y cualquier tipo de lucha, cuanto mas sanguinaria mejor. Para alguien que tuviese una perversion de esa clase, el Paris de 1793 no era un lugar del todo desagradable.
La gigantesca, siniestra y maloliente prision de la Bastilla, donde los nuevos republicanos habian encerrado a los aristocratas, habia sido tomada en 1789 y desde entonces se habian sucedido continuos tumultos en las calles que obligaron a Luis XVI a abandonar Paris con su familia a finales de ese mismo ano. A principios de la decada, mientras la Asamblea Nacional presionaba al rey para que aceptase la Constitucion y promovia importantes reformas tendentes a mermar el poder absoluto de la monarquia, se mascaba el advenimiento del reino del Terror. En 1792, un ano antes de nuestra llegada a la ciudad, el doctor Joseph-Ignace Guillotin convencio a la Asamblea Nacional de utilizar un artefacto de ejecucion (cuya invencion no se debia a el sino a su colega el doctor Antoine Louis). Poco despues, esa terrible maquina de matar se instalo en la plaza de la Concordia, desde donde goberno a todos los ciudadanos de Francia durante los anos siguientes.
Cuando en la primavera de 1793 llegamos a Paris, en sus calles se respiraba ese ambiente de desconfianza, traicion y miedo. Hacia solo unos meses que habian apresado y decapitado al rey y, mientras entrabamos en la capital, senti que me invadia una extrana indiferencia muy distinta de la ilusion que deberia haberme embargado. Habia esperado que el regreso a la ciudad me conmoviera, sobre todo por la forma en que ponia fin a un largo exilio, no ya como el pobre huerfano y carterista impulsado por la necesidad que habia partido medio siglo antes, sino como un exitoso y acaudalado hombre de negocios. Recorde a mis padres y tambien a Tomas, pero apenas dedique un pensamiento a Dominique, pues, aunque ambos habiamos nacido en Paris, no nos habiamos conocido alli.
Nos instalamos en la pension mas alejada del centro que encontramos, con la idea de permanecer alli una semana antes de proseguir viaje hacia el sur, donde nunca habia estado.
– Tu tambien lo notas, ?no? -Tom irrumpio en mi habitacion, excitado y con el oscuro y tupido pelo alborotado-. La ciudad esta que arde. En el aire flota un inconfundible olor a sangre.
– ?Que bien! -murmure-. Para una ciudad moderna, es uno de sus mayores atractivos. ?Las vacaciones resultaran inolvidables!
– ?Vamos, tio Matthieu! -protesto Tom dando saltos por la habitacion como un cachorro al que acabaran de sacar de paseo-. Deberias alegrarte de estar aqui en un momento tan importante. ?Esta ciudad no despierta ningun sentimiento en ti? Recuerda en que condiciones vivias en Paris cuando eras pequeno.
– Eramos pobres, es verdad, pero…
– Erais pobres porque a nadie le interesaba darte nada. Todo era para los ricos.
– En primer lugar, los ricos ya lo tenian todo. Asi era el mundo entonces.
Al comprender que no estaba dispuesto a discutir, Tom se encogio de hombros, decepcionado.
– Es lo mismo. Los aristocratas se lo quedaban todo y dejaban a los demas sin nada. No es justo.
Lo mire enarcando una ceja. Jamas habia imaginado que l'om tuviese esa vena revolucionaria. De hecho, siempre habia pensado que si hubiese podido escoger habria preferido vivir como un aristocrata rico, perezoso y alcoholico que como un campesino pobre, maloliente y sobrio, con independencia de que sus ideales se inclinaran a favor de este ultimo. En fin, supongo que sus opiniones, resumidas en la frase «?por que habrian de tener ellos tanto cuando nosotros no tenemos nada?», eran razonables en teoria, aunque Tom, que vivia muy bien a mi costa y sin quejarse, no fuera el mas indicado para defenderlas.
Poco despues de nuestra llegada conocimos a Therese Nantes, la hija de los duenos de la pension. Era una joven morena de dieciocho anos que, a juzgar por su permanente irritacion, no debia de tener hermanos, por lo que sobre sus hombros recaia gran parte de la responsabilidad del negocio familiar. Imagine que en epocas mas boyantes la familia Nantes debia de contar con la ayuda de un batallon de camareras y cocineros, pues la pension tenia capacidad para unos treinta huespedes. En ese momento, debido a la escasez de visitantes en la ciudad, solo se alojaban en la pension un matrimonio de mediana edad que llevaba viviendo alli muchos anos y un par de viajantes de comercio. Therese deambulaba por las salas con el ceno perpetuamente fruncido y siempre que sus padres le decian algo respondia con un grunido. A la hora de comer aprendimos a no pedir nada que no tuvieramos en el plato, pues corriamos el riesgo de que la comida acabara misteriosamente en nuestro regazo.
