que mande a alguien a recogerlo y que lo lleve al matadero, ?de acuerdo?
Monto sin mirarme ni pronunciar palabra y cabalgo en direccion a Cageley House. De repente senti un vahido y me apoye contra un arbol. Se me doblaron las rodillas y vomite. Cuando me incorpore tenia la frente sudorosa y un sabor de boca terrible. Me eche a llorar. Al principio solo era un gemido, pero acabe sollozando a lagrima viva. Me acurruque en el suelo y permaneci hecho un ovillo durante lo que me parecieron horas. Esa era mi vida, me dije. La unica que tenia.
Era de noche cuando regrese a casa de los Amberton, no sin antes haberme deshecho del cadaver de la yegua con la ayuda de Jack.
17
En 1921, tras la muerte de mi octava mujer en Hollywood, decidi mudarme lejos de California, pero sin abandonar Estados Unidos. El fallecimiento de Constance me habia sumido en el abatimiento. Desde aquel absurdo accidente automovilistico ocurrido justo despues de nuestra boda, y en el que tambien habian perdido la vida su hermana Amelia, mi sobrino Tom y una aspirante a estrella adolescente, mi vida iba a la deriva. A la edad de ciento setenta y ocho anos no encontraba sentido a nada. Por primera y quiza unica vez dude de mi facultad fisica para permanecer con el aspecto y el vigor de un hombre de mediana edad. Me habria gustado dejarlo todo, abandonar esa miserable existencia en la que al parecer habia quedado atrapado para siempre, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no ir a un medico, explicarle mi situacion y pedirle que me ayudara a envejecer o a acabar con mi vida de una vez.
Sin embargo, con el tiempo supere la depresion. Como he afirmado en otras ocasiones, en general no considero que mi condicion sea negativa ni mucho menos. De hecho, sin ella habria muerto a principios del siglo xix y jamas habria tenido las vivencias con que he sido bendecido a lo largo de esta larga existencia. Cumplir anos puede ser una experiencia cruel, pero, si te conservas bien y tienes dinero, siempre encuentras cosas que hacer.
Permaneci en California hasta finales de ano, pues no tenia sentido empezar una nueva vida antes de las navidades. En enero de 1922 me mude a Washington D. C., compre una pequena casa en Georgetown e inverti en una cadena de restaurantes. El dueno del negocio, Mitch Lendl, era un inmigrante checo que habia llegado a Estados Unidos en la decada de 1870 y, como muchos de sus compatriotas, habia modificado su nombre, Miklos, para que sonase americano. Deseaba abrir otros restaurantes en la periferia de la ciudad, pero le faltaba capital. Podria haber recurrido a los bancos, pero temia que estos le reclamaran la devolucion del prestamo en un mal momento y le arrebataran su imperio, de ahi que decidiera buscar un inversor. Llegue a conocerlo bastante por el simple hecho de que me gustaba cenar en sus establecimientos, y desde el primer momento nos entendimos a la perfeccion. Al final acepte entrar en el negocio, que resulto muy rentable. De la noche a la manana empezaron a aparecer restaurantes a lo largo y ancho del estado, y como Miklos (nunca lo llamaba Mitch) siempre contrataba a buenos cocineros, enseguida disfrutamos de una excelente reputacion. Asi pues, nuestro negocio iba viento en popa.
La cocina nunca me ha interesado mucho; me gusta comer bien, claro, pero imagino que como a todo el mundo. No obstante, durante esa epoca, mi unica incursion en el negocio de la restauracion, aprendi algunas cosas, sobre todo respecto a la importacion de exquisiteces y productos exoticos, un mundo en el que la cadena Lendl estaba especializada. Comence a interesarme por la materia prima que empleabamos en nuestros establecimientos y enseguida nos impusimos la norma de servir alimentos sanos, premisa que casi se convirtio en un lema de la casa. Gracias al talento y las habilidades de Miklos serviamos las hortalizas mas frescas, la mejor carne y los pasteles mas deliciosos del estado. Teniamos lleno todas las noches.
