lado.
– Oiga, no deberia…
– No tema -la tranquilice.
No se tranquilizo. Miraba mis manos como si yo fuese David Copperfield a punto de hacerlo desaparecer. Al bolso le pasaba lo mismo que al de Laura: contenia poco menos que todas las rebajas de El Corte Ingles. Habia demasiadas cosas como para inspeccionarlo con minuciosidad. Lo unico que saque de el fue el billetero. La portera dio un respingo. Lo abri y me aparecio otra fotografia de Alex junto con el documento nacional de identidad. Tenia sus buenos anos, no era de los mas recientes. La direccion no se correspondia con la del piso en que me encontraba. La memorice lo mismo que los otros datos. Nombre del padre: Laureano. Nombre de la madre: Carmen. Profesion: modelo. Estado civil: soltera.
– No se lo ira a llevar, ?verdad?
– No, mujer, ?que dice?
– Ah, bueno. -Comprobaba la edad y todo eso.
– Ya, ya.
Pero no se quedo tranquila hasta que hube metido el billetero en el bolso y el bolso en su lugar.
La habitacion de Elena Malla no tenia ningun espejo grande. Alli no se hacian fotografias comprometedoras. Eso me hizo comprender que no encontraria nada mas. Hora de irse.
– Vivia con demasiada discrecion como para ser modelo, ?no?
– Tuvo buenos tiempos -la defendio la portera-. Al caer enferma… Ya sabe.
Si, sabia.
– Ha sido usted muy amable. -Empece a caminar hacia la salida.
La oi suspirar, mas aliviada. Troto detras de mi hasta alcanzarme, rebasarme y detenerse en la puerta. Aplico su oido experto a la madera y luego abrio. No habia nadie cerca. Eso la tranquilizo del todo. El ascensor incluso seguia en el piso. Entramos y, mientras bajabamos, me dijo, iluminada por una inocente curiosidad:
– Oiga, las fotografias seran en colores, ?verdad?
XX
La lista de las personas que iban a odiarme al dia siguiente, o en cuanto se supiese la muerte de Laura y mi serie de visitas, iba aumentando en proporcion directa a la constatacion del lio en que me estaba metiendo. Ni Paco iba a salvarme el pellejo, y menos los del periodico, por mucho que alegase que era «una noticia».
La direccion que constaba en el DNI de Elena Malla correspondia al Ensanche, en la calle Mallorca entre Aribau y Muntaner. Tenia que ser la casa paterna. Opte por ir alli antes que hacer una segunda visita a Andres Valcarcel, el hombre infartado de la silla de ruedas que luego se ponia a caminar como si tal cosa. El que el padre de Elena Malla estuviese loco me contenia un mucho, aunque no tanto como para que no quisiera cerrar el circulo con todos aquellos que tuviesen algo que ver en el caso, y mas en los sucesos de los ultimas veinticuatro a setenta y dos horas.
Meti el coche en el aparcamiento de delante. El empleado me indico que lo pusiera en «el rincon del fondo». Los Minis siempre iban a parar a los rincones del fondo. Pese a que parecia un guinapo arrugado, atrape la chaqueta. Siempre me daba un poco mas de seriedad. Ya era tarde, muy tarde, y alli no habia portera o conserje, solo el portero automatico. Y no sabia cual era el piso de Laureano Malla. Probe de abajo arriba. Dos no me contestaron, uno dijo que no sabia en que piso vivia, otro mas me insistio en que me equivocaba y, por ultimo, una voz me indico que era el cuarto segunda. Si llamaba al cuarto segunda lo mas probable es que el hombre me preguntara y entonces podia pasar cualquier cosa. Me arriesgue con otros timbres hasta que tuve suerte. Cuando solo me quedaban dos timbres a los que llamar, una voz de mujer me dijo tambien que era el cuarto segunda y, para mi sorpresa, escuche el zumbido de la puerta que se abria.
