– ?Tienen Internet?
– Si, claro. Su padre…
Joa miro por la ventana. Un gesto maquinal, vulgar. Pero que le paralizo el corazon. No creia en las casualidades.
Al otro lado de la calle, observando el hotel, medio oculto desde la entrada pero no desde su posicion en el despacho de la directora, vio al mismo hombre del avion
que la habia conducido hasta Mexico, el joven agraciado, moreno, alto, de cabello un poco largo, facciones intensas, ojos penetrantes y cuerpo atletico.
Como olvidarlo
Demasiado atractivo.
Demasiado turbado en su presencia, al tropezarse ambos. Capaz de apartar su mirada como si fuera timido. Joa se quedo sin respiracion.
– ?Le sucede algo? -pregunto Adela sin terminar la frase que estaba diciendo.
– Ese hombre…
– ?Quien? -la mujer avanzo su cuerpo para mirar por la ventana.
– Vuelvo enseguida -se incorporo ella.
Fue lo mas rapido que pudo. Salio del despacho y cruzo la recepcion a la carrera. Salio al exterior golpeada por el intenso sol de mediodia y eso la cego momentaneamente.
Cuando pudo aclarar la vista, el ya no estaba alli.
Joa cruzo la breve calle, con la pendiente descendiendo hacia la derecha. Miro arriba y abajo. Busco en la que se cruzaba con Merle Greene. Oteo cualquier movimiento en portales o tiendas.
Nada.
Un fantasma.
O una ilusion.
?Cuantos turistas de su vuelo Espana-Mexico habrian ido a Palenque de visita?
?Y justo se encontraba con el que habia rehuido sus ojos al tropezar con el al salir del bano del avion?
Apreto los punos, impotente, de nuevo asustada.
– ?Quien era? -escucho la voz de la directora del hotel a su espalda.
– No estoy segura -mintio.
– Yo no he visto a nadie.
No habia sido una alucinacion. De eso estaba segura.
Que le gustase alguien a primera vista no significaba que pensara en el despues. Y menos tratandose de un desconocido del que no sabia nada, al que no habia vuelto a ver, y al que creia que jamas volveria a ver.
Barcos en la noche.
– Estoy un poco nerviosa, supongo -lleno sus pulmones con el calido aire de la manana.
– ?Va a ir a las ruinas? -le pregunto Adela.
– Si, despues de ver si localizo a ese hombre, Bartolome Siguenza.
– ?Vendra a comer?
– No lo se.
– Puede comer por alli, pero aqui lo hacemos muy bien -sonrio con aplomo-. Necesita estar fuerte, querida.
– Gracias. ?Puedo hacerle una pregunta mas? -la formulo al ver que la mujer asentia-. Esta manana, mientras desayunaba, ha venido a verme un hombre.
– Lo he visto, si.
– ?Le conoce?
– Nunca habia estado por aqui antes, se lo aseguro. No olvido una cara.
– Bien -se resigno-. De nuevo gracias. ?Como voy al mercado?
– Todo recto y luego a la izquierda -se lo senalo-. Puede ir en coche aunque no es mucho. Claro que si luego quiere desplazarse a las ruinas es mejor que se lo lleve y asi no ha de volver.
Se despidio de la directora y se encamino a su vehiculo de alquiler. Se metio en el, abrio las ventanillas y lo puso en marcha. Apenas toleraba el aire acondicionado, por mucho calor que hiciese, asi que no lo conecto. En menos de tres minutos se encontraba en la avenida Manuel Velazquez.
Aparco el coche en un hueco y se interno en el Mercado Municipal, con sus puestos variopintos luciendo lo mejor de cada cual. La primera mujer a la que pregunto le dijo que no habia visto a Bartolome Siguenza en un par de dias. La segunda la informo de que tal vez estuviera en el parque. Ya en el, un anciano senalo una calle perpendicular.
– Vive ahi, en el 17. Mire a ver -manifesto con una dulce cantinela llena de acentos-. Pero hace dos dias que no lo veo. Igual se puso malo.
La calle se llamaba Belizario Dominguez. El numero 17 correspondia a una casita de una sola planta, paredes encaladas de blanco, ventanas verdes pero pintadas un siglo antes.
Llamo a la madera de la puerta con los nudillos.
Una vez.
Dos.
Ya no insistio mas. Regreso al coche y se encamino a las ruinas mayas de Palenque, rodeando el parque y La Ca nada por el sur.
Iba a visitar uno de los lugares mas magicos y hermosos del pasado, y lo iba a hacer sola, sin su padre, llena de dudas e incertidumbres, aplastada por los nuevos pesos que acababan de echarle encima.
Sobre todo tras la visita y las increibles revelaciones de aquel hombre llamado Nicolas Mayoral.
12
Su credencial le abrio el acceso. Poco importo que la fotografia no fuera la misma. Nadie se la miro, al menos en la entrada. Una vez dentro del recinto se quedo sin habla. Era mas de lo que esperaba. Mas de lo que creia. Mas de lo que las imagenes podian mostrar. Mas de lo que cualquier amante de la historia o las culturas antiguas pudiera incluso sonar.
Mas, mas y mas. Palenque.
Sin saber por que, se le llenaron los ojos de lagrimas.
– Papa, ?donde estas? -le pregunto al viento.
Rodeado por colinas rebosantes de prieta vegetacion que envolvian las distintas construcciones y templos, Palenque era una alfombra verde, cuidada, mimada, por la cual se movian los cientos de visitantes asombrados de cada dia. El Palacio era la primera joya visible, con su torre y su bella serenidad ancestral, pero el Templo de las Inscripciones, la gran piramide del conjunto, era el foco de atencion maximo. Por un momento no supo que hacer, si dirigirse a el para descender hasta la tumba de Pakal, o si buscar las nuevas tumbas que se hallaban en periodo de excavacion y exploracion, las numeros veinticinco, veintiseis y veintisiete. Luego penso que la tumba de Pakal la podia visitar por si misma, pero que a las otras, y mas si se trabaja en ellas, dificilmente lograria acceder a pesar de su credencial. Asi que busco a alguien.
Se tropezo con un rotulo hecho a mano senalizando la tumba veinticinco sin darse cuenta y se detuvo. No era mas que un agujero practicado en el suelo, con unas escalinatas toscas que descendian hacia las profundidades de la tierra. Un poco mas alla, a unos cincuenta metros, descubrio un segundo rotulo indicando que alli se encontraba la numero veintiseis. Las dos estaban valladas con una cinta de plastico y cuatro hierros hundidos en el verdor de la hierba, de forma harto tosca.
Vacilo un segundo.
Entonces salio un hombre de la tumba numero veinticinco.
Tendria unos sesenta anos, sudaba y estaba sucio. Su calva reflejo los rayos del sol bajo el fulgor de aquella manana sin nubes. No se dio cuenta de su presencia, envuelto en sus pensamientos, hasta que ella lo detuvo.
