horas sentados en silencio mientras el iba de un lado a otro leyendo con diferentes voces y anadiendo las acotaciones sobre la marcha. No paraba de gesticular y su rostro expresaba sucesivamente orgullo, ira o hilaridad, segun la escena. Actuaba como si le fuera la vida en todas y cada una de las palabras escritas en aquellas cuartillas.
Soy incapaz de recordar el titulo de su obra, aunque no he olvidado la trama. Un rico aristocrata afincado en Paris a mediados del siglo XVII; su mujer enloquece y se suicida; el noble vuelve a casarse pero descubre que su nueva esposa lo engana con un terrateniente, de modo que la tortura hasta que tambien se vuelve loca y se suicida; entonces el se da cuenta de lo perdidamente enamorado que estaba de ella, enloquece y se suicida a su vez. Fin de la historia. Todo el rato era lo mismo: gente que enloquecia y se suicidaba. Al final, con el escenario cubierto de cadaveres, aparecia por la izquierda un personaje que no habia salido antes y recitaba un soneto que resumia el desenlace. Aunque el texto era espantoso, aplaudimos por educacion, y mi madre enumero todas las cosas que compraria cuando fueramos ricos, aunque tanto ella como yo sabiamos que las posibilidades de enriquecernos con la obra maestra de Philippe eran mas bien escasas.
Al dia siguiente, mi padrastro llevo las cuartillas al teatro y se las enseno al empresario. Este leyo con detenimiento y al acabar aconsejo al actor que siguiera con las suplencias y dejase la escritura a los profesionales. Philippe salio del despacho dando un portazo, no sin antes derribar al empresario de un punetazo que le rompio la nariz. Durante la semana siguiente se paseo con la obra bajo el brazo por varios teatros. Al final hubo de aceptar que nadie estaba dispuesto a representar su obra ni, dada su reaccion despues de cada rechazo, a proporcionarle trabajo nunca mas. En poco menos de una semana, habia perdido no solo toda ambicion de convertirse en escritor sino tambien cualquier posibilidad de pisar un escenario de nuevo. No creo que haya habido otro dramaturgo al que no permitieran volver a actuar por ser tan malo.
Tras esa decepcion se dio a la bebida y apenas salia de casa. Mi madre seguia lavando ropa y recibiendo la pension, pero su marido se bebia casi todo el dinero que entraba en casa. A medida que pasaban los meses se volvio mas y mas violento, hasta que una tarde le propino a mi madre tal paliza que ella se desplomo en el suelo y no volvio a levantarse. Cuando se hizo evidente que estaba muerta, Philippe se preparo un poco de pan con queso y se sento a la mesa de la cocina, como si hubiera olvidado que el cadaver de su mujer yacia a unos pasos de el. Corri en busca de ayuda. Sollozaba y estaba tan histerico que durante un rato no consegui que nadie me entendiera. Al final logre arrastrar a un gendarme a casa. En contra de lo que me esperaba, DuMarque no habia huido, sino que seguia sentado exactamente en la misma posicion en que lo habia dejado, con la mirada fija en la mesa, como muerto de aburrimiento. El gendarme dio la voz de alarma y detuvieron a Philippe. Tras el juicio, en que apenas mostro remordimientos, fue ajusticiado. Acto seguido, Tomas y yo nos marchamos a Inglaterra.
Aparte de esa habia otras historias de la misma epoca que nunca habia referido a mi amiga. Todas eran igual de deprimentes, y recordarlas me entristecia. No queria que Dominique pensara que le ocultaba mi pasado por algun motivo inconfesable; en realidad, jamas hablaba de mi infancia si podia evitarlo. No obstante, ese dia, mientras caminabamos, le conte aquella historia, que escucho en silencio. En cuanto termine, no hizo ningun comentario ni me explico nada de su vida. Al final no pude evitar preguntarle si habia vivido algo parecido. Fue como si oyera llover. Senalo una posada que se recortaba en el horizonte, a media hora de donde nos encontrabamos, y sugirio que nos detuvieramos alli a pernoctar y cenar algo barato. Anduvimos callados el resto del camino mientras mi mente iba del recuerdo de mis padres a los secretos que Dominique guardaba en su corazon.
El dia anterior apenas habiamos probado bocado, de modo que decidimos permitirnos una comida decente que nos animara y nos diera fuerzas para las proximas veinticuatro horas. La posada se erigia discretamente en un recodo del camino y no era del todo desagradable. Enseguida nos llego el bullicio de la musica y las risas de la gente que comia y bebia. Tuvimos suerte de encontrar sitio en una mesa junto al fuego. Me sente frente a Dominique y al lado de Tomas, delante del cual se hallaba un hombre de mediana edad acompanado de su mujer. Ambos iban bien vestidos y en sus platos se amontonaba tanta comida que parecian torres a punto de derrumbarse sobre el mantel. Hacian ruido al masticar, y cuando nos sentamos a la mesa solo se detuvieron un instante para dirigirnos una mirada suspicaz. Comimos en silencio, contentos de llenar el estomago al fin. Me sentia orgulloso de Tomas, pues, aunque habia protestado mucho por la larga caminata, nunca se quejaba de hambre.
