Iba a llevarselo. Iba a…

Reacciono. Se jugo el todo por el todo. Salio de su escondite y echo a correr hacia la carretera. La cruzo sin mirar, alcanzo la moto y se puso el casco. Su bolso estaba en el compartimento de debajo del sillin. Aun no habia arrancado cuando la camioneta salio del aparcamiento del club Aurora y enfilo hacia su izquierda.

Julia puso en marcha la moto.

Y cuando la camioneta se encontraba a unos treinta metros de distancia, salio de su escondite y fue tras ella.

– ?Mierda! -tuvo ganas de llorar.

?Por que le habia dejado hacerlo? ?Por que no habian llamado a su padrino? ?Por que, al ver que no salia, no hizo algo antes? ?Por que…?

– Gil, no… No, por Dios.

No podia parar la moto para llamar. Si lo hacia, adios contacto visual. Ni conducirla y telefonear al mismo tiempo, porque a duras penas lograba mantener una velocidad de crucero para no perder a la camioneta. Y menos mal que Gil le habia dejado llevar su precioso vehiculo un par de veces. De no haber sido por eso…

La camioneta rodaba a una velocidad bastante buena, aunque no excesiva, de espaldas a Barcelona. Habia muchas curvas y, aunque el asfalto estaba seco por la ausencia de lluvias, algunas eran tan cerradas que se convertian en peligrosas, y mas para ella. No podia acercarse mucho, so pena de despertar sospechas, ni mantener una cierta distancia porque si la camioneta se salia por algun desvio y no se daba cuenta…

Miro el cuentakilometros.

Dos, tres, cinco, diez…

– ?Adonde vas? -le pregunto al aire.

Ahora si tenia frio, mucho frio. No llevaba la ropa adecuada. Yendo detras de Gil, el la protegia, pero conduciendo ella, el viento la golpeaba y la helaba. Si la camioneta iba lejos, a cincuenta o cien kilometros, tal vez no lo resistiese, o se acabase la gasolina.

No se cruzo con un solo coche de policia, y ningun otro hubiera parado.

Estaba sola.

Sola con un maniaco, y sin saber si Gil estaba vivo o muerto.

Ningun pueblo, ninguna casa. No tenia ni idea de donde se encontraba, pero, desde luego, Lenox evitaba cualquier nucleo habitado. Recordo el hallazgo del cadaver de Marta, en una montana perdida. De no ser por aquel loco de los pajaros, nadie la habria encontrado jamas, o al menos en muchos meses.

No pudo permitirse el lujo de llorar. Y menos llevando el casco y la visera bajada. Si encima no veia nada, se mataria.

Se aferro al manillar con rabia.

Dos kilometros despues, la camioneta se salio por fin de la carretera y enfilo un camino vecinal de tierra. Julia se detuvo al ver sus luces traseras avanzar en la oscuridad. Habia llegado el momento de jugarsela y pensar algo rapido. Si la seguia, Lenox lo notaria. Si no lo hacia, la perderia.

Apago la luz, miro la luna, se encomendo a todos los santos del cielo y se interno por el camino de tierra.

La camioneta rodaba ahora a velocidad minima, asi que no la perdio de vista. Entre observar el suelo, para no meter la rueda en un agujero y caer, y mantener aquel conecto, paso unos minutos angustiosos. Ni siquiera pudo sa-3er cuantos.

Luego, la camioneta se detuvo.

Julia hizo lo mismo.

La distancia debia de ser de unos veinte o veinticinco metros. Suficiente en todos los sentidos. Se quito el casco y lo dejo en el suelo. El otro estaba sujeto atras. No se llevo las llaves, por si acaso, y las dejo insertadas en el contacto. Cuando echo a correr por el camino, lo hizo calculando todas sus posibilidades, y al final, ya cerca de la camioneta, agudizo los sentidos y se movio mucho mas despacio.

La camioneta enfocaba con sus luces un punado de arboles y de maleza abigarrada.

