Capitulo 4

Cuando detuvieron la moto frente al portal del edificio en el que Marta habia vivido sus ultimos meses, casi les resulto como volver a su propia casa, o al menos a un lugar ya habitual y conocido. Subieron al piso y llamaron a la puerta, solo para darse cuenta a los tres segundos de que, una vez mas, la senora Carmela no se encontraba en su domicilio.

Tuvieron la sensacion de que, desde la puerta de enfrente, la vecina les espiaba por la mirilla.

Bajaron hasta el nivel de la calle y salieron por la puerta sin tener mucha idea de que hacer hasta que llegara la noche, cuando, con suerte, podrian seguir a Ursula. Al contrario de otras zonas del barrio, por alli no se veia a nadie a esas horas del dia.

Un chico que conducia una moto pequena pero estruendosa, sin llevar puesto el casco, fumando y con aires de chulo, atraveso su horizonte como unica muestra de vida a lo largo y ancho de la calle.

– Por lo menos una cosa parece que esta clara: ninguno de nuestra clase ha escogido la noticia de la muerte de Marta para el trabajo -dijo Julia.

– Desde luego, no hemos visto a nadie.

– Lo que me extrana de verdad es que tampoco hayamos visto a la policia.

– ?Esperabas encontrarte el barrio tomado por la ley?

– Es un asesinato.

– De una chica que para ellos tal vez no merezca ni una simple investigacion -le recordo Gil-. Carne de canon.

– No digas eso.

– Pues es lo que hay, a no ser que investiguen mas en secreto de lo que pensamos, y no como nosotros.

– Calla -Julia se estremecio-. Me recuerdas a mi padrino. Me la voy a cargar como llame a mis padres.

– ?Lo haria?

– Si, si me cree en peligro.

– ?Piensas de veras que corremos peligro?

La manana era agradable, el cielo no tenia ni una nube, y la tarde se presentaba casi igual. Un dia en el que parecia que no pudiera suceder nada malo en ninguna parte, ni en el cielo ni en el infierno. Y, sin embargo, sabian que era una ilusion.

Lo veian desde el poder y la fuerza de sus diecinueve anos.

Y desde su vida.

Julia volvio la cabeza y miro los destartalados buzones de la casa. Fue al del piso de la senora Carmela y metio la mano en el interior.

– ?Que haces? -le pregunto Gil.

– No se -confeso ella.

Extrajo un monton de propaganda, casi toda procedente de pizzerias, y tres cartas. Una era de Telefonica, otra del banco y la tercera de una entidad llamada Fundacion ASH, siglas de Ayuda Social Humanitaria. Las dos primeras iban dirigidas a la abuela de Marta. La tercera, a la propia adolescente asesinada.

Julia no se lo penso dos veces y lo metio todo en su bolso.

– No -advirtio el.

– Pues ya lo he hecho. Vamonos.

– Julia…

Ella ya estaba otra vez en la puerta, poniendose el casco.

– ?No puedes llevarte la correspondencia de una persona, y menos aun abrirla! ?Es un delito!

– Le pedire perdon a Marta, descuida.

– ?Eres…!

Gil sabia que era inutil, asi que opto por callarse. Por lo menos, nadie los habia visto. Se puso el casco, arranco la moto y, con Julia sujeta con los dos brazos alrededor de su pecho, se marcharon de alli. Era casi la hora de comer, por lo que buscaron un lugar en lo mas centrico de Santa Coloma. Encontraron un meson casero con un menu de seis euros y Julia le dio el visto bueno golpeando el casco de Gil con los nudillos.

Cada vez que paraban la moto y bajaban, a el le parecia que perdia algo mas que aquel contacto, el abrazo de su companera, su calor corporal.

Se sentaron en una mesa proxima a la entrada, porque habia mas luz, y antes de que pudieran decir nada, se encontraron con una chica pecosa, tan quinceanera como Marta, que les puso dos servilletas de papel envolviendo los cubiertos y una cestita con seis rebanadas de pan. Les solto de carrerilla los tres primeros y los tres segundos del menu, como si lo recitara por millonesima vez. Escogieron, y luego les pregunto que iban a beber. Pidieron agua.

La chica se retiro disparada por invisibles motores de propulsion, y Julia saco los tres sobres.

– Espera, ?no?

No le hizo caso. Abrio primero los dos de la senora Carmela. El del banco era un extracto de cuentas, con el ingreso de la pension correspondiente. Un saldo tan exiguo que Julia se pregunto como alguien podia vivir decentemente con aquello. El de la Telefonica era el habitual resumen bimensual de llamadas. Teniendo en cuenta que las metropolitanas no constaban individualmente, el mayor interes radicaba en los posibles numeros provinciales, interprovinciales, internacionales o a moviles, a los que la senora Carmela o Marta habian telefoneado en aquellas fechas. Ninguno era interprovincial o internacional, pero si habia un par de provinciales y cinco correspondientes a moviles. De estos ultimos, tres no se repetian, uno lo hacia en dos ocasiones, y el ultimo aparecia una docena de veces, justo en los dias de la posible desaparicion y asesinato de Marta.

Obviamente, ella no tenia movil. Era llamada y llamaba desde su casa.

– Puede ser algo importante -hizo constar Julia-. Despues telefonearemos a este numero, a ver que tal.

Gil la dejaba hacer, superado por sus nervios.

Reaparecio la chica con los dos primeros platos, el agua y dos vasos, que coloco con movimientos precisos. Les deseo buen provecho y se marcho a por otra mesa. Un puro nervio desatado.

Ahora, Gil ya no dijo nada; sabia que era inutil.

Julia abrio el tercer sobre, el que iba dirigido a Marta y procedia de aquella fundacion desconocida. Como estaban sentados uno frente al otro, la que primero leyo el contenido de la carta fue ella. Sus ojos se dilataron por la sorpresa.

– ?Que, que? -ya no pudo mas el.

– Escucha esto -anuncio Julia, consternada-: «Habiendo sido aprobada por nuestra Junta su amable solicitud de una beca para estudios y desarrollo de programas de formacion en nuestros centros academicos, le rogamos que se ponga en contacto con nosotros a la mayor brevedad posible con el objeto de tramitar…» -no pudo seguir leyendo, porque el asombro le hizo levantar los ojos del papel para centrarlos en su companero.

– Marta habia solicitado una beca -exclamo sin muchas fuerzas Gil.

– Y se la acababan de dar -concluyo Julia, agotada.

De pronto, ya no tenian hambre. Los platos humeaban delante de ellos, pero sus estomagos habian empequenecido hasta convertirse en dos bolas compactas. Les zumbaban las sienes. Una nueva dimension de la tragedia se abria bajo sus pies sin que todavia entendieran su simbolismo, aunque se deslizaba como una serpiente hacia su razon.

– Iba a conseguir…

Gil tomo la carta de sus manos y la leyo. No decia mucho mas. La fundacion estaba en el centro, en la calle Enrique Granados. Se la devolvio a Julia para que la guardara. El telefono sono tan intempestivamente que les sobresalto.

– Es mi padrino -suspiro ella-. ?Que hago?

– Contesta la llamada.

Se resigno, abrio la linea y cruzo los dedos. Esperaba que el siguiera con la bronca de antes, pero fue todo lo contrario.

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