Acepte la invitacion que me hizo Tommy para pasar la tarde en el rodaje porque necesitaba distraerme un poco y olvidarme de mis problemas. Mi relacion con Caroline era cada vez mas tortuosa y empezaba a arrepentirme de haberla contratado. No podia criticar su entusiasmo; por la manana llegaba al despacho antes que yo y cuando me iba a casa por la tarde ella seguia sentada a su mesa (aunque es posible que estuviese esperando a que me fuera para marcharse). Se enfrascaba en extensos informes sobre la historia relativamente breve de nuestra emisora y el estado de la teledifusion en la Inglaterra contemporanea. En nuestras conversaciones siempre utilizaba expresiones como «cuota de mercado», «estadisticas demograficas» y «audiencia principal», recalcandolas como si fuesen nuevas para mi, por si no seguia el hilo. Me daban ganas de decirle que llevaba doscientos anos pensando en esos conceptos, aunque no utilizando esas mismas palabras. En su mesa de trabajo habia tres pequenos televisores permanentemente encendidos sin sonido, uno sintonizado en nuestra emisora y los otros dos en la BBC y un canal de la competencia. De vez en cuando alzaba la cabeza, miraba una pantalla tras otra y escogia el programa que le habria resultado mas atractivo de haber estado en casa apoltronada en un sofa y decidida a pasar la tarde delante del televisor. Apuntaba en una libreta las veces que ganaban nuestros programas y al termino de la semana me presentaba los resultados.
– Fijese, de nuestro canal solo me interesa ver un doce por ciento de los programas. En cambio, los otros dos canales suman el ochenta y ocho por ciento restante.
– Bueno, nuestra actual cuota de mercado esta muy por debajo de ese doce por ciento, Caroline. Es muy alentador, gracias.
Fruncio el entrecejo y me miro intrigada, como si se preguntase si se habria equivocado al criticar ante mi nuestra programacion. A continuacion volvio a su mesa para seguir con los analisis. Me encantaba tomarle el pelo; su incansable entusiasmo la convertia en un blanco facil para las bromas. Al parecer no hacia otra cosa que trabajar todo el dia, como si fuera uno de los socios mayoritarios de la empresa. Que quereis que os diga, nunca he creido en el trabajador incansable. Caroline estaba empenada en convencerme de que era la persona indicada para ocupar el puesto de James, y cuanto mas se esforzaba menos apta la encontraba para ese trabajo.
Entretanto, yo seguia doblando el espinazo seis y a veces siete dias a la semana. Empezaba a estar harto, y para colmo la rutina del negocio me importaba un rabano. Continuaba celebrando reuniones semanales con Alan y Caroline, que asistia en representacion de P. W., y diversos jefes de departamento cuyas opiniones me interesaban. Caroline siempre se sentaba a mi derecha y solia llevar las riendas de la conversacion, a lo que no me oponia, pues sus ideas, aunque no siempre acertadas, en general suscitaban interes, pues todo el mundo estaba de acuerdo en que aportaba una perspectiva fresca al canal.
– Claro que al echar a Tara Morrison cometieron una equivocacion garrafal -habia senalado en una de esas reuniones, cuando hablabamos de un descenso del cinco por ciento de nuestra cuota de mercado entre las seis y las siete de la tarde-. Para atraer al publico aficionado a las tetas y los culos no habia nadie como Tara.
– No la echamos -replique con brusquedad. Me molestaba que siempre utilizara el lenguaje masculino para impresionar a los reunidos, que en su mayoria eran hombres-. Se fue porque quiso.
– Tara Morrison era una de las pocas estrellas de verdad de este canal -afirmo.
– Bueno, tambien tenemos a Billy Boy -apunto Alan, como era de esperar-. El Chico.
– Venga, hombre, por favor, ?si tiene la edad de mi abuelo! Reconozco que es famoso, una autentica leyenda, pero ?de que nos sirve eso? Necesitamos talento nuevo y fresco. Talento en bruto. Ahora bien, si existiera algun modo de convencer a Tara de que volviese…
– No creo que quiera -dije-. Seguro que en la BBC esta feliz. ?Que opinas, Roger?
Volvi la mirada hacia Roger Tabori, el director de los noticiarios. Con su pelo negro engominado y peinado hacia atras parecia un miembro de la familia Corleone.
– He oido ciertos rumores de que no esta muy contenta en la BBC, pero como firmo un contrato…
– Aqui tambien tenia un contrato -senalo Caroline.
– No, Caroline, te equivocas. -Empezaba a irritarme su manera de hablar sobre algo que no entendia cabalmente-. Tara cumplio su contrato hasta el final y despues decidio no renovarlo. Le hicieron una oferta mejor, sencillamente.
– Pues entonces deberiamos haberle ofrecido mas dinero, ?no? -dijo con dulzura.
La fulmine con la mirada; la sonrisa habia desaparecido de mi rostro.
