– ?Tenian cita concertada?

– No.

– En este caso, me temo que no se si…

– Digale que es para hablar de Marta Jimenez Campos.

– ?Perdonen?

– Usted limitese a decirle ese nombre.

No le gusto el misterio. Dejo de sonreir, y entonces aparecio la secretaria perfecta y feroz que escondia su postura inicial. Retrocedio y, durante tres minutos, no supieron si iban a salir en globo o que. Cuando volvio la secretaria, notaron que estaba aun mas seria. No debian de gustarle nada los secretos que no controlaba.

– Por favor, si quieren seguirme…

Les precedio por un pasillo hasta llegar a un despacho cuya puerta abrio ella misma. Julia y Gil oyeron como la cerraba a sus espaldas y les dejaba solos con el dueno de aquel lugar. Jose Maria Ponce estaba sentado detras de su mesa, en el centro de un cubiculo tan pragmatico que, si les hubieran preguntado a que creian que se dedicaba, no habrian sabido responder. En un angulo de la repisa abierta a su espalda vieron la clasica fotografia familiar: hombre, mujer y tres hijos, todos sonrientes. Parecia antigua.

No les gusto su cara, y aun menos la forma en que los miraba. Tampoco les gusto que les tuteara.

– Perdonad, pero habeis dicho un nombre que no me suena. No entiendo…

– Marta Jimenez Campos -dijo Gil.

Jose Maria Ponce abrio sus manos y arqueo las cejas.

– Sigo sin…

– ?No recuerda el nombre de su hija, senor? -vencio su miedo Julia.

– Yo no tengo ninguna hija llamada Marta, y si los apellidos son Jimenez Campos…

– Senor Ponce -Gil mostraba una enorme seguridad-. Usted tuvo una historia con una mujer llamada Lali, hace dieciseis anos. La dejo en estado y luego paso de ella.

– ?De donde habeis sacado esa tonteria? ?Quienes sois vosotros?

– Escuche, senor Ponce -hablo Julia-. Lo unico que queremos…

– ?Sera posible! -el hombre se puso en pie-. ?Esto es una broma, o que? ?Haced el favor de…!

– No juegue con nosotros -le advirtio Gil.

Jose Maria Ponce habia rodeado la mesa y ahora se encontraba cara a cara con ellos. La seguridad que mostraba quedaba traicionada por el temblor de sus pupilas, que saltaban de uno a otra mientras una venita se agitaba en su sien derecha. Tendria unos sesenta anos, se conservaba decentemente, lucia la clase habitual que suele proporcionar el dinero cuando es suficiente como para disfrutar de la vida sin agobios.

– ?No, hijo! -le previno-. ?No juegues tu conmigo, o saldras de aqui con el rabo entre las piernas! -su furia fue en aumento-. ?Vais a marcharos de aqui pero ya!

– Lo sabemos todo, senor Ponce -se limito a decir Gil.

Los siguientes cinco segundos fueron tensos. Julia temio que el hombre golpeara a su companero. Su rabia crecio, llego al limite y, como si pesara demasiado, se vino abajo, desparramandose hasta dominarle y vencerle. Se agoto igual que una bateria, de forma fulminante, y sus ojos se inundaron de sombras y crepusculos.

– Yo no embarace a nadie -se resistio por ultima vez.

Gil le sostuvo la mirada. Ya no dijo nada. Espero. Julia estaba fascinada por aquella serenidad.

Jose Maria Ponce toco fondo.

– ?Es un chantaje? ?Es eso?

– No es un chantaje -dijo Gil tan despacio como pudo-. Veniamos a decirle que Marta murio el otro dia.

Un parpadeo.

– ?Que?

– La asesinaron.

Tuvo que apoyarse en la mesa, no porque sus piernas se doblaran, sino porque el peso y el cansancio siguieron venciendole. Fruncio el ceno de perplejidad, aunque no dio muestras de estar asustado.

– La policia no ha venido a verle, claro -convino Gil.

– No.

– Puede que lo haga.

– ?Por que?

– Era su padre, aunque, cuando vino a verle, usted la echo.

– Yo no…

– Si, usted si -asintio Gil-. Usted paso de ella. Debio de presentarsele al morir su madre, para conocerle, nada mas, o tal vez para pedirle ayuda para estudiar, para salirse de su mundo, y usted hizo lo que cabia esperar: darle la patada, como todos.

La venita de su sien se disparo. Parecia un gusano atrapado, buscando una salida, desesperado.

– ?Quienes sois vosotros?

– Periodistas.

Se puso blanco, como la cera. Y, de nuevo, reaparecio la rabia.

– ?Vais a publicar toda esta mierda?

– Esta mierda es la muerte de su hija, senor -dijo Julia.

– La encontraron desnuda, tirada en un monte -la secundo Gil-. Acababa de cumplir quince anos.

– ?Sabia que, cuando usted se la quito de encima, Lali acabo ejerciendo la prostitucion y arrastro a su hija a un infierno? -le dio ella la puntilla.

El vertigo de Jose Maria Ponce podia escucharse, ensordecia, y tambien podia medirse con un sismografo. Su quietud no era mas que una pantalla. Alli dentro, en su pequena geografia, rios de sangre corrian desbocados y vientos huracanados barrian y agitaban hasta los recovecos mas infimos. Sus ojos ya estaban muertos antes de que se les enfrentara por ultima vez.

– ?Quereis marcharos, por favor?

– No nos quedariamos por nada del mundo, ?sabe? -Gil fue el primero en moverse.

Julia siguio mirandole.

– Vamonos -le dijo el.

– Espero que alguno de sus hijos valga la mitad de lo que valia ella -le disparo la muchacha al corazon.

Cuando salieron de alli, el vertigo era suyo.

Capitulo 2

Rodearon Barcelona por la ronda de Dalt hasta Santa Coloma. Les quedaba una ultima tentativa: Patri. El trafico se hizo abigarrado al acercarse a su destino a causa de un accidente, pero ellos iban en moto y lograron superar el tapon hasta llegar a la salida. El salto desde Sant Just Desvern, con sus chaletitos, sus edificios de oficinas y su lujo, contrastaba con el barrio de Santa Coloma, que ya empezaba a resultarles habitual y familiar pese a que solo era su segundo dia de investigacion. Gil detuvo la moto frente al IES El Fortin, el mismo lugar en el que el dia anterior habian hablado con aquellas dos chicas, la de la ropa amplia y la delgada, Leti y Elena.

Una mujer que salia del edificio en aquel momento fue la candidata idonea para la pregunta que le formulo Julia, con su sonrisa de confianza incluida.

– Perdone, senora. Estamos buscando a unas chicas que se llaman Leti y Elena. Creo que viven aqui.

La mujer los miro a fondo. Debio de concluir que eran normales y pacificos. Movio la cabeza senalando hacia arriba.

– Elena vive en el quinto tercera.

– Gracias -se despidio ella.

Subieron en el ascensor, un poco castigado por dentro con pintadas, como algunos servicios. Habia cuatro

Вы читаете Sin tiempo para sonar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату