bata y unas pantuflas, todo viejo, todo anacronico, como el papel de la pared. Intente ver aquellas imagenes.
– Perdone, no me encuentro… demasiado bien -dijo con una voz rota.
– Siento molestarle, de verdad, y mas a esta hora, pero Laura era muy amiga de su hija, la queria mucho.
– Me temo que… ?Como ha dicho que se llama?
– Daniel Ros.
Le ensene mi carne de periodista y la credencial del periodico. Los estudio de cerca. Me di cuenta de que parecia mas viejo de lo que era en realidad. No tendria muchos mas de sesenta aunque aparentase ochenta.
– ?Para que quiere hablar conmigo? No entiendo.
– La muerte de Laura sera un escandalo, y no quiero que se ensucie el nombre de su hija si puedo evitarlo. Estoy intentando averiguar la verdad, que paso.
– ?Que puedo saber yo?
– Quiza nada -recorde lo que me habia dicho la enfermera jefe de la planta de urgencias del Clinico y tambien Julia-, pero, con la ayuda de Dios, todo esfuerzo valdra la pena.
La palabra «Dios» le provoco una sacudida. Su rostro se dulcifico un poco y me miro con mas atencion.
– El vigila -sentencio elevando un dedo hacia lo alto.
– Su hija se suicido y Laura Torras ha sido asesinada. ?Cree que pueda existir una relacion entre ambos hechos?
La paz desaparecio de su cara.
– Mi hija murio por accidente, senor Ros -manifesto en un tono que no admitia replica.
– Pero se drogaba, lo mismo que Laura, y las dos habian salido con un hombre llamado Alex que ahora ha desaparecido.
Me estaba habituando a sus cambios de expresion constantes. El de ahora fue casi una conmocion.
– ?Un hombre? ?Que hombre?
– Usted le vio ayer en el entierro, uno alto, cabello largo, piel bronceada y atractivo, ?lo recuerda? Iba con Laura.
– ?Como sabe que ha desaparecido?
– No aparece por ningun lado, y es la pieza clave de todo este embrollo.
Se llevo una mano a los ojos y se los apreto bajo el sindrome de una gran tension. Se los hundio aun mas. Desaparecieron tras el peso de su agotamiento y las sombras proyectadas por la escasa luz. Aproveche el momento para ver mejor las fotografias. Vi a actores y actrices en sus primeros anos, como Carmen Maura, Penelope Cruz o Antonio Banderas, y a otros ya en su etapa mas madura, como Alfredo Landa, Jose Luis Lopez Vazquez o Fernando Fernan Gomez. En todas estaba un Laureano Malla sonriente, al principio treintanero, despues cuarenton. Por el pasillo seguian las fotos y los posters de peliculas clasicas:
– Mi hija era todo lo que tenia. Todo -suspiro de pronto-. Dios nos lo da. Dios nos lo quita.
– ?Por que se enfado tanto con Laura Torras? Ella solo queria ayudar.
– Pago el entierro. Debi hacerlo yo.
Me pregunte si podia. No parecia vivir holgadamente. De pronto le vi oscilar de derecha a izquierda, como si estuviese a punto de caer, y lo sujete solo lo preciso para que el se apoyase en la pared, con una mano.
– ?Cuanto hace que no come o no descansa, senor Malla?
– Por favor, vayase -me pidio.
– Deberia ver a un medico -le aconseje-. Y no estar solo.
– Dios esta conmigo -me sentencio revistiendose de un aura mesianica-. Vayase. Yo no puedo decirle nada.
Mi hija…, mi hija ya no vivia aqui, tenia su propia casa, su vida, su mundo infernal. Ella queria ser libre, ?sabe? Siempre decia lo mismo. Ahora ya lo es. Espero que Dios la haya perdonado y acogido en su seno.
– ?Y Laura Torras? ?Acaso no merece ella tambien un poco de compasion?
No esperaba mucho mas, y no lo hubo. Laureano Malla movio la cabeza en horizontal y recupero su estabilidad. Se llenaba de grandeza cada vez que hablaba de Dios, pero ahora sus palabras fluyeron prenadas de odio y amargura y estuvieron sazonadas de asco.
– Los lobos se comen entre si, senor Ros. A mi ya no me importa nada, ?entiende? Nada. El mundo entero puede irse al diablo, y que Dios me perdone por decir esto.
Me abrio la puerta. Fue de lo mas explicito.
– Tambien los lobos son criaturas de Dios -le dije, puesto en situacion.
– Sea segun Su Voluntad -me despidio pontifical.
Creo que me senti estupido. Soy agnostico. Nunca he soportado a los iluminados, ni siquiera a los que, como Malla, se escudan detras del dolor, su pureza y la santidad, para arrojarles a los demas el hecho de que sean presuntamente debiles. Ellos se sienten fuertes porque poseen La Verdad. Los demas somos idiotas porque estamos lejos de ella. No creemos. Pero Dios nos perdonara a todos, oh, si. Maravilloso.
Esos eran los que mataban en nombre de todos los dioses habidos y por haber.
Laureano Malla no era mas que un pobre diablo atenazado por la perdida de su hija, y no solo ahora, con su muerte, sino antes, viendola apartarse de El Camino, cuando ella se marcho del Templo de La Verdad para caer en el pozo del vicio y la degradacion.
Me senti irritado.
Tanto como para no esperar al ascensor y bajar a la calle a pie, renegando de mi suerte.
Laureano Malla era un muerto en vida, una reliquia. Habia otros que estaban mucho mas vivos. Algunos hasta iban en sillas de ruedas.
XXI
Estaba tan metido en mis pensamientos que por poco me llevo por delante a una madre con un nino en un paso cebra. Claro que la mujer cargo a las bravas, con la criatura en brazos, como quien toma parte en una cerrada ofensiva sobre posiciones enemigas al grito de «ya pararan». Y pare. Pero mi frenazo hizo que el taxi que iba detras de mi estuviese a punto de empotrarse contra mi Mini. Le hice un gesto conciliador al taxista y este, un tipo joven con un mostacho espeso, me correspondio con otro de comprension. Paz y gloria.
Intente olvidarme de Laureano Malla. Me pregunte si aun ejerceria de critico de cine en algun medio que yo no tenia controlado. No recordaba ni su nombre.
Andres Valcarcel era otra cosa.
Me habia enganado por la manana. Ahora iba sobre aviso.
Aparque el coche decentemente, en la calle, en un hueco que habia dejado un viejo Panda que tenia todo el aspecto de haber sufrido colisiones multiples a lo largo de su historia sin que nadie se ocupara de arreglarlo. Camine hasta el edificio y agradeci el que en una casa como aquella hubiese conserjes las veinticuatro horas. Le dije que iba a ver al senor Valcarcel y me franqueo el paso. Cuando llame a la puerta me pregunte si su perro de presa, la enfermera Gomez, seguiria alli.
Tuve suerte.
– ?Quien es? -me pregunto la voz del empresario sin abrirme la puerta.
– Daniel Ros, el detective. He estado aqui esta manana.
La pausa fue breve. Pero fue una pausa, al fin y al cabo.
– ?Que desea?
– Hablar con usted un par de minutos, por favor.
Ya no hubo pausa.
– Aguarde un momento -me dijo.
El momento tardo un minuto. Con el oido pegado a la puerta, logre identificar primero sus pasos alejandose y despues el apenas perceptible maullido de la silla de ruedas acercandose de nuevo a mi. Valcarcel debia de haber hecho muchas cosas durante ese minuto, porque me parecio jadeante y algo mal peinado, como si se hubiese