La luz les daba en la cara, los iluminaba.
El dolor desaparecio.
Sintieron la vida.
– Abrazame, por favor -le pidio.
David lo hizo. Se volvio hacia ella y la cubrio con el abrazo que le pedia. La sepulto bajo su cuerpo, rodeandola con las manos hasta encajarla y aprisionarla con dulce mimo no exento de fuerza.
Se encontro con los labios de Joa, abiertos, y sus ojos de mirada limpia.
El beso fue una caricia. Una entrega que los sereno, pero tambien agito sus conciencias.
Cuando se separaron, unos centimetros, ya nada era igual. Habia un antes y un despues y lo sabian.
– ?Sabes donde te metes? -susurro ella.
– Si.
– No, no lo sabes -esbozo una sonrisa de pesar y ternura-. Crees que si, pero no.
– De acuerdo -dijo el-. No lo se.
Volvio a besarla, despacio, con delicada suavidad, sintiendo como ella se abandonaba.
Sus respiraciones se acompasaron.
– No digas nada -suspiro Joa.
– No hace falta que diga nada mas -susurro el.
– Entonces vamonos, seria fantastico llegar a Medellin esta noche, y para eso necesitaremos mucha suerte.
Se separo de su abrazo y se reclino en el asiento. Cerro los ojos. David puso de nuevo el todoterreno en marcha.
Las tierras de los huicholes quedaron definitivamente atras.
TERCERA PARTE
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35
Tuvieron mucha suerte.
Llegaron a Guadalajara en seis horas, dejaron
el coche de alquiler en el aeropuerto Miguel Hidalgo y consiguieron meterse en un vuelo a Mexico DF que enlazaba con otro a Bogota. Cincuenta minutos despues cambiaban de avion a la carrera en el aeropuerto Juarez Internacional de la capital mexicana y a la hora y cuarto partian hacia la de Colombia. El ultimo vuelo a Medellin salio del aeropuerto de El Dorado a las 22:30 y les dejo en el antioqueno Jose Maria Cordova de Rio Negro a las 23:15, a una hora de Medellin.
– Cordova con V -fue lo primero que musito Joa, tras despertar de su letargo al tomar tierra.
No habian hablado mucho. La sorpresa del beso aun los conmocionaba. Se miraban a los ojos en silencio, rozaban sus manos casi con disimulo y timidez, sonreian con la emocion del adolescente sorprendido. Pero sus corazones se aceleraban con esas miradas, esos roces y esas sonrisas.
Todavia no sabian como manejar la situacion, sobre todo ella.
Casi diecinueve anos de soledad. Y de pronto…
Lo peor era que seguia sin poder disponer de unas horas de calma para sumergirse de nuevo en los papeles de su padre y entrar en Internet a completar sus conocimientos acerca de los mayas. En el aeropuerto de Guadalajara, antes de subir al avion, pudo comprar otro par de libros, uno de ellos acerca de las profecias mayas, pero le habia sido imposible leerlos en ninguno de los vuelos. La resaca de su viaje con peyote, los restos de la fiebre por las picaduras o el cansancio por los tres dias de ayuno sumergida en aquella inaudita experiencia onirica la mantenian en los albores de una catatonia que la doblegaba y la hacia dormirse a cada momento. En el ultimo avion, el de Bogota a Medellin, se recosto en el regazo de David y cerro los ojos agotada mientras el le acariciaba la mejilla.
Al descender del aparato notaron el frio de las alturas. Medellin era la ciudad de la eterna primavera, pero Rio Negro se hallaba a mas de dos mil metros de altura. Joa se protegio con una chaqueta. La corriente humana se adentro en la oscura terminal revestida de madera hasta desembocar en la salida de pasajeros.
– ?Seguro que estara esperandonos?
– Tranquila.
– Necesito dormir otras diez horas seguidas.
La hija de la tormenta medellinense se llamaba Maria Paula Hernandez y vivia en El Poblado, la zona de mayor nivel de la ciudad. El guardian encargado de su custodia y vigilancia era Juan Pablo Gonzalez. Tenia su apartamento en Laureles, uno de los barrios mas tranquilos. David habia hablado con el por telefono dos veces a lo largo de la jornada.
Todo estaba preparado.
La cita confirmada para el dia siguiente.
Maria Paula Hernandez era una reputada pintora, con un justo prestigio nacional que se hallaba en aras de ser internacional. Eso era lo unico que sabian de ella en cuanto a su vida. Habia aparecido en la gran tormenta de Guatape, a unas tres horas de Medellin, en los mismos dias que todas las demas ninas. La encontro una pareja de campesinos que la consideraron tambien un regalo de los dioses. A los quince anos las FARC mataron a su padre. A los diecisiete fueron los paramilitares los que acabaron con la vida de su madre despues de violarla. Maria Paula habia acabado en las calles de Medellin, como tantos desplazados, como tantos ninos o jovenes huerfanos a causa de la violencia, pidiendo limosna, hasta que su talento la saco de ellas y poco a poco la hizo emerger desde la mas absoluta nada hasta su posicion actual. Lo mismo que las restantes hijas de las tormentas, no se habia casado. De las cincuenta y dos, solo las tres desaparecidas lo hicieron o tuvieron relaciones con el precio de dejar una descendencia.
Su madre, y las madres de las chicas de la India y Jordania.
Juan Pablo Gonzalez resulto ser un hombre joven, de unos treinta anos. Sabia que llegaba una pareja y que ella tenia el cabello rojizo, asi que alzo un brazo feliz nada mas verlos. Los dos guardianes se estrecharon la mano. Luego el colombiano la abrazo con efusiva calidez.
– Es un honor -proclamo sinceramente.
Se la quedo mirando con ojos expectantes.
– ?Que pasa? -quiso saber Joa.
– El parecido…
– Necesitamos descansar -le suplico David.
– Oh, por supuesto, perdonen, ustedes han hecho un largo viaje -se disculpo.
– ?Por que nos llama de usted? -se extrano.
– Es nuestra manera de hablar, incluso entre padres, hijos… A veces mezclamos el tu con el usted. Ya aprenderan.
Juan Pablo Gonzalez tenia coche. Viejo y achacoso pero coche al fin y al cabo. Era tallerista en una fundacion.
El complemento economico para poder llevar a cabo su trabajo de vigilancia de Maria Paula Hernandez lo aportaba la propia fundacion que alimentaba la perseverancia de los guardianes.