El dia en que nacio nuestro hijo, fue para Robert y para mi un dia maravilloso. Le pusimos Robert de nombre e hicimos grandes proyectos para el.

Me senti satisfecha durante un tiempo solo por tenerle, y me alegro mucho saber del matrimonio de Douglass Sheffield con Sir Edward Stafford, embajador en Paris de la Reina. Fue Stafford quien negocio el propuesto matrimonio de Isabel con el duque de Anjou, y su habilidad en el manejo de estas cuestiones resulto muy del agrado de la Reina.

Llevaba un tiempo enamorado de Douglass, pero la insistencia de esta en que habia existido un enlace matrimonial entre ella y Leicester, les habia impedido casarse. Al hacerse publico y notorio mi matrimonio con Robert, Douglass (actuando de un modo tipico en ella) se caso con Edward Stafford, admitiendo asi tacitamente que nunca podia haber existido enlace matrimonial firme entre ella y Robert.

Esto resultaba confortante, y sentada con mi nino en brazos, me prometi que todo iria bien y a su debido tiempo recuperaria incluso el favor de la Reina.

Me preguntaba que sentiria Isabel al saber que Robert y yo teniamos un hijo, pues estaba segura de que ella ansiaba un hijo mas aun que un marido.

Por amigos de la Corte supe que habia recibido la noticia en silencio, y que habia tenido luego un arrebato de colera, asi que sospeche el efecto que le habia causado, quede sobrecogida al enterarme de lo que habia decidido hacer.

Fue de nuevo Sussex (el heraldo de las .malas nuevas), quien trajo la noticia.

—Me temo que se avecinan graves problemas —dijo a Robert, no sin cierta satisfaccion—. La Reina esta indagando sobre Douglass Sheffield. Ha llegado a sus oidos que tiene un hijo llamado Robert Dudley y que declaro que era hijo legitimo del conde de Leicester.

—Si fuese asi —pregunte—, ?como puede decir que es la esposa de Sir Edward Stafford?

—La Reina dice que es un misterio que esta decidida a aclarar. Dice que Douglass pertenece a una gran estirpe y que no puede permitir que se diga que ha incurrido en bigamia al casarse con su embajador.

—Yo jamas me case con Douglass Sheffield —dijo Robert, con firmeza.

—La Reina no piensa lo mismo y esta decidida a aclarar la verdad.

—Puede hacer lo que guste, que nada encontrara.

?Era una bravata? No estaba segura. Parecia nervioso.

—Su Majestad es de la opinion de que hubo matrimonio, en cuyo caso, este vuestro actual no lo es en absoluto. Dice que si realmente os casasteis con Douglass Sheffield, vivireis con ella como vuestra esposa u os pudrireis en la Torre.

Yo sabia lo que significaba aquello. Me arrebataria, si podia, mi triunfo de la mano. Queria demostrar que mi matrimonio no era valido y que mi hijo era un bastardo.

Oh, que dias de angustia hube de pasar. Aun ahora tiemblo de colera al recordarlo. Robert me aseguraba que ella no podria demostrar que hubiese habido matrimonio porque no lo habia habido, pero yo no era capaz de creerle del todo. Le conocia bien y sabia que la maxima pasion de su vida era la ambicion; pero era mas viril que la mayoria de los hombres y, cuando deseaba a una mujer, ese deseo podia, temporalmente, desbordar su ambicion. Douglass era el tipo de mujer que se aferraba a su virtud (aunque se hubiese convertido en su amante) y quiza por el hijo que iba a tener hubiese llegado a convencerle de que se casase con ella.

Pero ahora nosotros teniamos un hijo (nuestro propio Robert) y yo me decia que su padre, que deseaba eliminar obstaculos de su camino, sin duda seria capaz de eliminar las pruebas de un matrimonio, si es que lo habia habido. Ningun hijo mio seria tachado de bastardo. No estaba dispuesta a cruzarme de brazos y dar a la Reina aquella satisfaccion. Sabria confundir su malicia, demostrar que estaba equivocada y convertir aquello en otra victoria de su Loba.

Sussex nos dijo que la Reina le habia encargado descubrir la verdad sobre aquel asunto. Isabel estaba decidida a saber si, de verdad, habia habido matrimonio. Teniamos un buen aliado en Sir Edward Stafford, que, profundamente enamorado de Douglass, ansiaba demostrar que no habia habido matrimonio entre Douglass y Robert. Estaba tan ansioso como nosotros.