En 1926 fui invitado a participar en un comite del Departamento de Alimentacion. Mientras analizabamos los habitos alimentarios de la poblacion de Washington y disenabamos una politica para mejorarlos, conoci a Herb Hoover, quien anos atras, durante la presidencia de Wilson, habia formado parte de ese mismo comite. A pesar de que ahora era secretario de Comercio, el trabajo de aquel seguia importandole, pues siempre le habia atraido el tema de la alimentacion. Trabamos amistad muy pronto y cenabamos juntos a menudo, aunque nuestra conversacion se veia continuamente interrumpida por toda clase de gente, que lo abordaba para comentarle algun asunto personal de vital importancia.
– Todos creen que puedo ayudarlos de una manera u otra -me confio una noche, sentados a una mesa apartada del restaurante, con sendas copas de brandy en la mano tras una cena copiosa y de altos vuelos preparada por el mismo Miklos-. Piensan que si entablan amistad con un secretario de Comercio conseguiran una rebaja fiscal o algo por el estilo.
No podian ir mas desencaminados: Herb tenia fama de ser uno de los hombres mas estrictos e incorruptibles del gobierno. Se me escapaba como habia alcanzado un puesto tan importante de esas caracteristicas, sobre todo teniendo en cuenta su historial humanitario e incluso diria filantropico. Cuando los alemanes invadieron los Paises Bajos tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Herb estaba en Londres. Los aliados le encomendaron la mision de proveer a los belgas de alimentos, tarea que cumplio con gran exito; sin su labor la poblacion habria muerto de hambre. Unos anos mas tarde, en 1921, se impuso el reto personal de extender esa ayuda a la Union Sovietica, que sufria una de sus peores hambrunas. Cuando le criticaron que tendiera la mano al enemigo bolchevique, los rugidos de Herb estremecieron los cimientos de la Camara de Representantes: «Veinte millones de seres humanos estan muriendose de hambre. Con independencia de su ideologia politica, ?hay que darles de comer!»-La verdad es que ni siquiera yo se como he llegado hasta aqui -admitio refiriendose a su alto cargo en la administracion-. ?Aunque no parece que lo este haciendo mal! -anadio con una amplia sonrisa que le resalto las patas de gallo.
Tenia toda la razon: el pais vivia una etapa de prosperidad y su ascenso en el gobierno parecia asegurado.
Por mi parte disfrutaba gratamente de su compania, y cuando a finales de 1928 fue elegido presidente me lleve una gran alegria, no solo porque hacia mucho que no tenia relacion con un miembro del poder, sino porque la Casa Blanca jamas habia acogido a un inquilino tan bondadoso como Herbert Hoover. Asisti a su investidura en marzo de 1929, un dia antes de mudarme a Nueva York. Hoover expreso lo orgulloso que se sentia de sus conciudadanos, que habian logrado levantar el pais tras la Gran Guerra y ahora disfrutaban de unos anos de paz bien merecida. Aunque largo, farragoso y plagado de detalles que a los americanos les traian sin cuidado, su discurso fue optimista y estuvo lleno de buenos augurios para los siguientes cuatro anos. Como es natural, despues apenas tuve tiempo de hablar con el, pero le desee lo mejor, en la creencia de que el respeto que Hoover despertaba en sus compatriotas, su naturaleza filantropica y la prosperidad y la paz que viviamos pronosticaban un mandato tan bueno como el de sus predecesores. Que poco imaginaba yo que a finales de ese mismo ano el pais estaria sumido en una gran depresion y la presidencia de Hoover se malograria practicamente en el inicio de su andadura.
Y aun esperaba menos que muchos de mis conocidos fueran a pagar un precio tan alto por esa hecatombe.
A Denton Irving le gustaba correr riesgos. Su padre, Magnus Irving, habia dirigido hasta hacia poco CartellCo, una gran sociedad de inversiones neoyorquina heredada de su difunto suegro, Joseph Cartell. A los sesenta y un anos de edad, Magnus sufrio un derrame cerebral que lo dejo incapacitado para seguir al frente de la empresa, y Denton, que habia pasado la mayor parte de sus treinta y seis anos trabajando como especialista inversor, cogio el relevo. Herb nos habia presentado unos anos antes y desde entonces eramos amigos. En cuanto aterrice en Nueva York fui a verlo para contarle mis proyectos y pedirle consejo.
Miklos y yo habiamos recibido una generosa oferta por nuestra cadena de restaurantes. Decidimos aceptarla, lo que precipito mi marcha de la capital. La oferta, que procedia de un consorcio de inversores, no solo estaba