—Yo Jo sere tambien —se ufano Essex—, pero a mi modo.

No sabia que pensar y seguia temiendo por el, pues aunque Penelope estaba muy proxima a mi, mi favorito era Essex. Pense lo extrano que resultaba que la Reina y yo debiesemos amar a los mismos hombres y que el hombre que era mas importante para ella hubiese de serlo tambien para mi durante tanto tiempo.

Sabia que ella aun lloraba a Leicester. Me entere de que llevaba una miniatura suya que miraba con frecuencia. Y que tenia la ultima carta que el le habia escrito en una caja con este rotulo: Su ultima carta.

Si, era una extrana ironia del destino que ahora que mi esposo habia muerto, el hombre que mas le interesaba fuese mi hijo. Essex se quejaba de que tenia muchas deudas y de que, aunque la Reina le mostraba su favor teniendole a su lado, no le habia otorgado nada de valor ni titulos ni tierras, tal como habia hecho con su padrastro. Y el era demasiado orgulloso para pedir.

Estaba inquieto y sonaba con aventuras que le produjesen dinero. La solucion era la guerra, si obtenia la victoria, podia proporcionarle un buen botin. Ademas, insistia con creciente vigor (y otros hacian lo mismo) en que la guerra contra los espanoles debia continuarse.

Al fin la Reina accedio a enviar una expedicion. La oportunidad llego con la muerte del rey Enrique de Portugal. El Rey de Portugal, que habia sido depuesto, habia estado viviendo en Inglaterra, pero a la muerte del Rey Enrique, Felipe de Espana envio al duque de Alba a reclamar Portugal para la corona espanola. Dado que los portugueses no aceptaban de buen grado la usurpacion espanola, Portugal parecia un buen campo de batalla. Sir Francis Drake debia ocuparse de las operaciones navales, y Sir John Norris de las terrestres.

Cuando Essex insinuo que el debia ir tambien, la Reina monto en colera y el se dio cuenta de que seria inutil insistir, pero, siendo quien era, no iba a volverse atras, y planeo ir sin decirselo.

Vino a despedirse de mi unos dias antes de la marcha, y me senti halagada de que me otorgase su confianza en cuestion tan secreta, sobre todo cuando excluia a la Reina,—Se pondra furiosa contigo —le dije—. Puede que no vuelva a recibirte.

El se echo a reir. Tenia la completa seguridad de saber como tratar con ella.

Le previne, pero no demasiado seriamente. A decir verdad, mas bien me complacia el pensamiento de que ella se enfureceria al perderle.

?Como amaba Essex la intriga! El y Penelope hicieron planes juntos.

La noche que partio, invito al marido de Penelope, Lord Rich a su camara a cenar con el, y cuando su invitado se fue se dirigio al parque donde estaba esperandole su caballerizo con los caballos dispuestos.

—Drake no permitira que subais a su barco —le dije—. Sabe perfectamente que iria contra la voluntad de la Reina y el no es hombre que se arriesgue a ofenderla.

Essex se echo a reir.

—Drake no me vera —dijo—. Ya he dispuesto con Roger Williams que haya una embarcacion esperandome. Si no nos dejan ir con ellos, iniciaremos una campana por nuestra cuenta.

—Me asustas —dije; pero me sentia orgullosa de el, orgullosa de aquel valor impulsivo e incontenible que creia que habia heredado de mi, pues, desde luego, no procedia de su padre.

Me beso, todo encanto y delicadeza.

—No, madre querida, no temais. Os prometo que volvere a casa tan cubierto de gloria y con tanto oro espanol que todos los hombres se maravillaran. Dare a la Reina una parte y le dire claramente que si quiere tenerme a su lado, debe aceptar tambien a mi madre.

Todo esto parecia maravilloso, y tal era su entusiasmo que, al menos temporalmente, fui capaz de creerle.

El habia escrito varias cartas a la Reina explicando lo que hacia, y las tenia guardadas en su escritorio.

Salio a primera hora de la manana para Plymouth y, tras cabalgar noventa millas envio de vuelta a su criado con las llaves del escritorio e instrucciones de que se entregasen a Lord Rich, con la peticion de que este abriese el escritorio y llevase las cartas a la Reina.

La furia de la Reina cuando recibio aquellas cartas fue tal que en la Corte decian que aquello era el fin de Essex. Maldijo y juro llamandole todos los nombres ofensivos que se le ocurrieron, y prometio que le ensenaria lo que significaba desobedecer a la Reina. Yo no pude reprimir cierta satisfaccion ante su disgusto, aunque al mismo tiempo tenia ciertos recelos en cuanto a la magnitud del riesgo que se habia atrevido a correr Essex.

