– Desde hace unos seis meses.

Eso era antes de que yo la conociese y coincidia con su supuesto noviazgo con el principe de Gales.

– Entonces, ?el joven principe…? -pregunte con cautela.

– ?Que joven principe?

– Bueno… -Solte una risita, inseguro de haber mantenido esa conversacion en el pasado, tan absurda me parecia ahora-. Me comentaste que estabas prometida al principe de Gales. Que planeabais fugaros porque sabiais que su madre se opondria a vuestra union.

Me miro con los ojos muy abiertos, como si estuviese loco de atar, y estallo en carcajadas.

– ?Prometida al principe de Gales? -repitio entre risas-. Pero ?si no es mas que un nino!

– Bueno, si -admiti-. Eso mismo te dije yo, pero parecias tan convencida que…

– Debe de confundirme con otra persona, senor Zela.

– Llamame Matthieu, por favor.

– Debes de tener un verdadero haren de jovenes que acuden a contarte sus problemas -anadio con una sonrisa coqueta.

Me retrepe en mi asiento, sin saber que decir. Habia mantenido esa conversacion, lo recordaba perfectamente, y ahora estabamos enfrascados en otra. Esa fue la primera vez que la vi como una cuentista nata.

– Bueno -prosiguio-, aunque me da un poco de verguenza, debo confesar que Arthur y yo nos hemos convertido en algo mas que amigos. El me ha… -Hizo una pausa teatral, miro a un lado y despues a otro como si se encontrara en un escenario y agrego-: Me ha conocido, senor Zela.

– Matthieu -insisti.

– Me ha quitado algo que nunca podra devolverme o restituirme, pero he de admitir que yo permiti que lo hiciese. Asi de intensa era la pasion que me inspiraba. Estoy enamorada de el, pero me temo que el no me quiere.

Asenti y me dije si, llegados a ese punto, se esperaba de mi que formulara una pregunta. Alexandra me miraba con expresion de loca, y adverti que, en efecto, esperaba que yo dijera algo, de modo que le hice algunas preguntas sobre Arthur mientras trataba de averiguar de que me sonaba.

– Es el director de nuestra escuela -respondio-. Peor aun… es un clerigo.

– ?Que? -dije, y contuve las carcajadas al ver que la bola iba aumentando ante mis ojos.

– Un pastor -puntualizo-. Para ser exactos, un pastor puritano. -Se echo a reir, como si el puritanismo de Arthur le hiciera mucha gracia-. Ha intentado negar nuestra historia, pero los otros profesores lo sospechan. Pretenden quitarme de en medio. El resto del profesorado me considera una ramera, una mujer sin decoro, y dado que temen sufrir un castigo divino si critican a Arthur, se han vuelto contra mi. Exigen mi expulsion, y si Arthur no accede informaran del asunto a toda la escuela y me acusaran de libertina. Cuando mis padres se enteren, me mataran. En cuanto a Arthur… bueno, toda su carrera podria arruinarse.

De repente una luz se encendio en mi mente como un relampago. Me levante, en apariencia para ir a buscar otra botella de oporto, pues de la que estabamos bebiendo ya no quedaba ni una gota. Me dirigi hasta el extremo opuesto de la estancia, saque una botella del armario que habia debajo de la libreria y, aprovechando que Alexandra estaba de espaldas, alce la mano para alcanzar un tomo. Tenia la corazonada de que en el encontraria una explicacion a tan inverosimil historia. Era una obra reciente, publicada tan solo un ano atras por el escritor estadounidense Nathaniel Hawthorne, que habia tenido mucho exito de publico. La ojee en busca de un nombre, que encontre en la pagina 35; pertenecia a un personaje cuyas insidiosas aventuras habian causado un escandalo en los circulos literarios en el momento de su publicacion: «Buen maestro Dimmesdale -dijo-, la responsabilidad del alma de esta mujer recae en gran medida sobre usted. Le incumbe a usted, por consiguiente, exhortarla a arrepentirse y confesarse, como prueba y consecuencia de lo mismo.» Arthur Dimmesdale, el pastor puritano amante de Hester Prynne. Suspire, devolvi el libro a la estanteria y meti la botella en el armario; me parecio que a Alexandra no le convenia beber mas.

– Lo he visto esta noche -dijo la joven mientras volvia a sentarme; apoye el codo en el brazo del sillon y descanse la mejilla en la mano-. Me ha seguido por la calle, me busca para matarme, senor Zela. Matthieu, quiero decir. Me degollara para que no pueda contar a nadie mi version de nuestra historia.

