– Me trataba con desden -prosiguio Therese-. Seguramente envidiaba mi juventud y mi belleza. Tiene varias entradas en mi libro de sucesos.
– ?Tu que? -pregunte, pensando que no habia oido bien-. ?Que es eso de un libro de sucesos?
Ahora fue Therese quien parecio inquietarse un poco, como si se le hubiera escapado algo que no queria decir.
– Es una tonteria, una especie de diario -contesto en tono de disculpa, sin mirarme a los ojos-. Me sirve para pasar el rato.
– Pero ?un diario sobre que? -pregunto Tom, intrigado tambien.
– Sobre la gente que me ha ofendido alguna vez -repuso con una risita, aunque hablaba en serio-. Guardo un diario sobre la gente que me ha tratado mal o que me ha causado alguna ofensa. Hace anos que lo escribo.
La mire fijamente. Solo se me ocurrio una pregunta.
– ?Por que lo haces?
– Para no olvidarme -repuso con perfecta calma-. A todos los cerdos les llega su San Martin, senor Zela… Matthieu -se corrigio antes de que yo protestara-. Quiza suene absurdo, pero…
– No lo es, en absoluto -me apresure a contestar-. Pero me parece un poco raro, eso es todo. Supongo que es una manera de recordar… -No sabia como terminar, asi que corte por lo sano y anadi una frase convencional-. De recordar cosas que han ocurrido.
– Espero no tener muchas entradas en tu diario, Therese -tercio Tom con una sonrisa de oreja a oreja.
La joven nego con la cabeza y sonrio a su vez, como si la sola idea fuera impensable.
– No te preocupes, que no he escrito nada sobre ti. -Se inclino hacia Tom y le rozo la mano.
Recalco el «ti» para que quedara claro que mi caso era diferente. Por si eso fuera poco, me dirigio una mirada de reproche que hizo que me removiese incomodo en el sillon mientras me preguntaba cuando y como habria ofendido a esa chica. Permaneci callado un rato, bebiendo. Rellene el vaso hasta tres veces, mientras Therese y Tom coqueteaban como si yo no estuviera presente, y cuando me disponia a excusarme y abandonar la habitacion me vinieron a la cabeza unas palabras que ella habia pronunciado.
– A todos los cerdos les llega su San Martin -recorde en voz alta para llamar la atencion de ambos, que me miraron extranados, como si hubieran pensado que ya no estaria alli-. De modo que piensas eso, ?eh, Therese?
Pestaneo desconcertada, pero respondio en tono contundente:
– Pues claro que lo pienso. ?Usted no?
Me encogi de hombros sin saber que contestar y ella aprovecho mi titubeo para anadir:
– En esta ciudad… -Hizo una pausa cargada de dramatismo-. En los tiempos que corren, ?como no iba a pensarlo?
– ?Que quieres decir…?
– Mire alrededor, Matthieu. Fijese en las calles, vea en que se ha transformado Paris. ?No cree que aun quedan muchos cerdos, por decirlo de alguna manera, a los que ha de llegarles su San Martin?
Una vez mas mi silencio delato lo confuso que me sentia. Therese se aparto de Tom, me miro fijamente y anadio:
– Todas esas muertes… Los aristocratas que guillotinaron. ?Por Dios bendito, si hasta rodo la cabeza del rey! Al fin se hace justicia en Francia, Matthieu. Ya era hora, ?no le parece?
– Aun no hemos presenciado ninguna decapitacion -dijo Tom-. Mi tio considera que es una costumbre barbara y no quiere presenciarla.
– ?De verdad lo cree, senor Zela? -pregunto Therese, volviendo a mentarme por mi apellido como si quisiera marcar distancias. No podia estar mas sorprendido-. De modo que la guillotina le parece barbara, ?eh?
– Reconozco que es un metodo rapido y limpio, pero no puedo evitar preguntarme si es realmente necesario. ?Hace falta que muera toda esa gente?
– Claro que es necesario -intervino Tom con absoluto convencimiento, haciendo suya la postura de Therese-. Esos repulsivos aristocratas merecen morir.
Lo fulmine con la mirada.
– Han tenido una vida regalada -continuo Therese, dirigiendose a mi como si no hubiera oido a Tom-. A costa de explotarnos a todos. Usted es frances, ?verdad? Ya debe de saber que se lo han buscado ellos solitos.
Asenti con la cabeza.
– Ha llegado su hora -concluyo.
