apenas poseiamos nada que pudiera considerarse nuestro, no recuerdo ni entiendo la razon que nos llevo a demorar tanto nuestra partida. En cualquier caso, me vino bien, pues pude despedirme de mis amigos de la calle, muchachos sin futuro como yo, que robaban para comer o pasar el rato, crios sin hogar cuyos hurtos les proporcionaban el unico trabajo fijo que podian desempenar en esa ciudad, golfillos que me atravesaban con la mirada, incapaces de asimilar que alguien se marchara del unico mundo que conocian. Visite a tres de mis prostitutas favoritas durante otras tantas noches consecutivas y, a la hora de pagar y despedirme, me invadio una profunda tristeza, pues durante los ultimos anos habian constituido mi unico consuelo ante el deseo sin esperanzas que Dominique despertaba en mi. Mientras ellas nutrian mis anhelos adolescentes durante una hora de reloj y por unos pocos chelines, visualizaba la cabeza de mi amada sobre la almohada, pronunciaba su nombre, cerraba los ojos e imaginaba que estaba conmigo. A veces dudaba que aquella primera noche de amor hubiese existido; hasta llegue a pensar que se trataba de una alucinacion producida por mi enfermedad, pero al mirarla desechaba la idea, pues era evidente que la chispa de nuestra pasion persistia, y que en ella pareciera muy apagada no quitaba que se hubiera encendido con ardor en una ocasion.
A Tomas no parecia afectarle mucho nuestra marcha, con tal de que no nos separasemos de el. Tenia casi siete anos y era un chico listo y energico; le gustaba moverse a sus anchas por la ciudad y explorar las calles, si bien volvia para contarnos sus aventuras a Dominique y a mi, sus padres adoptivos. Al contrario que a ella, que no parecia preocuparse mucho, a mi no me gustaba que Tomas se pasara el dia deambulando por Dover. El encuentro con la violencia me habia hecho mas consciente de los peligros de la calle y temia por mi hermano, pues imaginaba que podia juntarse con los mismos tipos que yo. En cuanto a mi propia seguridad, habria puesto la mano en el fuego por ellos, pero tratandose de Tomas no estaba muy convencido.
– Tiene seis anos -dijo Dominique-. Hay ninos mas pequenos buscandose la vida para alimentar a sus familias. ?Que va a pasarle, Matthieu?
– Las calles son muy peligrosas -proteste-. Mira lo que me ocurrio a mi, y eso que tengo diez anos mas que el y se cuidarme solo. ?Quieres que le pase lo mismo…?
– Tu mismo te lo buscaste. Te arriesgabas demasiado; era solo cuestion de tiempo que te pillaran. Tomas no es asi, y no roba. Explora, eso es todo.
– ?Explora? ?El que? -pregunte, confuso ante sus argumentos-. ?Que crees que hay para explorar en las calles? Ahi no hay mas que polvo. Y debajo, en las cloacas, ratas. No va a descubrir mas que gente mala que le hara dano.
Dominique se encogio de hombros y siguio permitiendo que Tomas se ausentase durante horas. Aunque sus escapadas me preocupaban de verdad, siempre acababa acatando las decisiones de Dominique, a pesar de que en ese caso no era a su hermano a quien concernian, sino al mio. Mi obediencia quiza se debiese a que era mayor que yo, parecia conocer mas mundo y me tenia completamente esclavizado. El poder que ejercia sobre mi era absoluto, aunque tambien se mostraba dulce y maternal; y si controlaba todos los aspectos de mi vida era porque yo se lo permitia gustoso. A veces, cuando estabamos a solas, Dominique dejaba que me sentase a su lado junto al fuego y apoyara la cabeza en su hombro; poco a poco mi cara iba deslizandose hacia sus pechos, hasta que se enderezaba de pronto y anunciaba que era hora de acostarse… cada uno en su cama. Por muy improbable que fuese el que volvieramos a vivir otro encuentro apasionado, no pasaba una noche sin que dejara volar mi fantasia imaginandolo.
Decidimos viajar a Londres y probar fortuna alli. Nos esperaba una buena caminata -unos ciento veinte kilometros-, pero en esa epoca no era extrano recorrer grandes distancias a pie. Con el paso del tiempo hemos convertido en una proeza insuperable algo que antano no solo era posible sino habitual. Aunque estabamos a finales de ano, hacia buen tiempo y siempre encontrariamos donde acampar por la noche. Habiamos ahorrado un poco de dinero -o, mejor dicho, Dominique habia ido atesorando la calderilla y lo que ganaba trabajando en una lavanderia-, y si surgia una emergencia podriamos pagar una pequena habitacion en una posada o una granja por el camino. Ahora bien, gastariamos lo minimo en comida, pues yo pensaba seguir robando durante el viaje, y aun esperaba que quedara algo de dinero para empezar con buen pie en Londres.
Ese lunes, al abandonar nuestra pequena habitacion, senti una extrana melancolia. Pese a haber vivido en la misma casa en Paris durante quince anos, nunca me habia sentido muy apegado a ella, y desde el dia que la deje nunca volvi a pensar en ella ni a anorarla. En cambio ahora, despues de solo un ano, me entraron ganas de llorar al dirigir una mirada postrera a las dos pequenas camas, la mesa desvencijada, las sillas con las patas rotas junto a la chimenea, antes de cerrar la puerta de aquel cuchitril, nuestra casa. Me volvi hacia Dominique, para sonreirle por ultima vez en ese lugar, pero ella, tras inclinarse para sacudir el polvo del pantalon de Tomas, ya se estaba alejando y no volvio la vista atras. Me encogi de hombros y cerre la puerta, dejando la habitacion a oscuras y a la espera de sus proximos, miserables inquilinos.
Me preocupaban mis botas. Eran oscuras y estaban provistas de buenos cordones, pero eran de un numero