Algunas de las aventuras de Philip habian sido alegres, otras sombrias. Habia estado en Paris, hospedado en casa del embajador ingles, aquella fatidica noche de agosto del 72, la noche de San Bartolome; habia oido el toque de rebato a primeras horas de la madrugada y desde su balcon habia visto la terrible matanza cuando los catolicos se habian alzado contra los hugonotes y habian degollado a tantos de ellos. No se extendio sobre este punto, pese a la insistencia del joven Robert.
—Aquella noche —dijo— fue una mancha en la historia de Francia, y algo que yo jamas olvidare.
Luego, aprovecho la ocasion para adoctrinar sobre la necesidad de ser tolerantes con las opiniones del projimo, lo que los ninos escucharon con una atencion que me asombro.
Luego les hablo de los festejos de Kenilworth y de las escenas de cuento de hadas que se habian representado en el lago a medianoche; hablo de los saltimbanquis y actores y bailarines, de las representaciones teatrales; y fue como verlo todo otra vez.
Hablaba a menudo, y con afecto, de su tio, el gran Conde de Leicester, de quien los ninos habian oido hablar muchas veces, por supuesto. El nombre de Robert era conocido en todas partes. Desee que no les hubiesen llegado rumores de los escandalos con el relacionados, o de ser asi, que tuviesen el buen sentido de no hablar de ellos a Philip.
Era evidente que el joven consideraba a su tio una especie de dios; y me agrado mucho el que una persona tan claramente virtuosa tuviese una imagen de Robert totalmente distinta de la que tenian los murmuradores envidiosos que siempre deseaban creer lo peor.
Nos explico lo habil que era su tio con los caballos.
—El es el caballerizo de la Reina, ?sabeis?, y desde el dia de su coronacion.
—Cuando sea mayor —proclamo mi hijo Robert—, sere
—Entonces, lo mejor que podrias hacer seria seguir los pasos de mi tio Leicester —dijo Philip.
Entonces nos explico todas las artes ecuestres que Leicester habia conseguido dominar, e incluso ciertos trucos que los franceses practicaban a la perfeccion. Despues de la matanza de San Bartolome, siguio diciendonos, Leicester habia sondeado a franceses que habian trabajado en los establos de nobles asesinados y que el creia deseosos de conseguir empleo, pero todos tenian una opinion demasiado elevada de sus propias habilidades y exigian una paga excesiva.
—Mas tarde —dijo Philip—, mi tio decidio ir a Italia a buscar caballistas. No tenian tan alta idea de si mismos como los franceses. De cualquier modo, pocos hombres pueden ensenar algo a mi tio en cuestion de caballos.
—?Va a casarse la Reina con tu tio? —pregunto Penelope.
Hubo un breve silencio, y Philip me miro.
—?Quien te dijo que podria casarse con el? —dije yo.
—Oh, senora —dijo Dorothy reprobatoriamente—.
—Las personas distinguidas siempre son objeto de murmuraciones. Pero lo mas prudente es no darles credito.
—Yo crei que debiamos enterarnos de todo lo que pudieramos y nunca cerrar los ojos y los oidos a nada — insistio Penelope.
—Los ojos y los oidos deben estar abiertos a la verdad —?dijo Philip.
Luego empezo a hablar de sus aventuras en paises extranjeros, fascinando a todos, como siempre.
Mas tarde, le vi en los jardines con Penelope, y en seguida adverti que parecian disfrutar mucho estando juntos, pese a ser el un joven de veintiuno o veintidos y ella solo una nina de trece.
El dia de la esperada aparicion de la Reina, yo estaba en la atalaya. En cuanto se divisase el cortejo (y habia vigias encargados de avisarme), yo debia salir con un pequeno grupo a dar a la Reina la bienvenida a Chartley.
