compania en ocasiones, pues sospechaba que tras esa maquina de limpiar se escondia una gran mujer.

Richard y Betty eran los orgullosos padres de lo que llamaban sus «dos familias». En ese momento formaban un matrimonio de mediana edad, pero habian tenido tres ninos a los diecinueve anos, una hija y dos mellizos, y once anos despues un par de gemelas mas. Por la diferencia de edad se habria dicho que las dos pequenas constituian una segunda familia, y que los tres primeros representaban con las gemelas mas el papel de tios que el de hermanos.

Aunque los ninos nunca me han interesado mucho, mientras vivi en esa casa llegue a conocer bastante bien a Alexandra, la hija mayor. Los Jennings albergaban grandes ambiciones para sus hijos, como podia deducirse de los nombres que les habian puesto; los gemelos se llamaban George y Alfred, y las ninasVictoria y Elizabeth. Tenian nombres de la monarquia, pero como tantos descendientes de las casas reales de ese tiempo eran ninos enfermizos que se pasaban el dia tosiendo y con fiebre y se hacian magulladuras y cortes continuamente. Rara era la ocasion en que los visitaba y no encontraba a algun hijo en la cama, afligido por alguna enfermedad o dolencia. Las vendas y los balsamos estaban a la orden del dia, a tal punto que mas que una casa aquello parecia una clinica.

A diferencia de sus hermanos, Alexandra nunca cayo enferma en la epoca que la trate, al menos en un sentido fisico. Era una chica obstinada de diecisiete anos, delgada y mas alta que sus padres, con una figura que hacia volverse a la gente en la calle a su paso. Su larga y oscura melena presentaba tonos castano rojizo cuando estaba al aire libre. Imagino que debia de cepillarsela unas mil veces todas las noches a fin de conseguir aquel brillo perfecto que semejaba una aureola. Tenia la cara palida pero no enfermiza, y la habilidad de controlar el sonrojo, y siempre parecia esperar la oportunidad de impresionar y cautivar a propios y extranos con sus encantos naturales.

Al advertir que me interesaba por su trabajo, Richard me invito a Hyde Park para ver el Palacio de Cristal, donde continuaban los preparativos para la inauguracion. Acordamos que recorreria la pequena distancia que me separaba del parque en compania de Alexandra, que tambien estaba interesada en visitar la construccion. Habia oido tantas veces hablar a su padre de los objetos exoticos que se exhibirian alli, que me sorprendio que no hubiera ido antes. Asi pues, una hermosa manana de febrero, las calles cubiertas de una fina capa de escarcha y el aire cortante como un cuchillo, pase a recogerla por su casa.

– Dicen que es tan inmenso que caben dentro los grandes robles de Hyde Park -dijo Alexandra mientras caminabamos cogidos del brazo como si fueramos padre e hija-. Al principio pensaron en talar algunos arboles, pero luego decidieron elevar el techo del palacio.

El hecho en si me parecio impresionante. Algunos arboles llevaban alli cientos de anos, la mayoria eran mucho mas viejos que yo.

– Veo que te has informado bien -comente-. Tu padre debe de estar orgulloso de ti.

– Deja los planos por todas partes -repuso con aire altivo-. Sabe que se ha entrevistado varias veces con el principe Alberto, ?no?

– Algo me dijo, si.

– El principe consulta con el todo lo relacionado con la Gran Exposicion.

Richard me habia comentado que, aparte del principe consorte, a las reuniones tambien asistia el arquitecto jefe, Joseph Paxton. Aunque era evidente que le gustaba hablar de sus contactos con la realeza, nunca presumia de ellos, e insistia en que su papel en el proyecto, aunque importante y de responsabilidad, consistia sobre todo en supervisar los planos que Paxton habia disenado. Hubo algun desacuerdo sobre el lugar en que deberian emplazarse los objetos ingleses segun la luz, el espacio y la visibilidad. Alberto habia consultado con diferentes personalidades, y al final se escogio el sector occidental del edificio.

– El dia de la inauguracion seras su invitada, claro. -Como es natural, no estaba al corriente de la serie de acontecimientos que se sucederian durante los proximos meses-. Ese dia tu padre se sentira orgulloso de tener a la familia a su lado. Tambien yo espero asistir al gran evento.

– Entre usted y yo, senor Zela -me confio Alexandra, inclinandose con aire complice mientras cruzabamos las grandes verjas de Hyde Park-, le dire que aun no estoy segura de que vaya a asistir. Estoy prometida con el principe de Gales, ?sabe usted?, y probablemente debamos fugarnos antes de que acabe el verano, pues sabemos que su madre siempre se opondra a nuestra boda.