Sin embargo, su humor mejoro muchisimo al trabar amistad con mi sobrino. Al principio apenas se notaba el cambio, pero a medida que fueron pasando los dias adverti que cuando entrabamos en el comedor nos dirigia un gesto sospechosamente parecido a una media sonrisa. La manana que me sirvio el desayuno y me deseo «buen provecho» casi me caigo de espaldas, y la noche que estabamos sentados en el salon y nos sorprendio con el ofrecimiento de otra copa de vino me atrevi a entablar conversacion con ella.
– ?Sabe donde estan monsieur Lafayette y su esposa? -pregunte, refiriendome a la pareja de franceses que se hospedaban en la pension-. Imagino que no habran salido a tomar el aire.
– ?Es que no se ha enterado? -pregunto Therese, sacando una botella de vino de un aparador mientras pasaba el dedo para comprobar si habia polvo-. Se han ido. Segun tengo entendido, se han marchado a vivir al campo.
– ?Al campo? -Me resultaba extrano que no se hubieran despedido de nosotros, pues en el tiempo que llevabamos viviendo alli habiamos mantenido cierta amistad-. ?Y cuando volveran? Pensaba que se quedarian aqui hasta el final de sus dias.
– Se han ido para siempre, senor Zela.
– Llamame Matthieu, por favor.
– Esta manana, muy temprano, han hecho las maletas y han cogido un coche en direccion al sur. La senora ha armado un escandalo por tener que cargar con ellas. Le he dicho que no creia que por lo que me pagan tenga que hacer ciertas cosas, pero ella…
– Pues no he oido nada -la interrumpi, temiendo que continuara quejandose.
Me dirigio una mirada furibunda al tiempo que Tom tosia con diplomacia y se volvia para mirarla a los ojos.
– Con dos bocas menos que alimentar dispondras de mas tiempo para ti -le dijo a modo de consuelo.
Therese siguio observandome unos segundos antes de desviar la vista hacia mi sobrino y esbozar una sonrisa.
– Eso no tiene importancia -afirmo como si el hubiera sugerido que la tenia-. Me gusta trabajar aqui.
Se me escapo una inoportuna carcajada y Therese me dirigio otra de sus miradas asesinas. A continuacion entorno los ojos como si pensara una respuesta.
– ?Por que no te sientas con nosotros? -propuse en tono conciliador. Me levante y le ofreci el sillon vacio que habia entre el mio y el de mi sobrino-. Tomate una copa de vino. Supongo que por hoy has terminado, ?no?
Me miro sorprendida y se volvio hacia Tom, quien la animo a sentarse con un gesto de la cabeza. Therese se encogio de hombros y con mucha dignidad se acerco al sillon y se sento. Tom cogio otro vaso y sirvio una buena racion de vino que ella acepto con una sonrisa. Nos quedamos callados. Me repantigue en el sillon y me devane los sesos buscando un tema de conversacion, l'or suerte, el silencio duro muy poco, pues a Therese el vino le solto la lengua enseguida.
– En cualquier caso, la senora nunca me cayo bien -afirmo, refiriendose a nuestra antigua companera de pension-. Se comportaba de un modo que nunca aprobare. A veces, por la manana, cuando entraba en su habitacion… -Sacudio la cabeza como si no quisiera horrorizarnos con el relato de los destrozos que el matrimonio Lafayette podia causar en su pequena habitacion.
– Conmigo siempre fue muy educada -dije.
– Una vez me invito a pasar a su habitacion -recordo Tom de repente, alzando la voz como si no pudieramos oirlo bien-. Me pidio que la ayudara a correr las cortinas. De pronto se arrojo sobre mi y… -Se interrumpio, ruborizado, y me di cuenta de que no habia tenido intencion de contar esa historia-. En fin, su comportamiento no fue el propio de una dama -concluyo con un hilo de voz-. Yo… supongo… -Nos miro confuso y por primera vez oi reir a Therese.
– Te encontraba muy atractivo -declaro, y me parecio ver que le guinaba un ojo a mi sobrino-. Solo habia que ver como te miraba cuando entrabas en el salon.
Tom fruncio el entrecejo, como si lamentara el giro que habia tomado la conversacion.
– ?Dios mio! -exclamo horrorizado-. ?Si debe de tener cuarenta anos!
– Oh, si, es mas vieja que Matusalen -dije, pero ambos hicieron caso omiso del comentario.