– Y distancia para…
Hablaban de uno en uno, y los ojos de Julia saltaban de el a ella, y viceversa. Era como si, de pronto, recordaran que eran sus padres antes que sus maestros, aunque lo que le decian tuviera sentido. Demasiado sentido.
– ?Ya vale!, ?no?
Se callaron.
– ?Y yo que estaba tan contenta! -exclamo Julia.
– Carino, nos conocemos.
– Hace diecinueve anos y ocho meses, papa.
– Eso implica que, definitivamente, no vas a venirte de vacaciones con nosotros al Pirineo -suspiro su madre.
– Mama, si ya no pensaba ir -puso cara de fastidio.
– Que mania con quedarte aqui, sola.
– ?Barcelona en Semana Santa? ?Una maravilla! A mi, esas huidas masivas del personal…
Sus padres se miraron.
– Hemos creado un monstruo -exagero Juan Montornes.
– Dimelo a mi -convino Valeria Rius.
– ?Anda, que lo vuestro…! -Julia unio los dedos de su mano derecha hacia arriba y los agito, en un gesto muy a la italiana.
– Recuerda que, antes de ser frailes, fuimos monaguillos -dijo su madre.
– ?Vosotros nacisteis frailes, directamente!
– Venga, ayudame a levantarme -le pidio su padre-. Voy a prepararos una cena de primera.
– ?Te ayudo a abrir latas?
La fulmino con una mirada total. Si de algo estaba orgulloso, era de sus dotes culinarias. Y con razon. Julia le tendio las dos manos y tiro de el. Ya en pie, el hombre no la solto y la atrajo hacia si.
– Es broma -la beso en la frente-. Bueno, casi.
– Ya -se dejo querer ella.
– Lo del pragmatismo, y la paciencia, y la objetividad, y la distancia…
– Mama, dile a tu marido que se calle -le pidio a ella.
– Marido, callate -le ordeno su mujer.
Juan Montornes echo a andar hacia la puerta.
– A lo mejor aun podria trabajar para National Geographic -suspiro, siguiendo con su tono crepuscularmente ironico-. Les dire que mi propia hija me ha echado de casa.
Desaparecio de su vista.
– Mama, no digas nada -la previno.
Valeria Rius levanto ambas manos, con las palmas por delante, en un gesto de inocencia.
– Ya eres mayorcita.
– Exacto.
– Pues, hala, tienes permiso para vivir -ella tambien emprendio el camino de la puerta de la sala, aunque siguio hablando de espaldas-. Pero recuerda que, si la noticia tiene que ver con la mafia, mejor pasa. Son mala gente. Y rencorosos.
Julia se quedo sola.
Siempre estaban de broma, de buen humor, jugueteando con la vida, pero no hablaban por hablar. Y la conocian bien. Por lo general, todo lo que decian riendo era verdad, y lo que decian serios habia que tomarselo a broma. Eran felices. Habian vivido felices. Podian sentirse orgullosos.
Tenian un pasado.
Y ella, un futuro.
Los queria, y lo que mas deseaba, aparte de salir adelante, era ofrecerles la felicidad que merecian en los ultimos anos de su vida. Hacer que se sintieran orgullosos de ella. Aun mas de lo que ya lo estaban.
Era viernes por la noche, pero de lo unico que tenia ganas era de que llegara la manana del domingo.
Capitulo 4
El profesor Massague les habia dicho que compraran y se centrasen especificamente en un periodico y solo en ese, pero Gil los compro todos, para cotejar la noticia en los demas, una vez elegida la que Julia y el tendrian que investigar. Se tomo un cafe y un bollo en el bar de la esquina, subio a su minusculo apartamento de estudiante, en el que apenas cabia su cama, y paso la primera media hora de aquel domingo luminoso leyendo de arriba abajo el diario elegido. Tardo en decidirse, pero finalmente no vacilo. Marco sus tres noticias con rotulador rojo y casi se las aprendio de memoria, buscando calidades y cualidades ocultas. No sabia si telefonear o no a Julia, asi que espero a que fuera una hora mas decente. A las diez en punto sono su telefono movil y, al otro lado de la linea, escucho la voz alegre de su companera.
– Despierta ya, dormilon, a ver si voy a tener que hacer yo todo el trabajo.
– Llevo en pie desde las ocho de la manana. Ya me he leido el periodico. Iba a llamarte ahora.
– Eso se llama sincronizacion -dijo Julia-. Yo he hecho lo mismo.
– Por eso estamos en el mismo equipo.
– Puedes jurarlo -canto ella-. ?No me digas que tambien los has comprado todos para cotejar la noticia con los demas?
Gil miro la pequena montanita de periodicos, con sus correspondientes regalos dominicales. Se puso rojo y casi estuvo a punto de decir que no. Pero comprendio que era una estupidez y una galanteria fuera de lugar.
– Si -admitio.
– ?Genial! -era una de sus expresiones favoritas. Al pronunciarla, a Julia se le encendia la mirada. A veces incluso apretaba los punos.
– ?Cuando nos vemos?
– Ahora mismo, ?no?
– Voy a buscarte. Con la moto son cinco minutos.
– Te espero abajo.
Gil corto la comunicacion, metio los periodicos en la bolsa que a veces llevaba colgada del hombro y recogio su casco y el del pasajero; casi nunca llevaba a nadie, y menos a una chica, por lo que estaba nuevo. Desde su llegada a Barcelona para estudiar en la Pompeu Fabra, habia tenido que concentrarse al cien por cien en la carrera y controlar sus gastos. Su padre estaba enfermo y su economia era limitada. Salir con alguien representaba un exceso. Asi que, los fines de semana que no subia al pueblo, como mucho, iba al cine.
Nunca le habia pedido a Julia que le acompanara.
A veces no estaba seguro de nada, salvo de si mismo.
Tardo los cinco minutos previstos y, al doblar la esquina de su calle, diviso a Julia en su portal. No se veia un alma a lo largo y ancho de aquel tramo de acera. Detuvo la moto, se quito el casco y los dos se quedaron mirando con una sonrisa en los labios, sin saber muy bien que hacer, hasta que ella rompio el hielo:
– ?Comienza la aventura!
– ?Adonde vamos?
– Yo no he desayunado y ahi hay una cafeteria. ?Te parece?
– Yo si, pero te acompano, claro.
Recogio la bolsa y los dos cascos. Julia no llevaba mas que el periodico elegido.
– He pensado que los otros ya los traerias tu y que, si no lo hacias, subiria a buscarlos.
– Claro.
– Oye -le detuvo-. Se que estas estudiando en Barcelona y que no eres hijo de millonario, asi que, antes de