como mi marido.
A la manana siguiente, se nos unio mi hermano Richard, y uno de los capellanes de Robert, un tal senor Tindall, que era quien habia de celebrar la ceremonia. Y alli, en la galeria de Wanstead, mi padre me entrego al conde de Leicester, y se realizo la ceremonia de tal modo y con tales testigos que no pudiera afirmarse de ningun modo que no habia tenido lugar.
—Mi hija dara pronto a luz un hijo vuestro —dijo mi padre—, Entonces, sera necesario hacer publico el matrimonio con el fin de proteger su buen nombre.
—Dejad eso de mi cuenta —le aseguro Robert. Pero no era tan facil disuadir a mi padre.
—Debe comunicarse publicamente que esta legitimamente casada y es la condesa de Leicester.
—Mi querido Sir Francis —Contesto mi esposo—?os imaginais la colera de la Reina cuando sepa que me he casado sin su consentimiento?
—?Entonces por que no pedisteis su consentimiento?
—Porque nunca me lo habria dado. He de disponer de tiempo para decirselo… he de elegir el momento. Si ella anunciase su compromiso con el principe frances, entonces yo podria justificadamente decirle que me he casado.
—Oh, padre —dije, impaciente—. Teneis que entender todo esto. ?Pretendeis acaso vernos encerrados en la Torre? En cuanto a vos, ?cual seria vuestra postura cuando se supiese que habiais asistido a la ceremonia? Conoceis perfectamente el caracter de Su Majestad la Reina.
Asi se acordo y, aquella noche, Robert y yo dormimos en la camara de la Reina y yo no podia dejar de pensar en Isabel durmiendo alli, creyendo que la camara solo se reservaba para sus visitas; y alli estaba yo, en aquel lecho soberbio con mi esposo, del que estaba locamente enamorada, y el de mi, e imaginaba cuan furiosa se habria puesto ella de poder vernos.
Se trataba, sin duda, de la suprema victoria.
Creo que Robert experimentaba tambien una gran satisfaccion con esto, pues, a pesar del placer que yo le proporcionaba, debian haberle irritado las ofensivas palabras de ella. No podia haber tomado mayor venganza.
Que profundamente unidos estabamos los tres, pues incluso en nuestra noche de bodas ella parecia estar alli con nosotros.
Pero fuese cual fuese el desenlace, era indudable que yo era la esposa de Robert.
Al dia siguiente, hubo desconcertantes noticias. Llego un mensajero de la Reina. Esta habia oido que el conde de Leicester estaba en su finca de Wanstead, y habia decidido pasar alli dos noches en la ultima etapa de su viaje a Greenwich. Como el habia estado tan triste, debido a que la ultima vez que ella habia visitado Wanstead el estaba en Buxton tomando las aguas, habia decidido acortar su viaje para poder pasar dos dias en su compania.
Daba la sensacion de que lo sabia. La idea se nos ocurrio a los dos. Ambos pensamos que lo sabia y que habia preparado aquello porque lo sabia. Robert estaba muy alterado cuando me lo explicaba, pues cuando llegase la hora de las explicaciones el habia de ser quien las diese y tenia que elegir el momento. No podiamos permitir que lo descubriese por terceras personas. Lo mas desconcertante era que esto sucediese al dia siguiente de nuestra boda, pero al menos habia un aviso. Y tras pensarlo, nos parecio que si ella hubiese sabido realmente lo ocurrido, nunca nos habria enviado el aviso que nos permitia disponer de tiempo.
—Hemos de actuar rapidamente —dijo Robert, y los demas le dieron la razon. Yo deberia irme inmediatamente y regresar con mi padre a Durham House. Robert debia quedarse en Wanstead con Warwick y North y disponer lo necesario para recibir a la Reina.
Tuve que aceptar. Mi triunfo en la cama de la Reina habia terminado. A reganadientes y un tanto decepcionada, deje Wanstead y volvi a esperar con la maxima paciencia posible que Robert volviese a mi.
Imagino que tantos viajes y tantas emociones resultaron excesivos en mi estado, y quiza por el aborto anterior, me castigase la vida. Lo cierto es que di a luz en el maximo secreto posible un nino prematuro que nacio muerto.
Robert tardo algun tiempo en poder venir a verme, pues la Reina estaba tan satisfecha de su compania en Wanstead que insistio en que volviese a Greenwich con ella. Cuando Robert llego, yo ya me habia recuperado y el me consolo diciendo que tendriamos muy pronto un hijo. La Reina no habia demostrado la menor sospecha, asi que nuestra alarma era infundada.
El confiaba en que cuando llegase el momento podria darle la noticia suavemente y con resultados no desastrosos para nosotros. De momento, yo podia pretextar enfermedad; y el hecho de que ella estuviese hablando continuamente de la propuesta de matrimonio del frances lo hacia todo mucho mas facil.
Estuvimos juntos un tiempo en Durham House, pero mi mayor deseo era poder hacer publico nuestro matrimonio.
—Todo llegara a su debido tiempo —decia Robert. Estaba muy emocionado. Despues de todo, habia pasado por gran numero 'de contratiempos con la Reina y habia sobrevivido. Yo no estaba segura de mi misma. Recordaba que en una ocasion habia estado desterrada de la Corte durante muchisimo tiempo.
Aun asi, la vida resultaba interesante. Era la esposa de Robert, estaba unida a el por un lazo firme, por medio de una ceremonia de la que mi propio padre habia sido testigo. Y, dado mi caracter, el jugar aquel peligroso juego con la Reina me resultaba placentero y vivificante.
La traicion
Leicester considero definitivamente frustradas sus ambiciosas esperanzas y se caso en secreto con la condesa viuda de Essex, de la que estaba profundamente enamorado. Simier, enterado de este secreto, informo de el inmediatamente a la Reina, pues sospechaba que el interes de esta por Leicester era el principal obstaculo a su matrimonio con el duque de Anjou.
Siguieron meses de evasivas. Volvi a la Corte y siempre que podiamos, Robert y yo estabamos juntos. La Reina le retenia mucho tiempo a su lado, y yo tenia que contemplar a mi esposo galanteando verbalmente a mi rival, lo que he de confesar que me causaba no pocos celos.
Sabia, por supuesto, que Isabel jamas tomaria verdaderamente un amante y que, en este aspecto, vivia en un mundo ilusorio, sin el menor contenido real; y Robert intentaba compensar mi irritacion por todo esto. Audazmente intercambiaba conmigo amorosas miradas en presencia de la Reina; yo sentia a veces, de pronto, la presion de su cuerpo contra el mio y la chispa del deseo alzaba una llama entre los dos incluso en la camara regia. Le adverti: «Nos descubrireis un dia». Me complacia que se arriesgase tanto. El se encogio de hombros y fingio no preocuparse por ello, pero yo sabia que el procuraba siempre, por todos los medios, mantener el secreto a pesar de los peligros a que se exponia.
Le regale a la Reina por Ano Nuevo un collar de ambar adornado con perlas y piezas de oro. Dijo que le encantaba. Comento, sin embargo, que yo le parecia algo palida y pregunto si me habia recuperado de mi enfermedad.
Robert habia pensado que debia ser especialmente generoso en sus regalos por si ella pensaba que no le prestaba la misma atencion de siempre, y le ayude a elegir un hermoso reloj tachonado de rubies y diamantes, y unos botones de rubies y diamantes con rascadores a juego para el pelo. Sabia que le encantaria llevarlos porque