?Por que sonaba con alguien de quien huia?
?Por que tenia la dulzura de su voz y de su mirada hundida en su cabeza?
Comio copiosamente para reponer fuerzas en una tienda de abarrotes que incluia un pequeno comedor. Estaba situada a las afueras de Champoton, frente a la bahia de Campeche, la parte sur del Golfo de Mexico, el lugar en el que, tiempo atras, sesenta y cinco millones de anos mas o menos, habia caido el meteorito que acabo con los dinosaurios y cambio la fisonomia del planeta. Por primera vez aprecio los dones de la comida mexicana y al terminar recupero un pequeno atisbo de optimismo. El dia era hermoso, radiante, tan bello que parecia que el mal no tuviese cabida en el mundo. De vuelta a la carretera penso por primera vez con calma en lo sucedido el dia anterior.
La visita a Palenque, la incertidumbre de las tumbas veinticinco, veintiseis y veintisiete, las explicaciones de Benito Juarez, las palabras de Bartolome Siguenza, y por supuesto el comienzo y el final del dia, con Nicolas Mayoral por un lado y David Escude por el otro.
Jueces y guardianes.
Demasiado fantastico para ser real.
En su segunda parada, para poner gasolina, estirar laspiernas y cumplir con sus necesidades fisiologicas, abrio la cartera de mano de su padre para volver a estudiar los papeles, los mapas, los seis glifos numerados en dos hojas, el dibujo de la lapida de Pakal…
Lo examino con atencion, de arriba abajo.
Aquella sensacion…
– ?Por que? -le pregunto a la imaginaria representacion del famoso «astronauta».
Necesitaba ponerse al dia de la cultura maya. Comprarse algun libro o echar un vistazo por Internet. No podia esperar descifrar ningun misterio si le fallaba la base, la informacion. De pronto se daba cuenta de que sabia mucho menos de lo que creia. No se atrevia a hacer ninguna conjetura. David Escude le habia revelado hipotesis sorprendentes. No tenia por que dudar de sus explicaciones, pero si comprobarlas. Eran demasiado importantes, y la afectaban a ella, a su madre, al germen frustrado de aquella hermana de la que no sabia nada, a la coincidencia de los eclipses con sus vidas.
Todo estaba por hacer.
Y su padre continuaba en paradero desconocido.
Reemprendio el camino dispuesta a comerse la distancia final sin mas paradas. Tuvo suerte de que en el ultimo tramo las carreteras fueran mucho mejores, todo para que los turistas se movieran con velocidad por Yucatan. De Merida a Chichon Itza, ciento diecisiete kilometros hacia el este por la 180, devoro la distancia con la ansiedad de la llegada, para cenar algo, ducharse y acostarse.
Antes de inclinarse por alguno de los hoteles cercanos a las ruinas, le pregunto a un taxista apostado bajo una farola a la espera de algun cliente.
– Tiene el Villas Arqueologicas, piscina, cuatro estrellas… Y tambien el Hacienda, de mayor lujo, cinco estrellas, habitaciones estilo colonial, con una buena biblioteca sobre nosotros -pronuncio esta palabra con orgullo-. Hay muchos libros sobre el arte maya, reconstruccion de la ciudad, textos… Los dos estan casi frente a las ruinas, a unos minutos a pie.
Penso en el Villas Arqueologicas por la mayor intimidad, pero opto por el Hacienda por el tema de la biblioteca. Necesitaba embeberse de cuanto concerniera al universo en el que habia estado inmerso su padre durante los dos ultimos meses. Sin ello no era mas que una ciega perdida en un desierto.
Tomo una habitacion sin problemas porque no era temporada de
Penso que si se duchaba ya no tendria ganas de volver a vestirse, asi que fue a cenar antes de que cerraran el comedor dada la hora. Volvia a tener hambre, como a primera hora de la tarde. Al terminar estuvo a punto de visitar la biblioteca, pero se sintio no solo cansada, sino agotada. Si empezaba a leer cosas, a mirar libros, a sumergirse en aquel horizonte sin fin, acabaria aun mas rendida.
Todo a su tiempo.
Regreso a su habitacion pasando incluso de dar una vuelta por los suntuosos jardines que la rodeaban, se ducho y en quince minutos besaba el oceano de los suenos.
19
Por la manana conecto el movil. Ninguna llamada. Solia ser habitual, porque su unica amiga de verdad era Esther y ella sabia que estaba en Mexico. Aun asi se sintio sola. No tenia a nadie. Un muro de silencio la aislaba del resto del mundo. Eso podia pesar mucho. Como ahora.
Tambien le echo un vistazo al de su padre. Probo a dar con su contrasena sin conseguirlo. Lo intento con la fecha de nacimiento de ella, la de el, y al final desistio para no bloquearlo. Necesitaba escuchar una voz amiga y marco en su movil el numero de Esther. Era domingo por la tarde en Espana. La conversacion fue breve, y triste. A fin de cuentas no tenia ninguna noticia, ni sabia que caminos seguir salvo uno.
– ?Donde estas? -le pregunto Esther.
– En Chichen Itza. Voy a visitar las ruinas ahora mismo.
– ?Por que?
– Mi padre estaba buscando a mi madre. Dijo algo de una clave y menciono esto. No tengo ninguna otra pista.
– ?Y si no encuentras nada?
– Ire a ver a mi abuela.
– ?En serio? -parecio sorprenderse su amiga.
– Tiene las respuestas que necesito para un monton de preguntas que me rondan con relacion a mi madre.
No le dijo nada de Nicolas Mayoral ni de David Escude.
Nada de sus fantasticas explicaciones sobre su origen.
– ?Cuando viste a tu abuela por ultima vez?
– Hace mucho -lamento-. Pero nunca olvidare una cosa que me dijo, y que ahora tiene mayor sentido para mi. Me dijo que hablara con mi madre.
– ?Te lo dijo… despues de que ella desapareciese?
– Si. Mi padre y yo la visitamos por si estaba alli. Una posibilidad tan remota y absurda como cualquier otra.
– ?Y como pudo decirte que hablaras…?
– Mi abuela es una poderosa hechicera, Esther. Sabe cosas que nadie conoce y ve cosas que nadie ve. Yo era una nina entonces. Ahora ya no lo soy. Y quiero hablar con mi madre.
Logro impresionarla, mucho mas de lo que nunca lo hubiera hecho, y ya no quedo mucho mas por agregar.
Despues de ducharse desayuno y salio del hotel. Por la tarde examinaria la biblioteca y se perderia en ella debidamente para ponerse al dia de todo lo relativo al mundo maya. Primero, las ruinas. La ultima esperanza.
Camino desde el hotel hasta la entrada, una fea y enorme estructura cuadrada en la que ya se agolpaban las hordas invasoras, mas abundantes en domingo. Pago su acceso pasando de la credencial de su padre y se adentro por la primera zona, la de las tiendas con abalorios y recuerdos turisticos. Un guia insistia, a pleno pulmon, en que no compraran nada a los indigenas del interior, en las ruinas, porque eran unos intrusos.
Joa solto un bufido.
Intrusos en su propio mundo.
Ni vallando todo el enorme perimetro de las ruinas, algo imposible, echarian a quienes vivian cerca de la vieja
