—Me han hecho unos regalos maravillosos de Ano Nuevo —dijo—. Y ahora voy a ensenarte el que mas me gusta.

Lo llevaba puesto. Era una cruz de oro con cinco esmeraldas perfectas y hermosas perlas.

—Es soberbio, Majestad.

Se lo llevo a los labios.

—Confieso que le tengo un carino especial. Me lo regalo alguien cuyo afecto valoro mas que el de ninguna otra persona de este mundo.

Baje la cabeza, sabiendo perfectamente a quien se referia.

Ella sonrio, casi picaramente.

—Me parece, sin embargo, que esta muy preocupado ultimamente.

—?A quien os referis, Majestad?

—A Robin… Leicester.

—Oh, ?de veras?

—Tiene pretensiones. Siempre ha sonado con la corona, ?sabeis? Heredo las ambiciones de su padre. En fin, de otro modo, no le tendria a mi lado. Me gustaria que un hombre tenga buen concepto de si mismo. Sabeis perfectamente, Lettice, el afecto que le tengo.

—Es evidente, Majestad.

—En fin, ?lo entendeis?

Los ojos oscuros estaban alerta. ?A que conducia aquello? Parpadearon advertencias y avisos en mi mente. Ten cuidado. Estas en terreno muy peligroso.

—El conde de Leicester es un hombre apuesto —dije— y se, como lo saben todos, que el y vos, Majestad, sois amigos desde la ninez.

—Si, a veces tengo la impresion de que siempre ha formado parte de mi vida. Si me hubiese casado, le habria elegido a el. En una ocasion se lo ofreci a la Reina de Escocia, y ella, pobre necia, le rechazo. Pero, ?no muestra esto los buenos deseos de mi corazon? Si se hubiese ido con ella, se habria apagado una luz en mi Corte.

—Vos, Majestad, disponeis de muchos brillantes fanales para compensar esa perdida.

Me dio de pronto un pellizco.

—Nada podria compensarme la perdida de Robert Dudley, y vos lo sabeis.

Baje la cabeza en silencio.

—Asi, pues, pienso en su bien —continuo— y me propongo ayudarle a que haga un buen matrimonio.

Estaba segura de que ella tenia que darse cuenta de los ruidosos latidos de mi corazon. ?Adonde queria ir a parar? Conocia su caracter tortuoso, como acostumbraba a decir exactamente lo contrario de lo que en el fondo queria decir. Esto formaba parte de su grandeza, le habia permitido ser la astuta diplomatica que era; habia mantenido a raya a sus pretendientes durante anos, habia mantenido a Inglaterra en paz. Pero, ?que se proponia ahora?

—?Bien? —dijo, asperamente—. ?Bien?

—Vos, Majestad, sois muy buena con todos vuestros subditos y os preocupais de su bienestar —dije, protocolariamente.

—Asi es, y Robert siempre sono con una esposa de estirpe real. La princesa Cecilia perdio a su marido, Margrave de Baden, y Robert no ve ninguna razon, siempre que yo lo apruebe, para no pedir su mano.

—?Y que decis vos, Majestad, de esta sugerencia? —me oi decir a mi misma.

—Ya os he dicho que deseo lo mejor para el. Le he dicho que tiene mi aprobacion para hacer esa propuesta. Debemos desearle felicidad, supongo.

—Si, Majestad —dije quedamente.

Estaba deseando salir de alli. Tenia que ser cierto. Si no, no me lo habria dicho. Pero ?por que me lo contaba a mi? Ademas, ?habia un malicioso tono triunfal en su voz o me lo habia imaginado yo?

?Que habria oido ella? ?Que sabria? ?Era aquello pura murmuracion o era su modo de decirme que Robert no era para mi?