Lenox abria en ese momento la parte de atras. Agarro una pala y se la coloco entre las piernas. Despues saco el cuerpo de Gil, arrastrandolo hasta el borde, y se lo cargo a la espalda. Cogio la pala con la otra mano y echo a andar.

Gil llevaba una cinta adhesiva muy gruesa en la boca, y las manos y los pies, atados tambien con ella. Seguia inmovil.

Julia volvio a seguirlos, ahora a pie.

Mas o menos a unos diez metros de la camioneta, Lenox se puso la pala bajo el brazo y extrajo una linterna de su bolsillo. Con ella ilumino la montana. Por alli no habia senda alguna.

Julia empezo a aranarse por todas partes, a cruzar por en medio de hilos invisibles que la hicieron estremecer, sin poder acercarse mas a Lenox, pero mas y mas perdida, con solo el resplandor de la linterna que oscilaba por delante.

Hasta que su perseguido volvio a detenerse.

Entonces le oyo hablar.

– Tranquilo, chico, que esto ya se acaba.

Julia temia hacer ruido, partir una rama a su paso, tropezar y caer. Tuvo cuidado, o suerte, o todo a la vez. Cuando llego a la escena, se le encogio el corazon. La linterna estaba sujeta entre las dos ramas de un arbol, apuntando al lugar en que se encontraban ellos dos. Gil se movia, con los ojos desorbitados, pataleando sin fortuna, y Lenox le observaba desde arriba. Julia casi grito al verle vivo.

– ?Quieres que te mate como a la estupida aquella, o a ti te entierro vivo, por gilipollas? -dijo Lenox.

La pala.

La pala estaba detras del maton.

Cuando la cogiera y empezase a cavar, Gil estaria perdido. Y ella.

Nunca lograria hacerle nada, salvo que…

La pala. Su unica oportunidad.

Lenox seguia disfrutando con su papel.

– Podrias cavar tu, ?que te parece? ?Si? Oh, crees que asi tendrias una oportunidad, ?verdad? Lo malo es que yo tengo algo mas que tu no tienes, chaval. Tengo una pistola, de esas que hacen «?pum!». ?Que dices?

Julia salio de entre los arboles.

En su mente se desataba una tormenta. Parecia imposible que Lenox no la oyera decirse a si misma: «No te vuelvas», «Por favor, que no tropiece», «Por favor, que no haya ninguna rama», «Quieto», «Gil, no mires, no hagas nada, ni un gesto»…

Todas aquellas voces. Cinco metros, cuatro, tres…

Lenox le dio unos cachetes a Gil.

– Tenia que haberla enterrado, como a ti, pero ya ves. Tranquilo, te voy a traer a Ursula para que te haga compania. Y creeme que lo siento. Es todo un caracter, demasiado para un idiota como tu, chico. Claro que estareis tan muertos que poco vais a poder hacer.

Dos metros, uno.

Lenox alargo la mano hacia la pala, sin mirar. Gil se agito un poco mas.

Esa fue la clave.

Lenox dejo de buscar la pala. Julia ya estaba casi encima. Se agacho para cogerla.

Cuando sus dedos la asieron, Lenox volvio la cabeza.

Pudo haberse quedado paralizada, llorar, desmayarse, echar a correr. Pero Gil estaba alli, en el suelo, mirandoles a ambos, alucinado y sorprendido, con los ojos fuera de las orbitas.

Y Julia sabia que todo dependia de ella.

Giro la pala, puso todas sus fuerzas en el gesto y la abatio sobre la cara del desconcertado Lenox.

Se escucho un sonoro «?clang!» en la noche cuando el hierro impacto contra los huesos. Tambien un gemido ahogado y, en menor medida, un crujido proveniente de esos mismos huesos. Lenox cayo de lado, como un fardo.

Y ya no se movio.

Julia, temblando, todavia con la pala entre las manos, dispuesta a asestar otro golpe, o los que hicieran falta,

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