Isabel le escribio inmediatamente, ordenandole regresar, pero el no volvio hasta pasados tres meses, y, cuando lo hizo, me enseno las cartas que ella le habia enviado. Debia estar muy furiosa cuando las escribio.

Cuando las cartas llegaron a sus manos tras semanas de aventuras (desastrosas casi todas), fue lo bastante prudente para comprender que era esencial la obediencia inmediata.

La expedicion habia sido un fracaso, pero Drake y Norris volvieron con un rico botin robado a los espanoles, asi que no fue un esfuerzo enteramente perdido.

Essex se presento a la Reina que le exigio que explicase sus acciones, ante lo que el cayo de rodillas y dijo que estaba encantado de volver a verla. Que daba por bueno todo lo sufrido por verla otra vez. Que podia castigarle por su locura. Le daba igual. Habia vuelto a casa y le habia permitido besar su mano.

Realmente era sincero. Estaba gozoso de verse otra vez en Inglaterra; y ella, con su relumbrante atuendo y su aura de soberania, debia haberle impresionado de nuevo con su personalidad excepcional.

Hizo que se sentara a su lado y le contara sus aventuras, y era evidente que se sentia feliz de tenerle consigo; sin duda todo habia sido perdonado.

—Es igual que con Leicester —decia todo el mundo—. Essex no puede hacer nada malo.

Quizas Isabel, sabiendo que se habia ido en busca de fortuna, decidiese que debia aprender a hacerla en su patria. Empezo a mostrarse generosa con el y el empezo a hacerse rico. Le otorgo el derecho a cobrar tasas aduaneras de los vinos dulces que se importaban al pais, brindandole asi una oportunidad de obtener grandes ingresos. Este derecho habia sido uno de sus regalos a Leicester y yo sabia por el, lo valioso que habia sido.

Mi hijo era el favorito de la Reina y, aunque resultase bastante extrano, estaba enamorado de ella, a su modo. La cuestion del matrimonio, que tanto habia preocupado a Leicester durante tanto tiempo, el ni siquiera se la planteaba; ella le fascinaba por completo. La adoraba. Lei algunas cartas que le escribio y en ellas se transparentaba esta pasion extraordinaria. No impedia esto que tuviese aventuras con otras mujeres y se estaba labrando una reputacion de tenorio. Era irresistible por su apostura, sus gentiles modales y el favor del que disfrutaba en la Corte. Me daba cuenta de como servia a la Reina en aquel periodo concreto de su vida. Jamas le amaria con la profundidad que habia amado a Leicester, pero esto era distinto. Aquel joven (que revelaba sus pensamientos tan libremente, que detestaba los subterfugios) la habia colocado en un pedestal para adorarla, y ella estaba encantada.

Segui todo el proceso con alegria, asombro y satisfaccion porque aquel era mi hijo, y, pese a su madre, habia conseguido penetrar en el corazon de la Reina. Al mismo tiempo, sentia recelos. El era impulsivo en exceso. Parecia no darse cuenta del peligro que corria… o que no le preocupara. Tenia enemigos por doquier. Yo temia en especial a Raleigh (listo, sutil, apuesto), a quien la Reina estimaba, pero nunca tanto como a mis dos Roberts, mi esposo y mi hijo. A veces se me hacia especialmente patente lo ironico del caso y me asaltaba una risa histerica. Era como una cuadrilla. Los cuatro trazando nuestro paso de baile al ritmo de una musica que no era enteramente obra de la Reina. Uno de los bailarines habia abandonado ya la danza, pero quedabamos los otros tres.

Essex no tenia cabeza para el dinero. ?Que diferente habia sido Leicester! Y Leicester habia muerto muy endeudado.

A veces me preguntaba que seria de mi hijo. Cuanto mas se enriquecia (a traves de los favores de la Reina) mas generoso era. Favorecia a cuantos le servian. Ellos afirmaban que le seguirian al fin del mundo, pero yo me preguntaba si su lealtad habria sido tan firme si a el le hubiesen faltado los medios para pagarles.

?Mi querido Essex! ?Como le amaba! ?Que orgullosa me sentia de el! ?Y como temia por el!

Fue Penelope quien llamo mi atencion sobre su creciente apego a Frances Sidney. Frances era muy bella; su tez morena, herencia de su padre, a quien la Reina habia llamado su Moro, era cautivadora; pero como era muy callada y tranquila, parecia siempre un poco distanciada de los demas jovenes que se congregaban alrededor de mi mesa.

Penelope decia que Frances atraia a Essex precisamente por ser tan distinta a el.

—?Crees que se propone casarse con ella? —pregunte.

—No me sorprenderia.

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