– ?Tomas? -repitio ella con los ojos abiertos como platos. A pesar de todo, adverti que el nino le preocupaba-. ?Que le pasa? ?Que ha ocurrido?

– Nada -respondi encogiendome de hombros-. Esta enfermo, nada mas. Tiene fiebre alta y se niega a acostarse hasta que vayas a verlo. Se que es muy tarde, pero… -Mi voz se fue apagando.

No sabia que decir de la escena que acababa de presenciar, incluso dudaba que hubiera visto lo que creia haber visto. En ese momento, Nat ya estaba junto a la encimera y encendia una vela. Miro su reloj y, en tono de irritacion, dijo:

– Es muy tarde, Zela. -Por una vez acertaba con mi nombre-. Podria haber esperado a manana.

– Esta enfermo, Nat -dijo Dominique, y observe que Pepys no se inmutaba ante ese trato tan familiar-. Ademas, es mi hermano -anadio. Recogio su abrigo del gancho de la puerta y salio de la cocina detras de mi.

Anduve unos pasos sin pronunciar palabra. En el camino hasta la casa apenas hablamos, y no hice ninguna alusion a la escena que acababa de presenciar, hasta ese punto dudaba de haber visto algo. Poco despues de acostar a Tomas, Dominique se marcho. Permaneci desvelado casi toda la noche, dando vueltas en la cama, atormentado por mis pensamientos.

Intente volver a la playa calida y tranquila de mi sueno, pero no hubo manera.

Tuve que esperar a la tarde siguiente para encontrarme a solas con Dominique y preguntarle sobre lo ocurrido la noche anterior. Estaba cansado e irritable por la falta de sueno, y al mismo tiempo furioso con ella, pues no dudaba que mantenia una relacion indecorosa con Nat Pepys.

– No te entrometas, Matthieu -me dijo, intentando apartarme, pero le cerre el paso-. No es asunto tuyo.

– ?Claro que es asunto mio! -vocifere-. Quiero saber que hay entre vosotros.

– No hay nada. ?Como si pudiera haberlo! -Rio con sarcasmo-, ?Un hombre de su posicion jamas se rebajaria a relacionarse con alguien como yo!

– ?Eso no es…!

– Solo estabamos hablando. Es mas interesante de lo que piensas. Para ti todo es blanco o negro; te crees cuanto te dice tu amigo Jack.

– ?Acerca de Nat? Pues de el me creo cualquier cosa, lo peor.

– Escuchame bien, Matthieu. -Acerco su rostro al mio y vi que estaba enfadada de verdad. De pronto tuve miedo de llevar demasiado lejos esa conversacion y que no hubiera vuelta atras-. Entre tu y yo no hay nada, ?entiendes? ?Acaso no lo ves? Te aprecio, pero…

– Es este maldito lugar -la interrumpi, volviendome; me negaba a seguir oyendo aquello-. Nos hemos acostumbrado tanto a este lugar que ya no nos acordamos de donde empezo todo. ?Recuerdas el barco de Calais? ?Y el ano en Dover? Que tiempos felices eran aquellos. Podriamos volver.

– No pienso volver -replico con voz firme, y solto una risa crispada-. Ni en suenos.

– ?Y que me dices de Tomas? Somos responsables de el.

– Yo no. Le tengo carino, claro, pero solo soy responsable de mi misma y de nadie mas. Lo lamento. Y si no dejas de molestarme, conseguiras que me aleje para siempre de ti. ?Es que no te das cuenta, Matthieu?

Nada tenia que anadir, y Dominique paso por mi lado dandome un empujon. Senti nauseas; la odiaba y la amaba al mismo tiempo. Quiza Jack tuviera razon y fuese hora de abandonar Cageley.

20

La cuentista

Cuando llegue a Londres en 1850 era un hombre acaudalado y ambicioso. Para mi sorpresa, el gobierno de Roma habia acabado por pagarme la mayor parte de lo estipulado por la construccion del teatro de la opera, que al final quedaria sin terminar. Pero la temporada romana me habia dejado recuerdos muy tristes; el innecesario asesinato de Thomas a manos de Lanzoni no me dejaba dormir por las noches, y cada vez que pensaba que las maquinaciones de una mujer -Sabella, mi esposa bigama- habian provocado dos muertes, la de su otro marido y la de mi sobrino, me enfurecia. Antes de dejar Roma habia entregado a Marita, la prometida de Thomas, una generosa suma y despues habia escapado lo mas rapido que pude.