Recibi el aviso a tiempo. Vestia una capa muy fina de terciopelo morado y un sombrero del mismo color con una pluma crema que se curvaba hacia abajo a un lado. Sabia que estaba muy bella, pero no solo por mi elegante atuendo sino por el suave color de mis mejillas y el brillo de mis ojos, acentuado por la perspectiva de ver a Robert. Habian dispuesto mi hermoso pelo con sencillez en un cairel que me caia sobre el hombro, segun una moda francesa que a mi me gustaba mucho porque destacaba la belleza natural de mi pelo, uno de mis mayores atractivos. Esto contrastaria con el pelo crespo y ralo de la Reina, que ella tenia que suplementar con pelo falso. Me prometi que haria lo posible por parecer mucho mas joven y mucho mas bella, pese a su esplendor… y no me resultaria dificil, porque lo era.
Les recibi a medio camino del castillo. Robert cabalgaba al lado de ella y en el poco tiempo que hacia que no nos veiamos, habia calculado mal el poder de aquel magnetismo abrumador que barria en mi todo deseo que no fuese el de estar sola con el y hacer el amor.
Llevaba jubon de estilo italiano tachonado de rubies, capa por los hombros, del mismo color vino, de un rojo intenso, sombrero con la pluma blanca… todo era de impecable elegancia; y apenas me di cuenta del ser resplandeciente que llevaba a su lado y que me sonreia con benevolencia.
—Bienvenida a Chartley, Majestad —dije—. Temo que lo encontreis muy humilde despues de Kenilworth, pero haremos lo posible por hospedaros, aunque me temo que de forma que no va a ser digna de vos.
—Hola, prima —dijo ella, situandose a mi lado—. Estais muy bella, ?no es cierto, Lord Leicester?
Los ojos de Lord Leicester se encontraron con los mios, ansiosamente suplicantes, transmitiendo una palabra: «?Cuando?»
—Lady Essex —dijo el— tiene realmente un aspecto muy saludable.
—Las fiestas de Kenilworth han logrado revivir la juventud en todos nosotros —conteste.
La Reina fruncio el ceno. No le gustaba que dijesen que su juventud necesitaba revivir. Debian considerarla eternamente joven. Era en cosas de este cariz en las que se mostraba quisquillosa y pueril. Jamas pude entender esta veta de su caracter. Pero me convenci de que pensaba que si se comportaba como si fuese perpetuamente joven y la mujer mas bella del mundo (manteniendose asi por una especie de alquimia divina), todos lo creerian.
Me di cuenta de que tenia que tener cuidado, pero la compania de Robert se me subia a la cabeza como un vino fuerte y perdia el control.
Cabalgamos a la cabeza de la comitiva, Robert a un lado de ella y yo al otro. Resultaba en cierto modo, simbolico.
La Reina me pregunto por la region y por la situacion de la tierra, mostrando raros conocimientos e interes; fue muy generosa y declaro que el castillo tenia una perspectiva magnifica con sus torreones y su alcazar.
Su aposento la satisfizo mucho. Asi tenia que ser, ya que era el mejor del castillo y el dormitorio que Walter y yo ocupabamos cuando el estaba en casa. El dosel de la cama habia sido desmontado y repasado, y los juncos del suelo desprendian una intensa fragancia de hierbas aromaticas.
La Reina parecia contenta y la comida fue excelente; los criados estaban todos emocionados con su presencia y ansiosos por complacerla y animarla. Ella les trato con su gracia habitual y les dejo dispuestos a arrastrarse si era necesario por servirla; los musicos tocaron sus melodias favoritas y yo me asegure de que la cerveza no fuera demasiado fuerte para su gusto.
Bailo con Robert y era natural que yo, como anfitriona, bailase tambien con el… pero muy poco, por supuesto. La Reina no le dejaba bailar con nadie, solo con ella.
La presion de sus dedos en mi mano transmitia un mensaje oculto.
—He de veros a solas —dijo, volviendo la cabeza y sonriendo a la Reina al mismo tiempo.
Conteste, con expresion vacia, que tenia mucho que decirle.
—Tiene que haber aqui algun sitio donde podamos vernos a solas y hablar.
—Hay un aposento en uno de los dos torreones. Apenas utilizamos ese torreon. Es el del oeste.
—Alli estare… a medianoche.
—Tened cuidado, senor —dije, burlona—. Estareis vigilado.
—Ya estoy habituado a esto.