– Al parecer Tara queria presentar las noticias de las seis -tercio Roger para rebajar la tension-, pero no accedieron, porque en ese caso Meg se habria marchado. De modo que propuso salir en las noticias de la una. Tampoco quisieron, y no entiendo por que; en mi opinion habria funcionado. Querian ponerla en la programacion matinal, pero ella se nego, como era de esperar. Le han propuesto dirigir ciertos programas documentales; algo asi como
– Antes de dejarnos deberia haber sabido donde se metia y negociar un poco, ?no os parece? -inquiri dirigiendo una sonrisa a Caroline-. Quien sabe, tal vez llegue el dia en que se vaya de la BBC y vuelva con nosotros con el rabo entre las piernas.
– Lo dudo -dijo Caroline. Yo tampoco lo creia posible. La verdad es que echaba de menos su compania, igual que la de James. Pero el estaba muerto y Tara trabajaba para la competencia-. En fin… Pasemos a otro tema. Habria que despedir a Martin Ryce-Stanford, y cuanto antes mejor.
Tras estas palabras alguien resoplo; me eche hacia atras en la silla y tamborilee con los dedos sobre la mesa. Martin Ryce-Stanford ocupaba las tres plantas superiores de la casa donde yo tenia mi apartamento. Ministro durante el reino del terror de Margaret Thatcher, habia sido destituido a raiz de una discusion que mantuvo con su jefa sobre el futuro de las minas de carbon. Martin pensaba que habia que cerrarlas todas y aguantar como fuese el subsiguiente chaparron. La Dama de Hierro estaba de acuerdo en lo primero, pero temia las consecuencias. De modo que planeo anunciar la clausura de gran parte de las minas, y luego, tras el inevitable escandalo, cedio un poco permitiendo que algunas se mantuvieran abiertas mientras cerraba las que tenia previsto clausurar en primer lugar. Por extrano que pueda parecer considerando su posicion en el gobierno, Martin se indigno por esa muestra de cinismo politico y en una entrevista en television hizo un comentario mordaz sobre los planes de la senora Thatcher. Esa misma noche, una hora despues de la emision, la primera ministra le telefoneo para despedirlo y lo amenazo con castrarlo. A partir de ese momento, y hasta que Margaret Thatcher abandono el poder, Martin se convirtio en su bestia negra. Estuvo entre quienes en 1990 apoyaron el nombramiento de John Major como primer ministro, a pesar de que no se soportaban, en la esperanza de conseguir un escano en la Camara de los Lores. Por desgracia, los favores no siempre se pagan, y un buen dia Martin se encontro escribiendo mordaces articulos contra el gobierno. Desarrollando una habilidad hasta entonces desaprovechada para la vineta de satira politica, empezo a ilustrar sus articulos con caricaturas de los ministros a las que anadia el cuerpo de un animal ad hoc: John Major se contoneaba como un pato, Michael Portillo abria los brazos para mostrar el plumaje de un pavo real, y Gillian Shepard correteaba por la pagina como un pequeno rottweiler. Con el tiempo se juzgo que los articulos de Martin eran demasiado negativos, ya que lo criticaba absolutamente todo sin que le importara el que una idea fuese buena o no. Lo suyo era la descalificacion por sistema. Ya nadie lo consideraba capacitado para la politica, y en todos lados le reprochaban su increible parcialidad y su absurda animadversion hacia cualquiera que ocupase una posicion de poder. Incluso llego a decirse que estaba un poco desequilibrado. Naturalmente, le habia llegado la hora de entrar en la television.
Llegue a conocerlo bastante bien despues de mudarme al apartamento de Piccadilly. De vez en cuando me invitaba a cenar a su casa en compania de la pareja que hubiera logrado convocar para la noche y de su joven y malhumorada esposa, Polly. La velada solia ser absurdamente divertida. Defendia unas ideas ultraderechistas tan extremistas que no podian ser sino fingidas. Parecia deleitarse escandalizando a la gente con las barbaridades que decia. Polly apenas le prestaba atencion. Como lo conocia, yo no caia en sus trampas, al contrario que la mayoria de mis acompanantes femeninas, quienes iban sulfurandose progresivamente a medida que transcurria la noche hasta que no aguantaban mas, se levantaban de la mesa y se marchaban. Lo peor era cuando optaban por rebatir las disparatadas afirmaciones de Martin y se lanzaban a discutir. Entonces se veia a mi amigo en su salsa, pues esa reaccion era lo que pretendia provocar desde un principio.
Poco despues de la inauguracion del canal tuve la inspirada idea de trasladar a la television la atmosfera desquiciada y provocadora de esas veladas, y le propuse a Martin que dirigiera y presentase un programa de entrevistas. El formato era simple: treinta minutos de duracion, veinticuatro sin contar anuncios y creditos, dos invitados por noche, tres noches por semana. Los invitados serian una figura politica del momento y un liberal escandalizado. El primero no se apartaria de su guion, pues no querria perjudicar su carrera politica, en tanto que