Al recordar mi estancia en Roma me abrumaban la frustracion y el desanimo. Me habia consagrado a mi trabajo a fin de dotar a la ciudad de un teatro lirico, pero todos mis esfuerzos habian sido en vano. Ahora los conflictos internos imposibilitaban mi regreso y la conclusion de las tareas que se me habian encomendado. Queria emprender alguna obra de la que me sintiera orgulloso, crear algo de lo que un siglo despues, al volver la vista atras, pudiera decir «hice esto». Tenia dinero y no me faltaba talento, de modo que decidi mantener los ojos bien abiertos por si surgia alguna oportunidad interesante.

En 1850, en Inglaterra estaba en pleno apogeo lo que mas tarde se conoceria como Revolucion Industrial. Desde el fin de las Guerras Napoleonicas, treinta y seis anos atras, la poblacion habia crecido de forma espectacular; la innovadora maquinaria de reciente creacion trajo consigo metodos agricolas mas efectivos, lo que condujo a una mejora en la calidad de los alimentos y a un nivel de vida mas alto. La esperanza media de vida se elevo a cuarenta anos, aunque no para mi, por supuesto, que estaba a punto de cumplir ciento nueve, por lo que demostraria ser una inesperada excepcion a esa regla. Al mismo tiempo, se dio un gradual abandono del campo en favor de la ciudad, donde todos los meses se abrian nuevas fabricas. Cuando llegue a Londres, habia mas gente viviendo en la ciudad que en el campo por primera vez en la historia. De modo que llegue con las masas.

Alquile unas habitaciones cerca de los tribunales. El piso de abajo lo ocupaban los Jennings, una familia con la que trabe amistad en el curso de los meses posteriores. Richard Jennings era ayudante de Joseph Paxton, el artifice del Palacio de Cristal, y en ese momento estaba consagrado a la inminente Gran Exposicion de 1851. Una vez hubimos vencido la timidez inicial, nos hicimos amigos y pasamos muchas veladas divertidas charlando y bebiendo whisky en su cocina o en la mia. Me encantaba escuchar sus historias sobre los objetos exoticos que traian a Hyde Park para lo que parecia que iba a ser el mas absurdo y ostentoso alarde de consumo de la historia de la humanidad.

– ?Que intencion esconde todo este despliegue de medios? -pregunte a Richard la primera vez que hablamos de la Exposicion, que para entonces estaba en boca de todo el mundo, aun cuando todavia faltaban varios meses para la inauguracion. El edificio, su misma construccion, era objeto de burlas, y la gente se preguntaba por que se gastaba el dinero de los contribuyentes en algo que no era mucho mas que un escaparate donde se exhibirian los logros nacionales. Se cuestionaba que utilidad tendria cuando la Exposicion finalizase.

– La idea es que conmemore todas las cosas buenas que hay en el mundo -explico-. Sera una enorme construccion repleta de obras de arte, maquinaria, fauna, todo lo que puedas imaginar, tanto que sera imposible verlo en un solo dia. Habra algo de todos y cada uno de los rincones del Imperio. Sera el museo vivo mas grande que el mundo haya contemplado jamas, un simbolo de nuestra unidad y maestria, de lo que somos, en definitiva.

El museo vivo mas grande del mundo: en cierto sentido ya lo era el sitio donde vivia. Jamas habia visto una casa tan abarrotada de objetos decorativos ni habia conocido a un hombre tan dispuesto a exhibirlos. A lo largo de las paredes habia estantes repletos de libros, adornos, tazas extranas, teteras. Cualquier objeto coleccionable estaba alli. Una repentina rafaga de viento en la habitacion habria causado el caos. Por increible que parezca, no habia una mota de polvo en toda la casa. Adverti que Betty Jennings, la mujer de Richard, se pasaba la vida limpiandola. Su existencia giraba en torno a un plumero y una escoba, y su razon de ser consistia en mantener aquel lugar impoluto. Cuando entraba en su casa, Betty me recibia con el acostumbrado delantal, secandose el sudor de la frente mientras se levantaba del suelo de la cocina, que estaba fregando, o dejaba de barrer la escalera. Aunque siempre me trataba con cordialidad, mantenia una distancia cortes, como si lo que teniamos entre manos su marido y yo -por lo general nos limitabamos a beber unas copas y a charlar- fuera cosa de hombres y conviniese que ella se mantuviera al margen. Por mi parte, me habria gustado disfrutar de su

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