– ?Has visto guillotinar a alguien? -Solo con oir hablar de muerte, a Tom se le despertaba la sed de sangre.
La creciente tension sexual entre los dos jovenes resultaba ahora evidente, y pense que, si todavia no eran amantes, no tardarian en serlo.
– A muchos -respondio con orgullo-. Presencie la decapitacion del mismisimo rey, quien, como era de esperar, se comporto como un cobarde hasta el final, igual que todos los demas.
Tom se relamio los labios e insto a la joven a que continuara su relato.
– El Comite Nacional lo habia declarado culpable de traicion -empezo a referir Therese, a modo de justificacion de lo que se disponia a contar seguidamente-. Ese dia parecio que media ciudad queria estar en la plaza de la Concordia para presenciar el fatidico momento. Llegue alli temprano, pero no me acerque mucho. Queria verlo morir, senor Zela, pero detesto mezclarme con la muchedumbre vociferante. Habia tanta gente que era dificil encontrar un buen sitio. Al final, el chirrion entro en la plaza.
Tom enarco una ceja en senal de extraneza.
– La carreta de los reos -aclaro Therese-. La sencillez de esta debe dejar claro que los traidores van a morir como ciudadanos franceses, y no a la manera de los ricos holgazanes. Los recuerdo perfectamente a todos: habia una mujer joven que llevaba el pelo largo y sucio. No se daba cuenta de lo que ocurria, o parecia no importarle; quiza ya estuviera muerta en su interior. Detras de ella vi a un chico que sollozaba desesperado. No se atrevia a mirar el instrumento que acabaria con el, a pesar de que un hombre a su espalda no paraba de gritar como un poseso y senalaba la guillotina muerto de miedo mientras los verdugos lo agarraban con todas sus fuerzas; temian que, aprovechando un descuido, se mezclara entre la multitud y escapara. Aunque lo mas probable es que solo con que hubieran pensado que podian perder al mayor traidor de todos lo habrian descuartizado alli mismo. En ese momento lo reconoci; llevaba pantalones oscuros y camisa blanca con el cuello desabrochado. Ante mi tenia al rey de Francia, el renegado convicto, Luis XVI.
Mire a Tom, que solo tenia ojos para Therese, y no pude por menos de espantarme al ver su expresion: el morbo, la excitacion casi sexual que aquel relato habia despertado en el eran mas que evidentes. Pese a todo, tambien yo estaba en vilo y deseaba que continuara, turbado como mi sobrino por el drama de esas horribles muertes. Therese no iba a defraudarnos.
– Fije la vista en su rostro, para que no se me escapara ninguna de sus reacciones. Estaba palido, mas blanco que la camisa que llevaba, y parecia agotado, como si hubiera pasado toda la vida batallando para evitar ese final y ahora que era inminente ya no le quedasen fuerzas para seguir luchando. Cuando la carreta se detuvo ante el patibulo, los seis hombres que llevaban la cara cubierta y vigilaban la enorme maquina dieron un paso adelante y agarraron bruscamente a la joven por los hombros. Al hacerlo le desgarraron el vestido, dejando al descubierto un seno grande y palido, lo que provoco el estruendoso regocijo de la muchedumbre. Esos hombres… son grandes exhibicionistas, casi actores. El mas corpulento de los seis apoyo la frente en el pecho de la mujer unos instantes antes de volver la cara hacia el publico con una sonrisa. Mientras la conducian al cadalso, la joven apenas reacciono. Una vez alli le raparon el pelo y le colocaron la cabeza en el cepo. Cuando dejaron caer la otra media luna de madera para sujetarla, parecio despertar y apoyo las manos en los lados para levantarse, sin darse cuenta de que estaba atrapada. En un instante todo habia acabado. La cuchilla cayo y le corto la cabeza limpiamente. El cuerpo se agito por un instante para a continuacion desplomarse sobre la plataforma, de donde lo recogieron y se lo llevaron a toda prisa.
– ?Therese! -exclamo Tom con un grito ahogado. Como no dijo nada mas, supuse que solo habia pronunciado su nombre llevado por un arrebato.
– Acto seguido, uno de los verdugos se acerco y alzo la cabeza con una mano para exhibirla ante la muchedumbre. Gritamos al unisono, os lo aseguro. Las senoras que estaban en primera fila haciendo punto siguieron tricotando alegremente.
Todos esperabamos la principal atraccion de la jornada -anadio con una sonrisa traviesa-. Pero primero le