– Quiza no deberiamos ir tan lejos -comento Dominique al fin, rompiendo el largo silencio-. Hay otros lugares aparte de Londres. Podriamos quedarnos en un pueblo pequeno o…
– Depende de lo que andemos buscando -la interrumpi-. Nos convendria encontrar trabajo en una gran casa, como criados o algo parecido.
– Con Tomas sera imposible. Nadie nos contratara si nos ven llegar con un nino de seis anos.
Tomas la miro con recelo, como si temiera que estuviese pensando en el modo de librarse de el.
– Solo digo -anadio Dominique- que seria mas facil encontrar trabajo en un pueblo o una ciudad grande.
– Yo de vosotros no pondria los pies en Londres -intervino sin que viniese a cuento el hombre sentado frente a Tomas-. Londres es un lugar muy duro para vivir. Durisimo, os lo aseguro.
Le dirigimos una mirada de incomprension.
– Podemos continuar por el mismo camino -prosegui al cabo de un momento, pero bajando la voz para mantener la privacidad-, y si llegamos a un lugar que nos guste, nos quedamos. No tenemos por que decidirlo ahora.
El hombre eructo ruidosamente y acto seguido solto una sonora ventosidad. El suspiro que dejo escapar a continuacion testifico el gran placer que le habian proporcionado ambas acciones.
– Amberton -lo amonesto su mujer, dandole unos golpecitos en la mano como de pasada, un gesto que tenia mas de instintivo que de ofendido-, ?que modales son esos?
– Es algo natural, hijo -dijo Amberton volviendose hacia mi-. Espero que no te moleste un poco de ruido intestinal.
Lo mire, dudando si la pregunta era retorica. Era un hombre de unos cuarenta y cinco anos, bastante obeso; llevaba el pelo cortado al rape y una barba de cuatro dias que centelleaba entre sus feas facciones como si de mugre se tratara. Al abrir la boca mostraba sus amarillentos dientes sin recato alguno. Mientras me miraba, se limpio la nariz con el dorso de la mano y a continuacion se quedo observandolo. Acto seguido me sonrio y me tendio la misma mano para que se la estrechara.
– Joseph Amberton -se presento en tono jovial, y al sonreir ofrecio una amplia vision de sus sucios dientes en una boca repugnante-, para servirte. Dime, hijo, no has contestado a mi pregunta: ?verdad que no te importa oir un poco de ruido intestinal?
– No, senor, en absoluto -respondi, temeroso de las represalias si no le gustaba mi respuesta; la mera idea de que esa mole de grasa se arrojase sobre mi me hacia temblar. Era una especie de hibrido entre hombre y ballena; desollado daria un buen aceite-. Me parece perfecto.
– En cuanto a ti, senorita -anadio dirigiendose a Dominique-, no te conviene ir a Londres, hazme caso. En esa ciudad ocurren cosas terribles. ?Si lo sabre yo!
– Debo darle la razon a mi Joseph. -La mujer nos miro. Era igual de corpulenta que su marido, pero tenia las mejillas sonrosadas y una sonrisa agradable-. Pasamos muchos anos en Londres. Alli fuimos novios, alli nos casamos, alli vivimos y trabajamos durante bastante tiempo, y fue alli donde sufrio el accidente, ?sabeis? Por eso nos marchamos.
– ?Ya lo creo! -exclamo Amberton antes de hincarle el diente a una costilla de cordero-. Esa fue la gota que colmo el vaso, vaya si lo fue. Gracias a Dios, mi mujer estuvo a mi lado a pesar de los pesares y no se largo con otro, algo que podria haber hecho perfectamente, pues, como podeis ver, sigue siendo una mujer muy atractiva.
Me dije que, fuera cual fuese la lesion que habia sufrido su marido, era improbable que aquella mujer encontrase a un hombre de un volumen parecido capaz de complacerla o satisfacerla. Aun asi sonrei en senal de aquiescencia y me encogi de hombros mirando de reojo a Dominique.
– Podriamos…
– ?Conoceis Cageley? -me interrumpio la senora Amberton, y al ver que yo negaba con la cabeza, anadio-: Nosotros vivimos alli. Es un pueblo con bastante actividad y hay trabajo de sobra. Si quereis podemos llevaros; esta misma tarde partimos para alli. Sera un placer, ?a que si, Joseph? Nos encanta la compania.
– ?A que distancia esta? -pregunto Dominique, que despues de nuestra experiencia del dia anterior recelaba