cuando sucedia esto era guardar cama, y eso hizo, enviando a la Reina un mensaje en el que acusaba recibo de su recado, pero solicitaba que le disculpase una semana pues estaba demasiado enfermo para viajar y debia guardar cama en Wanstead.
Lo mas aconsejable era que permaneciese en sus aposentos, porque teniamos que tener cuidado con quienes nos deseaban mal, no fuesen a ir a la Corte con murmuraciones.
Y, ?como podiamos estar seguros de quienes eran nuestros amigos?
Yo estaba, venturosamente, en la casa cuando se diviso un grupo de visitantes que se aproximaban. El estandarte real ondeaba al viento, proclamando que se trataba de uno de los viajes de la Reina. Horrorizada, comprendi que venia a visitar al enfermo de Wanstead. Hubo el tiempo justo para procurar que Robert pareciese enfermo y de retirar del aposento todos los indicios que pudiesen indicar que una mujer lo compartia con el.
Luego, sonaron las trompetas. La Reina habia llegado a Wanstead.
Oi su voz; estaba exigiendo que la condujesen sin dilacion adonde estaba el Conde. Queria asegurarse de su estado, pues se sentia inquieta por su causa.
Yo me habia encerrado en uno de los aposentos mas pequenos y escuchaba atentamente cuanto sucedia, alarmada ante lo que pudiese significar aquella visita y furiosa porque yo, el ama de la casa, no podia osar salir a la vista de todos.
Tenia algunos criados en los que creia que podia confiar, y uno de ellos me trajo noticias de lo que ocurria.
La Reina estaba con el conde de Leicester, y manifestaba gran preocupacion por su enfermedad. No estaba dispuesta a confiar a nadie el cuidado de su querido amigo. Ella se quedaria en la habitacion del enfermo, y tambien debia disponerse el aposento que habia reservado para ella en Wanstead.
Me senti desfallecer. ?Asi que no iba a ser una visita breve!
?Que situacion! Alli estaba yo, en mi propio hogar, sin derecho a estar en el, por lo que parecia.
Los criados entraban y salian furtivamente de la habitacion del enfermo. Oi a la Reina dar ordenes a gritos. Robert no tendria que fingirse enfermo. Debia estar enfermo de angustia preguntandose que seria de mi y si acabaria descubriendose mi presencia.
Daba gracias a Dios por el poder de Robert y el miedo que en muchos provocaba, pues lo mismo que la Reina podia humillarle, podia el vengarse de cualquiera que no le complaciese. Ademas, tenia una sombria reputacion. La gente aun recordaba a Amy Robsart y a los condes de Sheffield y Essex. Se decia que los enemigos del conde de Leicester debian procurar no comer a su mesa.
En consecuencia, no tenia por que temer una traicion.
Tenia, sin embargo, un problema. Si me iba y me veian salir, estallaria una autentica tormenta. Pero, ?era seguro para mi seguir oculta en la casa?
Decidi esto ultimo y rece para que la estancia de Isabel fuese breve. Ahora, suelo reirme pensando en aquel periodo, aunque entonces no era, ni mucho menos, divertido. Tenian que subirme la comida furtivamente. Yo no podia salir. Tenia que tener a mi fiel doncella vigilando continuamente.
Isabel estuvo en Wanstead dos dias con sus noches, y hasta que no vi desaparecer el cortejo (desde la ventana de un pequeno aposento) no me atrevi a salir.
Robert aun seguia en la cama, y con excelente animo. La Reina habia sido muy atenta. Habia insistido en cuidarle ella misma. Le rino por no cuidarse mas de su salud, y dejo en claro que le queria como siempre.
El estaba seguro de que no habria matrimonio con el frances y de que su propia posicion en la Corte seguiria siendo igual de firme que siempre.
Le indique que ella se enfureceria cuando se enterase de que el se habia casado, dado que no habia disminuido en absoluto el amor que por el sentia. Pero Robert estaba tan satisfecho por haber recuperado su favor, que se negaba a aceptar esta desagradable posibilidad.
?Como nos reimos de la aventura una vez pasado el peligro!
Pero seguia alzandose ante nosotros el problema de hacer publico nuestro matrimonio. Y un dia u otro, ella tendria que saberlo.