– Alexandra, no estaras imaginandotelo, ?verdad?

Se echo a reir.

– Bueno, es cierto que las calles estan oscuras, pero…

– No, no -sacudi la cabeza-, me refiero a toda la historia, a Arthur Dimmesdale. Ese nombre… ?de que me suena?

– ?Lo conoce? -inquirio abriendo los ojos como platos mientras se enderezaba en la silla-. ?Es amigo suyo?

– Se quien es. De hecho, he leido un libro sobre el. ?No es un personaje de…?

– ?Que ha sido eso? -dijo al oir un ruido procedente del pasillo, un crujido del suelo de madera provocado seguramente por el viento-. ?Arthur esta aqui! ?Me ha seguido! ?Debo marcharme! -Se levanto de un salto y se puso el abrigo a toda prisa antes de dirigirse hacia la puerta.

La segui, sin saber que hacer.

– Pero ?adonde vas?

Alexandra me toco el brazo en senal de gratitud.

– No te preocupes por mi. Ire a casa de mis padres. Con un poco de suerte todavia no sabran nada de mi comportamiento. Dormire ahi esta noche y manana decidire lo que voy a hacer. Gracias, Matthieu, me has sido de gran ayuda.

Me beso en la mejilla y se marcho. Asi era Alexandra Jennings, la supuesta portadora de la letra escarlata, la unica habitante de un mundo que se creaba para si misma todos los dias.

El primero de mayo llego, y con el la inauguracion de la Gran Exposicion de los Trabajos de la Industria de Todas las Naciones. Fui al Palacio de Cristal a las cinco de la madrugada para supervisar los ultimos preparativos y asegurarme de que todo el mundo esperaba en sus puestos el inicio de la ceremonia. Aunque hacia bastante calor, lloviznaba un poco, y confiaba en que despejase a media manana, cuando la mayor parte de los carruajes estarian en camino. Se calculaba que medio millon de personas se darian cita ese dia en Hyde Park para presenciar la llegada de los dignatarios extranjeros en compania de la joven reina Victoria y su familia. Se habian dado los ultimos toques al enorme edificio apenas unas horas antes. Hasta donde alcanzaba la vista el espacio estaba ocupado por filas de vitrinas con objetos de todo tipo, desde piezas de porcelana, maquinas de vapor y bombas hidraulicas hasta trajes nacionales, mariposas y mantequeras. Los colores y los ornamentos se extendian como un arcoiris bajo el cristal de las vitrinas y se oian constantes exclamaciones de admiracion mientras los visitantes recorrian los pasillos, atonitos por el maravilloso espectaculo que se les ofrecia. La reina en persona llego a la hora del almuerzo y declaro inaugurada oficialmente la Exposicion. Despues de que le fueran presentados los delegados extranjeros, sir Joseph Paxton la guio por la seccion britanica y mas tarde ella elogio en su diario la habilidad demostrada en los preparativos.

Cuando regrese a casa era casi medianoche, pero me parecia que solo habia pasado una hora desde que la habia abandonado por la manana. Apenas recordaba haber vivido un dia tan lleno de excitacion y belleza como el que acababa de pasar. La Exposicion fue un exito. Al final la visitaron unos seis millones de personas, y valio la pena el arduo trabajo que supuso. Aunque yo era consciente de que mi papel en los preparativos habia sido insignificante, me sentia satisfecho por mi trabajo y por haber participado en uno de los grandes acontecimientos de la epoca.

Me arrellane en un sillon con una copa de vino y un libro; estaba agotado, pero decidi relajarme un poco antes de meterme en la cama. A la manana siguiente tenia que volver al Palacio de Cristal, de modo que debia descansar un poco. De pronto se oyo un alboroto procedente de la planta baja, donde vivian los Jennings, pero no le preste atencion hasta que oi unos pasos subir presurosos por la escalera y luego que forcejeaban con la puerta, que habia cerrado con llave al entrar en casa.

Me acerque y, cuando iba a preguntar quien era, Richard me llamo a gritos desde el otro lado (reconoci su voz a pesar de la furia que la dominaba) y empezo a aporrear la puerta.

– ?Richard! -exclame abriendo al instante, temiendo que estuvieran atacandolo, y antes de que pudiera pronunciar otra palabra me empujo hacia la pared y me cogio por el cuello.

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