Doscientos cincuenta y seis anos son demasiados anos. En una vida tan larga uno tiene ocasion de tratar a muchos tipos de gente. He conocido a hombres honestos y a maleantes; a personas virtuosas que sufren severos ataques de locura que las conducen a la perdicion, y a truhanes embusteros que realizan excepcionales actos de generosidad o integridad gracias a los cuales logran salvarse; he tratado a asesinos y a verdugos, a jueces y a criminales, a vagos y a trabajadores; me he relacionado con personas cuyas palabras han hecho mella en mi y me han empujado a actuar, cuya conviccion en sus propios principios han prendido la chispa en otros espiritus para luchar por el cambio o en favor de los derechos humanos elementales, y he escuchado a charlatanes recitar sus discursos preparados, proclamando a los cuatro vientos proyectos grandiosos que eran incapaces de llevar a cabo; he conocido a hombres que mentian a sus esposas, a mujeres que enganaban a sus maridos, a padres que maldecian a sus hijos, a ninos que renegaban de sus mayores; he ayudado a dar a luz a parturientas y consolado a moribundos, he socorrido a personas necesitadas y he matado; he conocido a toda clase de hombres, mujeres y ninos, todos y cada uno de los aspectos de la naturaleza humana, y los he observado y escuchado; he oido sus palabras y visto sus acciones; me he alejado de ellos llevandome nada mas que mis recuerdos a fin de transcribirlos en estas paginas. Pero el caso de Alexandra Jennings no encajaba en ninguna de estas descripciones, pues se trataba de un ser original y excepcional para su epoca, la clase de muchacha que uno solo conoce una vez en su vida, incluso si esta dura doscientos cincuenta y seis anos. Era una autentica cuentista, en toda la extension del termino: cualquier palabra o frase que salia de sus labios era pura invencion. No mentia, pues Alexandra no era embustera ni deshonesta; mas bien sentia la necesidad de crearse una vida paralela diametralmente opuesta a la que tenia en realidad y la compulsion de presentarla a los demas como si se tratase de la pura verdad. Y es por ello, a despecho de la brevedad de nuestra relacion, por lo que su recuerdo aun se mantiene vivo en mi, un siglo y medio despues.

«Estoy prometida con el principe de Gales», me habia dicho Alexandra, literalmente. Corria el ano 1851 y por entonces el principe, que al subir al trono recibiria el nombre de Eduardo VII, tenia diez anos, una edad muy temprana para contraermatrimonio, si bien es probable que su madre ya hubiera tomado alguna disposicion con vistas al futuro. (Por esas ironias de la vida, el principe se caso con otra Alexandra, la hija del rey de Dinamarca.)

– Vaya -repuse, atonito ante su declaracion-. No sabia que hubierais llegado a ese compromiso. Quiza no he prestado suficiente atencion a la Circular de la Corte.

– Bueno, es imprescindible que lo mantengamos en secreto -dijo como de pasada. Mientras paseabamos por el parque empezamos a ver el gran edificio de cristal y hielo a lo lejos-. Su madre tiene muy mal caracter, ?entiende usted? Si nos descubriera se enfadaria muchisimo. Es la reina, ya sabe.

– Si, lo se -repuse, mirandola con suspicacia a fin de dilucidar si estaba convencida de lo que me decia o se divertia a mi costa con un curioso juego adolescente-. Pero ?y la diferencia de edad?

– ?Entre la reina y yo? -pregunto frunciendo ligeramente el entrecejo-. Si, hay diferencia, pero…

– No; me refiero al principe y tu -le aclare-. ?No es un nino? ?Que edad tiene? ?Nueve, diez anos?

– Ah, si -se apresuro a responder-. Pero ha decidido hacerse mucho mayor. Este verano espera cumplir quince, y quiza para Navidad ya cuente veinte. Por mi parte, no tengo mas que diecisiete, y debo admitir que me atrae mucho la idea de un hombre mayor que yo. Los chicos de mi edad son estupidos, ?no le parece?

– La verdad es que no conozco a muchos -admiti-, pero te creo.

– Si quiere -anadio tras una pausa, con la actitud de quien no esta seguro de lo que va a decir pero que de todos modos se ve obligado a soltarlo-, podria asistir a la boda. Mucho me temo que no sera un evento muy solemne, a ninguno de los dos nos gustan, sino una ceremonia sencilla seguida de un banquete en la intimidad. Solo la familia y unos pocos amigos. Pero nos encantaria contar con su presencia.

?Donde habria aprendido esa manera de hablar que emulaba a las damas de sociedad casi a la perfeccion? Sus padres, personas relativamente acomodadas que de pronto se habian visto introducidas en circulos elevados, procedian de familias humildes de Londres, como podia apreciarse por su acento. Era gente corriente que habia tenido suerte; gracias al talento del senor Jennings y su habilidad para los negocios poseian una casa hermosa y

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