Al parecer, Douglass queria defender lo que ella llamaba «su honor»; y, por supuesto, luchaba por su hijo. Eso era un punto a nuestro favor. Leicester, como padre de familia que deseaba hijos legitimos, era poco probable, se decia, que repudiase a uno tan notable e inteligente como el Robert de Douglass.

Esperabamos impacientes el resultado de las indagaciones. Sussex interrogo a Douglass, y resultaba inquietante recordar lo mucho que detestaba a Robert, pues estabamos seguros de que le encantaria poder descubrir pruebas contra nosotros.

Douglass insistio, tras un detenido interrogatorio, en que habia habido una ceremonia en la que ella y Leicester habian empenado su palabra de un modo que ella consideraba vinculante. Entonces ella tenia que tener algun documento. Tenia que haber habido un acuerdo. No, dijo la simple de Douglass, no tenia nada. Habia confiado en el conde de Leicester y le habia creido ciegamente. Lloro despues de un arrebato de histeria y suplico que la dejasen sola. Era feliz en su matrimonio ahora con Sir Edward Stafford, y el conde de Leicester y Lady Essex tenian un hermoso hijo.

Entonces, al parecer, Sussex se vio obligado a declarar que lo que habia ocurrido entre Lady Sheffield y el conde de Leicester no habia sido un verdadero matrimonio y que, debido a ello, Leicester habia podido casarse con Lady Essex, tal como hizo.

Cuando me comunicaron la noticia, me senti inundada de gozo. Habia estado aterrada a causa de mi hijo. Ahora ya no habia duda de que el pequeno Robert que estaba en la cuna era el legitimo hijo y heredero del conde de Leicester.

Y mientras me regocijaba de mi buena fortuna, podia tambien gozar del despecho de la Reina. Me dijeron que cuando se entero de la noticia se puso furiosa y llamo a Douglass imbecil, a Leicester libertino y a mi loba, una loba feroz que recorria el mundo buscando hombres a los que poder destruir.

—Mi senor Leicester lamentara el dia en que se unio a Lettice Knollys —declaro—. Este no es el final de ese asunto. A su tiempo, se recobrara de su necedad y sentira los ponzonosos dientes de la loba.

Podria haber temblado al comprender el odio que habia despertado en nuestra omnipotente senora, pero de algun modo resultaba estimulante, sobre todo ahora que saber que la habia vencido otra vez. Podria imaginar su furia, y el que estuviese principalmente dirigida contra mi me entusiasmaba. Mi matrimonio estaba seguro, el futuro de mi hijo protegido. Y eso no podia quitarmelo la poderosa Reina de Inglaterra, aunque intentase para ello ejercer todo su poder.

Una vez mas triunfaba yo.

Podia salir ya a la luz publica, pues no habia necesidad alguna de seguir guardando el secreto, y centre mi atencion en las magnificas residencias de mi marido, decidida a engrandecerlas aun mas. Debian exceder todas ellas en esplendor a los palacios y castillos de la Reina.

Volvi a amueblar mi dormitorio de Leicester House, instalando una cama de nogal, cuyas colgaduras eran de tal magnificencia que nadie podia mirarlas sin quedar boquiabierto.

Estaba decidida a que mi dormitorio fuese mas esplendido que el que habia dispuesto para la Reina cuando llegara de visita. Recordaba que cuando ella viniese, yo tendria que desaparecer… o eso, o se negaria en redondo a venir. Y si venia, sabia que su curiosidad la empujaria a ver mi dormitorio, asi que procure que fuese maravilloso en todos los detalles. Las colgaduras eran de terciopelo rojo, decorado con hilos y lazos de oro y plata. Todo lo que habia en la habitacion estaba cubierto de terciopelo y telas con plata y oro; mi silleta era como un trono. Sabia que si ella veia aquello se pondria furiosa. Y desde luego se enteraria. Habia muchas lenguas maliciosas dispuestas a atizar la hoguera de su odio contra mi. Toda la ropa de cama, de lino, estaba decorada con el escudo de armas de los Leicester y era de lo mas fina; teniamos ricas alfombras en el suelo y en las paredes, y fue una alegria prescindir de los juncos que enseguida olian mal y se llenaban de pulgas y chinches.

Robert y yo nos sentiamos felices. Podiamos, reir tras los ricos cortinajes de nuestro lecho pensando en nuestra habilidad para casarnos pese a todos los obstaculos que nos lo impedian. Cuando estabamos solos, yo llamaba a la Reina Esa Zorra. Despues de todo, era astuta como el zorro, y la hembra de esa especie era mas

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