Me senti terriblemente aliviada. Era como un renacimiento. El volveria y yo oiria de sus propios labios lo ocurrido con la princesa sueca. El tendria su explicacion, por supuesto.

—Dios mio, Lettice, ?creisteis que podia casarme con alguien que no fueseis vos?

—No habriais tenido otro remedio, si la princesa hubiese dicho que si.

—Depende. Habria encontrado una salida.

—No habria bastado con irse a Buxton a tomar las aguas.

—Oh, Lettice, que bien me conoceis.

—A veces me temo que demasiado bien, senor.

—Oh, vamos, vamos. La Reina decide que debo proponerle matrimonio a Cecilia. Hace estas cosas de vez en cuando para fastidiarme, aunque ambos sabemos que todo va a acabar en nada. ?Que puedo hacer yo sino seguirle la corriente? Vamos, Lettice, vos y yo nos casaremos. Eso esta decidido.

—Se que la princesa os ha rechazado. Pero existen obstaculos… La Reina y Douglass.

—Douglass no tiene importancia. Fue mi amante por propia voluntad, sabiendo perfectamente que no habria matrimonio. Ella es la unica culpable.

—?Ella y vuestros irresistibles encantos!

—?Tengo yo la culpa de ello?

—La teneis por hacer promesas que no teneis intencion alguna de cumplir.

—Os aseguro que con Douglass mantuve siempre una postura clara.

—Supongo que direis sin duda lo mismo de mi. Pero nosotros hemos hablado de matrimonio, mi senor.

—Ay, y el matrimonio se celebrara… y a no tardar mucho.

—Aun esta la Reina.

—Oh, si, tenemos que ser prudentes en lo que a ella se refiere.

—Podria incluso decidir casarse con vos para impedirme hacerlo a mi.

—Ella jamas se casara. Tiene miedo a hacerlo. ?Creeis acaso que no la conozco bien despues de tanto tiempo? Tened paciencia, Lettice. Tened fe en mi. Vos y yo nos casaremos, pero hemos de ser prudentes. La Reina no debe saberlo hasta que sea un hecho consumado, y no debe ser un hecho consumado hasta que haya transcurrido cierto tiempo de la muerte de vuestro esposo. Los dos estamos decididos… pero hemos de ser cautos.

Luego dijo que era una perdida de tiempo seguir hablando de aquello, pues ambos sabiamos lo que pensaba el otro y conociamos nuestras mutuas necesidades; en fin, hicimos el amor como yo habia empezado a pensar que solo nosotros podiamos hacerlo; como siempre, a su lado olvide mis recelos.

Robert habia adquirido una casa a unos nueve kilometros de Londres y habia dedicado mucho tiempo y dinero a ampliarla y a convertirla en una esplendida mansion. Habia sido donada por Eduardo VI a Lord Rich, a quien Robert se la habia comprado. Tenia un magnifico salon (cincuenta y tres pies por cuarenta y cinco) y numerosas habitaciones de proporciones notables. Robert habia convertido en una moda el alfombrar el suelo, y las alfombras estaban sustituyendo a los juncos en todas sus casas. La Reina estaba muy interesada por conocer la casa y yo fui con la Corte a Wanstead, donde Robert organizo uno de sus lujosos espectaculos.

Conseguiamos vernos de vez en cuando, pero estos encuentros siempre debian realizarse en el mas absoluto secreto y yo empezaba a sentirme irritada por ello. Nunca podia estar totalmente segura de Robert y creo que esta era una de las razones de que estuviese tan locamente enamorada de el. Habia un elemento de peligro en nuestra relacion que inevitablemente aumentaba la emocion.

—Esta sera una de nuestras casas favoritas —me explico—. Kenilworth sera siempre la primera, porque fue alli donde nos declaramos nuestro amor.

Le conteste que mi preferida seria aquella en la que nos casasemos, ya que tanto nos costaba alcanzar tal estado.