Robert estaba aun en Wanstead cuando nos enteramos de que habia habido un accidente en Greenwich que habia estado a punto de costar la vida a la Reina.
Al parecer, Simier estaba conduciendola a su embarcacion cuando uno de los guardias disparo un tiro. El barquero de la Reina, que estaba solo a dos metros de ella, resulto herido en ambos brazos y cayo sangrando al suelo.
El hombre que habia disparado fue apresado de inmediato y la Reina centro su atencion en el barquero que yacia a sus pies.
Cuando Isabel se convencio de que aquel hombre no estaba mortalmente herido, se quito su panuelo y marido a los que le atendian que le vendaran, para cortar la hemorragia, mientras ella le alentaba con sus palabras diciendole que se cuidaria personalmente de el y de su familia. La bala iba dirigida a ella, de eso estaba segura.
El hombre que habia disparado (un tal Thomas Appletree) fue llevado a prision y la Reina siguio hacia su barca, hablando con Simier.
Se hablo del incidente en todo el pais; y cuando Thomas Appletree comparecio ante el tribunal declaro que no habia tenido ninguna intencion de disparar y que se le habia disparado el arma sola por accidente. La Reina, haciendo gala de la misericordia que siempre le gustaba mostrar con sus humildes subditos, fue a ver al acusado y declaro que estaba convencida de su honradez y de que decia la verdad. El cayo de rodillas y le dijo con lagrimas en los ojos que nunca habia tenido mas deseo que el de servirla.
—Os creo —dijo ella—. Fue un accidente. Dire a vuestro amo, mi buen Thomas, que vuelva a aceptaros a su servicio.
Luego dijo que el hombre que habia resultado herido debia recibir todos los cuidados necesarios y, como resulto que la herida no era grave, el incidente parecio quedar olvidado.
Pero no fue asi. Muchos sabian que el conde de Leicester habia discutido con la Reina sobre la concesion del pasaporte al duque de Anjou. Simier se quejaba de que Leicester habia hecho todo lo posible para que su mision fracasase. Y, dada la reputacion de Robert, pronto empezo a murmurarse que el habia preparado todo aquello para eliminar a Simier.
El propio Simier llego a creerlo y decidio vengarse. Descubrimos de que modo cuando el conde de Sussex llego cabalgando a Wanstead.
Thomas Radcliffe, tercer conde de Sussex, no era gran amigo de Robert. De hecho, existia una feroz rivalidad entre ambos y Robert sabia muy bien que Sussex lamentaba los favores que la Reina habia prodigado a su favorito. Sussex era ambicioso, lo mismo que los demas hombres que andaban alrededor de la Reina, pero se ufanaba de que su unico motivo era servirla y que lo haria aunque al hacerlo la ofendiese. Tenia poca imaginacion y poco atractivo y, desde luego, no era uno de los favoritos de Isabel, pero esta le conservaba a su lado por su honradez y su sinceridad, lo mismo que a Burleigh por su sabiduria; y aunque les zahiriese y descargase en ellos su colera, siempre les escuchaba y seguia a menudo sus consejos; jamas habia prescindido de ninguno de ellos.
Sussex estaba muy serio, me di cuenta en seguida, y parecia tambien mostrar cierta complacencia, pues las noticias que traia eran que Simier, furioso por lo que creia un atentado contra su vida por parte de Leicester, le habia dicho a la Reina lo que mucha gente ya sabia, aunque a ella se le hubiese ocultado: que Robert y yo estabamos casados.
Robert me pidio que fuese con ellos, pues no tenia ningun sentido ya mantener en secreto mi presencia.
—Estais en un grave aprieto, Leicester —dijo Sussex—. Sera mejor que os mostreis afligido. Nunca he visto a la Reina tan furiosa.
—?Que ha dicho? —pregunto tranquilamente Robert.
—principio no queria creerlo. Grito que eran mentiras. No hacia mas que repetir «Robert jamas haria eso. Jamas se atreveria». Luego os llamo traidor y dijo que la habiais traicionado.
—Ella me ha menospreciado —protesto Robert—. Ahora mismo esta considerando la posibilidad de casarse.