– Mire a todo el mundo en Medellin, y en los aviones de ayer. Ninguna cara repetida. Nadie pendiente de nosotros. ?Estas segura de que…?
– Es mi intuicion, ?vale? -se lo dijo como si eso excluyera todo lo demas.
Cubrieron los poco mas de siete kilometros que habia del pueblo a las ruinas y aparcaron el coche en la entrada. Joa mostro su credencial, como la primera vez, cogida de la mano de David, dando a entender que iban juntos en el paquete. Los sellos del ministerio correspondiente, perfectamente visibles en la acreditacion con la foto de su padre, les abrieron las puertas sin resistencia. Por si acaso, con el dedo pulgar, tapo la imagen al mostrarla. Mientras caminaba en direccion a la tumba veintisiete paseo la mirada por los alrededores buscando a Benito Juarez, su locuaz guia de la primera vez.
La tumba veintisiete estaba cerrada.
– Mierda… -se inquieto ella.
Se dirigieron a las otras dos. El arqueologo salia de la primera cuando llegaron. Esta vez, la noticia de la desaparicion de Julian Mir ya era del dominio publico.
Tenia que haberlo imaginado.
– ?Georgina! -abrio unos ojos como platos al verla-. ?Por Dios, nina! ?Donde te habias metido? Desapareciste y luego supimos lo de tu padre… ?Me temia lo peor!
– Le estaba buscando -quiso ser amable sin tener que hacer mayores confidencias-. No pude decirle nada porque la investigacion estaba en proceso y…, bueno, me pidieron que fuera cautelosa.
– ?Lo entiendo, lo entiendo! ?Se sabe algo?
– Todavia no.
– Pero… ?Santo Cielo!, ?como puede desaparecer alguien como Julian Mir? ?Es absurdo! -miro a David como si se diera cuenta de su presencia por primera vez.
– David Escude -lo presento Joa-. Me esta ayudando en la investigacion. El es Benito Juarez.
Se estrecharon la mano. El aspecto del arqueologo era el mismo de la otra vez, sucio y sudoroso, con la calva brunida y sus redondas gafas cabalgando en el centro de su elevado puente nasal.
– ?Y el motivo de tu regreso a Palenque…? -comprendio que su presencia alli era debido a algo en concreto.
– Necesito entrar en la tumba veintisiete.
– Ayer acabamos de desembrozar lo que se vino abajo… -fruncio el ceno y agrego-: ?Por que quieres entrar en esa tumba?
– Mi padre vio algo en ella, justo antes de desaparecer.
– ?En la veintisiete? -no pudo dar credito a lo que oia. -Si.
– No me dijo nada.
– Puede que sacara las conclusiones de noche, en su habitacion.
Benito Juarez se rasco la cabeza.
– Julian, Julian… -suspiro igual que si hablara de un caso imposible-. El hombre mas reservado del mundo. Y el mas impenetrable.
– ?Podemos bajar a esa tumba, senor Benito?
El tono de Joa era implorante.
– Aun no esta del todo segura pero…
– Por favor.
– Supongo que si, pero con cuidado.
– Lo tendremos.
– Anda, vamos -el arqueologo echo a andar camino de la tumba veintisiete.
Otros dos hombres salieron de la veinticinco y se pusieron a discutir.
– Siempre se estan peleando -rezongo Benito Juarez-. Cuando uno afirma que una estela dice A, el otro insiste en que dice B. Una maravilla. ?Como si fuera asi de sencillo interpretar los signos, simbolos y glifos de esa gente! Pero son jovenes, ya aprenderan. La arqueologia es la ciencia del tiempo. Desenterramos millones de anos de historia y buscamos la forma de desentranarlos en apenas unos pocos meses o anos de nuestro efimero presente.
Hablo de la trascendencia de su trabajo sin parar en el breve trayecto hasta su destino. Joa le apreto la mano a David con calor y este correspondio a su gesto. Fue tan solo un pequeno detalle. Al descender por las escalinatas de la tumba veintisiete tuvieron que hacerlo de uno en uno. Benito Juarez el primero. Abrio el candado que cuidaba de mantener cerrada la pequena puerta de madera medio rota que probablemente habria servido para una infinidad de cosas antes de esa funcion y penetro en el lugar.
Les golpearon la humedad, el frio y la historia, por ese orden.
Tambien el olor, a tierra, a pasado.
Una ristra de bombillas ilumino su paso una vez el arqueologo conecto el encendido. Primero caminaron por un pasadizo horizontal, de cerca de una decena de metros, con las paredes labradas a ambos lados, hasta que este desemboco en una escalinata muy angosta que descendia hacia las profundidades de la tierra.
– Cuidado que esto resbala -les advirtio el hombre.
– ?Esas inscripciones y estelas del primer pasadizo…? -tanteo Joa.
– Cuentan una batalla -se limito a decir Benito Juarez. -Pero cuando estuve aqui la primera vez me hablo del futuro, de que las tumbas estaban llenas de fechas y profecias.
– Claro que habia fechas y profecias. Ya viste las tumbas veinticinco y veintiseis entonces, las que hacian referencia a la llegada de los espanoles anos despues, y te dije que nos llevaria tiempo descifrarlo todo con mayor precision.
Ella habia deducido que la tumba veintisiete tendria mas de lo mismo. ?Un error?
La escalinata tenia trece escalones de tamano considerable. Moria al pie de una sala de techo bajo que casi rozaba sus cabezas, una antesala mortuoria.
– Aqui encontramos dos momias. Dos sirvientes -indico el arqueologo.
– ?Es un hallazgo importante?
– Todos lo son. No como la tumba de Pakal, claro. Pero aun estamos excavando e investigando. Creemos que el sarcofago que hemos encontrado no es el mas importante. Hay otra sala mayor mas adelante.
La puerta frontal daba a una nueva camara, pero habia que salvar otro pasadizo, mas corto, de unos tres metros.
– Ese pasadizo fue el que se hundio parcialmente y perdimos algunas estelas -dijo su guia-. Tened cuidado y no toqueis nada. Ni roceis los lados o el techo.
Se deslizaron por el y llegaron a una sala presidida por un sarcofago ya abierto y vacio. Las paredes, alli, estaban en muy mal estado. Apenas si se intuian estelas y glifos. 0 los habia vencido la erosion o se habian deshecho. El petreo marco de otra puerta, en cuya excavacion debian de estar trabajando a tenor del pequeno monton de tierra situado a un lado, mostraba el camino que seguirian despues.
Su padre habia estado en aquella estancia, viendo aquellas cuatro paredes medio derruidas el dia que le dijo a Bartolome Siguenza que tenia la clave. «Por fin el camino, Bartolome. Tengo la clave. He de volver a Chichen Itza.»
Alli habia algo. Tenia que encontrarlo.
La mayoria de las estelas y glifos se concentraba en las dos paredes laterales, porque las presididas por las puertas no dejaban mucho espacio para ello. La luz era escasa, tanto que tuvo que aproximarse hasta casi quedar a un palmo para poder ver algo o intuir formas precisas.
– El tipo que estaba enterrado aqui debio de ser un
Joa sintio el mazazo en el pecho.
Estaba delante de una estela medio rota en la que solo se apreciaban media docena de glifos casi irreconocibles y algunos detalles. Algunos. Sobre todo uno en especial.
No quiso mostrar ningun cambio en su expresion. Miro las restantes estelas, por si habia algo mas. Lo hizo despacio, inalterable, con precision, dando la vuelta en redondo a la estancia. Una forma como otra cualquiera de calmarse y acompasar la respiracion. Luego regreso al lugar donde se encontraba aquella estela o grupo de