Iniciaron el camino a Medellin a una velocidad de vertigo. David iba delante, a su lado, y Joa detras. Tuvieron que sujetarse varias veces porque la carretera era un continuo de curvas, siempre en descenso constante.
– ?Conducen siempre asi? -fruncio el ceno ella.
– Peor -se echo a reir-. Preparense para la ciudad.
La conversacion no se formalizo en torno al tema que les preocupaba hasta rebasar el peaje. Por dos veces, la presencia militar o policial se hizo notar en la propia carretera, aunque no los detuvieron. Fue David el que pregunto:
– ?Como conociste directamente a Maria Paula Hernandez?
El guardian colombiano miro por un instante a Joa por el espejo retrovisor.
– Hace unos anos. Me deje ver demasiado y penso que pertenecia a las FARC o al ELN y que iba a secuestrarla. Me denuncio a la policia, me siguieron, me detuvieron, y tuve que decirles que estaba enamorado, de su arte y de ella. Cuando me soltaron fui a verla y, con permiso de las alturas, le hable directamente y le conte la verdad. En parte Maria Paula ya era consciente de sus diferencias. No la sorprendi, aunque aquello le cambio la vida. Ahora somos amigos y eso me facilita las cosas.
– Pero no sabe si va a suceder algo, ni donde.
– No, Georgina. Eso no.
– Llamame Joa, por favor.
Otra curva pronunciada, a la izquierda, sobre una capa de piedras y tierra caida de la montana y aplastada por las ruedas de los coches. De pronto ya no hacia frio. Se adentraban en una isla de temperatura mucho mas agradable, incluso pese a la hora.
– Nunca he conocido a una de las hijas de las tormentas originales -menciono David.
Ni Joa ni Juan Pablo correspondieron a su aseveracion.
Ya no volvieron a hablar en un buen rato, hasta que, tras un recodo, las luces de la ciudad aparecieron como una alfombra recortada sobre la tierra, hasta mas alla de las montanas.
– Dios… -susurro Joa.
– Hermoso, ?verdad?
– Impresionante.
Lo era sobrevolar Mexico City en avion, y tambien hacerlo por encima de Los Angeles, Tokio o Sao Paulo, ciudades inmensas que se extendian igual que mantos sobre la tierra, pero aquello era como descender del cielo para llegar a un mundo picoteado por miles de pequenas luces amarillentas que iban de norte a sur y de este a oeste.
– Dormiran en mi casa -Juan Pablo volvio a emplear el tratamiento al dirigirse a ellos-. Pense que seria mas comodo que hacerlo en un hotel, y mas rapido tambien. Lo unico malo es que no tengo mas que dos habitaciones, la mia y otra para invitados.
Joa se encontro con la mirada de David.
– Dormire en un sofa, o en el suelo, no hay problema.
– Podemos dormir juntos, y que ella lo haga bien comoda en la habitacion principal -se ofrecio el colombiano.
– No quisieramos molestar…
– ?Molestar? -Juan Pablo Gonzalez se ofendio-. ?Es un privilegio que esten aca! Maria Paula los espera ansiosa. Cuando le hable de la situacion apenas si pudo creerlo. ?La hija de una de las ninas! ?Se dan cuenta? Es un milagro. ?La autentica conexion con ellos!
Cada vez que oia esa palabra, «ellos», referida a los seres de las estrellas, Joa sentia frio.
– ?Como te encuentras? -David se volvio y extendio una mano para tocarle la rodilla.
– Bien -lo tranquilizo-. Nada que no pueda reparar un buen sueno. Te aseguro que voy a caer rendida.
– ?Las picaduras?
– Ya casi no hay restos de las ronchas. Un poco mas de unguento y como nueva.
Continuaron mirando la extension de Medellin y el Valle de Aburra mientras descendian de las montanas por oriente. En unos pocos minutos mas la propia urbe los devoro. El transito ya no era muy denso dada la hora. Juan Pablo enfilo hacia el sur y en menos de cinco minutos el mismo exclamo:
– Laureles. Mi apartamento esta cerca de Unicentro y la Bolivariana, en la primera bomba.
– ?Bomba?
– Gasolinera.
Fue su ultima conversacion. El coche se detuvo en una calle relativamente amplia y con casas bajas, de una sola planta, unifamiliares. El unico edificio alto, de tres plantas, era precisamente el del apartamento del guardian colombiano.
36
Maria Paula Hernandez le robo el aliento.
Salvo por pequenos detalles, incluido que tenia ya algo mas de cuarenta anos y su madre habia desaparecido al poco de superar los treinta, era como estar delante de una hermana casi gemela de su progenitura.
– ?Oh, Dios!…
David la sujeto. Lo esperaba, asi que tenia sus dos manos muy cerca de su cuerpo. Domino la vacilacion de Joa y le dio firmeza con su tacto y su gesto. La pintora tampoco oculto su emocion y el impacto que su presencia le causaba.
– Querida…
Se inclino para besarla a la colombiana, es decir, con un solo roce en una de las mejillas, pero Joa le dio dos, temblando. Quedaron medio abrazadas, agarradas por sus brazos, sin dejar de escrutarse la una a la otra.
La copia de la madre desaparecida.
La imagen de la hija no tenida.
Joa se daba cuenta de algo mas: era como verse en el futuro.
Su aspecto a los cuarenta y un anos.
– Pasen, por favor -reacciono Maria Paula finalmente.
El piso no era tal, sino un gran estudio que abarcaba toda la planta, abierto, sin paredes, espacioso. En un angulo, medio protegidos por un simple biombo, se encontraban la cama y algunos armarios sin puertas llenos de ropa. El resto, menos una sala con butacas en la parte opuesta, estaba destinado a las pinturas, los cuadros, algunos de gran tamano. Eran coloristas, limpios, en una linea parecida a la del hijo prodigo de Medellin, Botero, pero sin mujeres gordas ni figuras redondas. Maria Paula Hernandez pintaba animales con cabezas de personas y personas con cabezas de animales, naturalezas vivas y muy imaginativas, oceanos de color rojo y cielos verdes. Joa localizo un par de retratos, a modo de islas, si bien incluso ellos mostraban los rasgos diferenciales de su estilo. Eran imagenes afiladas, con rasgos acentuadamente felinos.
Desde los ventanales, a pesar de hallarse en una planta baja del impresionante edificio de veinte plantas, como la mayoria de los repartidos igual que agujas apuntando al cielo en El Poblado, se veia Medellin, deslizandose por la pendiente hasta el rio, envuelto en montanas, con una enorme variedad de nubes, blancas, negras y grises, compitiendo por su cielo con el sol. Habia estado en otras ciudades latinoamericanas, pero se le antojo especial, unica. Toda su leyenda negra de ser la ciudad mas violenta del mundo al inicio de los anos noventa del siglo pasado, herencia del tiempo en el que el cartel de Pablo Escobar dominaba la vida urbana, habia quedado reducida al olvido. En el trayecto desde Laureles al Poblado la diferencia con la calma de la noche habia sido abismal. Juan Pablo salpicaba cada momento con sus explicaciones.
– ?Un tinto? -les ofrecio la pintora.
– Eso es un cafe para ustedes -lo tradujo el guardian colombiano.
– No, gracias -se lo agradecieron los dos al unisono.
Ocuparon las butacas de la sala, Joa de cara al estudio, para continuar sorprendiendose con aquellas pinturas tan poderosamente imaginativas. Ni siquiera habia pensado en como podian ser. Era una sorpresa.
Quiza esperase pistas, conexiones con… ellos.