El estaba constantemente suavizandome, aplacandome. Tenia un verdadero don para esto. Era muy suave hablando, lo cual contradecia su crudeza implacable y era en si mismo un poco siniestro. Se mostraba casi siempre muy cortes (salvo cuando perdia el control) y eso podia resultar muy enganoso.

Y cuando estabamos en Wanstead, volvi a oir rumores sobre Douglass Sheffield.

—Esta muy enferma —me susurro una de las damas de la Reina—. Tengo entendido que se le esta cayendo el pelo, y que se le desprenden las unas. Se cree que no durara mucho.

—?Y de que mal sufre? —pregunte.

Mi informadora miro por encima de mi hombro y acercando los labios a mi oido, murmuro:

—?Envenenamiento.

—Tonterias —dije, con viveza—. ?Quien iba a querer desembarazarse de Douglass Sheffield?

—Alguien en cuyo camino se interpone.

—?Y quien puede ser?

La mujer apreto los labios y se encogio de hombros.

—Se dice que ha tenido un hijo de un hombre muy importante. Podria ser el quien la considerase un obstaculo.

Espere noticias de la muerte de Douglass Sheffield, pero no llegaron.

Algun tiempo despues, supe que se habia ido al campo a reponerse.

Asi, pues, Douglass seguia viva.

Y llego el Ano Nuevo, la epoca en que se hacian regalos a la Reina. Ella habia estado quejandose de su pelo, que raras veces quedaba peinado a su satisfaccion, y yo le lleve dos pelucas para que las probase: una negra y otra rubia, junto con dos gorgueras tachonadas de pequenas perlas.

Examino las pelucas y, sentada ante el espejo, se las probo, preguntando cual le sentaba mejor. Y como la Reina debia parecer perfecta en toda ocasion, era imposible decir la verdad.

Pense que la negra le hacia parecer mayor, y como sabia que tarde o temprano le desagradaria, y se acordaria de quien se la habia regalado, aventure:

—Majestad, teneis la piel tan blanca y delicada, que el contraste del negro resulta demasiado fuerte.

—Pero, ?no resulta agradable el contraste? —pregunto.

—Si, Majestad, atrae la atencion hacia vuestro cutis inmaculado, pero probemos la rubia, por favor.

Lo hizo y se declaro muy satisfecha con ella.

—Pero tambien utilizare la negra —me dijo.

Luego se puso el regalo de Robert. Era un collar de oro tachonado de diamantes, opalos y rubies.

—?No es magnifico? —me pregunto.

Le dije que lo era realmente.

Lo acaricio con ternura.

—Que bien conoce mi gusto en cuanto a joyas —comento; y pense lo ironico que resultaba que me llamase para alabar el gusto de mi amante al elegir los costosos regalos que le hacia a otra mujer.

Durante los meses siguientes, se mostro perversa, y de nuevo cruzo mi pensamiento la idea de que sabia algo. Me pregunte si recordaria que Robert la habia convencido para que enviase a Walter de nuevo a Irlanda y que este habia muerto poco despues. Parecia estar vigilandome y queria tenerme siempre a su lado.

Supuse que Robert se daba cuenta de su actitud. Solia hablarle a ella de sus piernas hinchadas (padecia ya de gota) e insinuaba que su medico le aconsejaba mas visitas a Buxton. Supuse que deseaba estar en disposicion de escapar si se presentaba la ocasion en que fuese necesario hacerlo.

Ella no le dejaba en paz y estaba pendiente de lo que comia a la mesa y le decia con cierta aspereza que debia comer mas y beber menos.

—?Fijaos en mi! —gritaba—. No estoy ni demasiado flaca ni demasiado gorda. ?Y por que? Porque no me atraco como un cerdo, ni bebo hasta que se me va la cabeza.

A veces, le quitaba la comida del plato y afirmaba que si el no se cuidaba mas de

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