Subi en un viejo ascensor de los de antes. Todo el edificio era antiguo. Mientras lo hacia, me pregunte de que forma me iba a presentar ante aquel hombre que habia enterrado a una hija y estaba solo. No queria mentirle, decirle que era detective o cualquier otra estupidez. El ascensor me llevo con toda su dignidad hasta la cuarta planta, pasando a traves de rellanos muertos que eran otras tantas estaciones de mi via crucis personal, sin que dejara de preguntarme a mi mismo si no seria mejor que le contase la verdad.
El Laureano Malla que me abrio la puerta de su casa, banado por la amarillenta luz de su rellano y por la no menos apagada bombilla de baja potencia de su propio recibidor, era un hombre de rostro cetrino, espectral, con apenas media docena de guedejas deshilachadas y despeinadas en la parte superior de su cabeza, unos ojos tan hundidos en las cuencas como amargos en su mirada, una nariz prominente, arqueada y coronada por dos grandes orificios, y una boca de sesgo invertido que formaba una media luna nitida con los extremos hacia abajo. Todo ello banado por un cruce interminable de arrugas y enmarcado por un ovalo petrificado.
Boris Karloff era mas guapo que el.
Deje a un lado mi cinismo. Recorde, de nuevo, que habia enterrado a una hija, tan hermosa que imagine que habia salido a la madre, no a el.
– ?Que quiere?
Su tono no era amable. No tenia por que serlo a aquella hora. Mi cabeza trabajo mas aprisa hasta llegar a la unica conclusion posible: la verdad.
– ?Puedo hablar con usted unos minutos?
– No quiero comprar nada.
– Es sobre su hija, Elena.
Se le hundieron mas los ojos. La frente se poblo de nuevas arrugas, lineas horizontales formando una serie de olas atrapadas en su breve dimension. La huesuda nuez subio y bajo por el tramo de su cuello seco y apergaminado.
– ?Quien es usted? -pregunto con mas fuerza.
– Me llamo Daniel Ros. Soy periodista.
Intento cerrarme la puerta en las narices, pero fui mas agil. Meti el pie por debajo. Tenia experiencia en eso. Por arriba frene el impacto con ambas manos. Al ver detenido su intento, tuvo dos reacciones: por un lado, el miedo; por el otro, una sorpresa que se convirtio en ira.
– ?Oiga!, pero… ?que pretende?
– Por favor, escucheme.
– ?Vayase!
– ?Han matado a Laura Torras!
La presion cedio. Sobrevino un relajamiento cargado de sintomas, un cruce de idas que le rompio los esquemas. Esa vez pude verle los ojos, llenos de cansancio, dolor, entumecidos por la humedad despues de haber sido testigos de lo que no le gustaba. No se llevaba bien con su hija, habia hablado de Dios a gritos en el entierro. Aquel hombre estaba desquiciado.
Me observo desde una gran distancia, pero esta no era fisica sino personal.
– ?Que ha dicho?
– Lo que ha oido. Laura Torras ha sido asesinada. -Por si acaso, fui mas preciso-: La mujer que se hizo cargo del entierro de su hija.
– Laura. -Movio la cabeza ligeramente, ladeandola. Surgia de una pesadilla para meterse en otra. Tal vez no estuviese en sus cabales. Algunos locos tenian mejor aspecto que el. Me miro y repitio-: Laura.
– ?Puedo pasar, senor Malla?
– ?Que… ha sucedido?
No se movio. Emplee la mejor de mis paciencias y el mas ductil de mis tactos.
– Ha aparecido muerta en su casa, esta manana. Alguien se ensano con ella.
Se me quedo mirando y me senti incomodo. Incluso ridiculo. Su cara era inexpresiva, como si la idea tardase en entrar y llegar al centro neuralgico de sus reacciones. Sin embargo, por fin se produjo el milagro: se aparto y me franqueo el paso. Cerro la puerta. Creia que echaria a andar por el pasillo que seguia pero no lo hizo. Nos quedamos en el recibidor. A su espalda vi un par de carteles de cine, de