Me sentia furiosa y asustada. Tenia que ver a Robert sin tardanza y exigirle una explicacion. Para mi profunda decepcion, me entere de que habia dejado la Corte. Habia ido a Buxton, por consejo de sus medicos, a tomar las aguas. Sabia que cuando se encontraba en una situacion dificil se fingia enfermo. Lo habia hecho varias veces al sentirse en peligro con la Reina. Siempre producia el efecto de aplacarla, pues ella no podia soportar la idea de que estuviese gravemente enfermo. Me puse furiosa. Estaba casi segura de que su partida se debia al hecho de que no se sentia capaz de enfrentarse a mi.

?Asi pues era cierto, estaba esperando casarse con la princesa Cecilia!

Sabia que ella habia visitado Inglaterra en una ocasion. Era hermana del Rey Erich de Suecia, que habia sido uno de los pretendientes de Isabel; y habia corrido por entonces el rumor de que si Robert Dudley lograba convencer a la Reina de que aceptase a Erich, su recompensa seria la mano de su hermana, Cecilia. No debio ser este dilema nada importante para Robert que, por entonces, tenia la certeza de que el esposo de la Reina seria el mismo y era muy poco probable que considerase a Cecilia adecuada sustituta de su amada soberana. Isabel rechazo a Erich igual que a todos sus pretendientes y luego Cecilia se habia casado con el Margrave de Baden. Habian visitado juntos Inglaterra, pais que Cecilia declaro que ansiaba ver, pero se sospecho por entonces que el motivo de que llevase a su esposo a presentar sus respetos a la Reina era, en realidad, el proposito de instarla a que aceptase a Erich por marido.

Habia llegado en invierno, en avanzado estado de gestacion. Con su pelo rubio extraordinariamente largo, que llevaba suelto, era tan atractiva y notable que se hizo inmediatamente popular. Su hijo fue bautizado en la real capilla de Whitehall y fue madrina la propia Reina.

Por desgracia, los felices padres se quedaron demasiado tiempo, y deslumbrados por la impresion de que eran huespedes del pais, contrajeron deudas que no pudieron pagar. Esto significo que el Margrave se vio obligado a intentar eludir a sus acreedores, fue capturado y encerrado en prision. Una experiencia muy extrana para visitantes de su rango, y cuando la noticia de lo sucedido llego a oidos de la Reina, esta pago inmediatamente las deudas.

Pero no tenian ya una impresion tan feliz de Inglaterra, sobre todo cuando Cecilia, al ir a embarcar, se vio asediada por mas acreedores que subieron al barco y se apoderaron de sus pertenencias para cubrir las deudas. Fue un desdichado episodio y el Margrave y su esposa debieron prometerse no volver a poner los pies en Inglaterra.

Pero ahora que el Margrave habia muerto y Cecilia era viuda, Robert deseaba casarse con ella.

Me preguntaba una y otra vez por que le amaba. Seguia pensando en la historia de Amy Robsart. Pensaba inquieta una y otra vez en la muerte de Lord Sheffield y de mi propio Walter y me preguntaba: «?Pudo, en realidad, ser coincidencia esto?» Y si no lo fue… la conclusion era terrible.

Pero mi pasion por Robert Dudley no era distinta a la de la Reina. Nada que pudiese probarse en su contra podia alterarla.

Asi pues, estaba furiosa e impaciente por verle. Me acosaba el temor de que no nos casaramos nunca, y de que el estuviese dispuesto a dejarme a un lado por una princesa real, lo mismo que se habia mostrado dispuesto a dejar de lado a Douglass.

La Reina estaba de un humor excelente.

—Al parecer, nuestro caballero no ha sido considerado aceptable —me explico—. ?Pobre Robin y estupida Cecilia! Estoy, segura de que si viniese aqui y el la cortejase, cederia.

No pude contenerme.

—No todas las que son cortejadas… ni siquiera por Robert Dudley, ceden.

Esto no le desagrado.

—Asi es —dijo—. Pero no es un hombre al que sea facil resistirse.

—Estoy segura de ello, Majestad —Conteste.

—El hermano de ella, el rey de Suecia, dice que les parece natural que no desee venir a Inglaterra despues de lo que le sucedio durante su visita. Asi, pues, Robin ha sido rechazado.

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