presencia de su soberana, y que solo con su permiso podia retirarse, tan aterrorizada estaba que se incorporo y salio tambaleandose de la estancia, mientras la Reina se quedaba alli quieta, inmovil, mirandola.
Al marchar, oyo la voz de la Reina, tensa y lugubre.
—Haced venir a Essex. Traedle aqui de inmediato.
Frances vino directamente a Leicester House, trastornada y fuera de si. Hice que se acostara mientras me contaba lo sucedido.
Penelope, que estaba en la Corte, vino poco despues.
—Se ha desatado el infierno —dijo—. Essex esta con la Reina y estan dandose voces. Dios sabe en que acabara esto. La gente dice que antes de que termine el dia Essex estara en la Torre.
Esperamos a que estallase la tormenta. Yo recordaba con toda claridad la epoca en que Simier le habia dicho a la Reina que Leicester se habia casado. Habia querido enviarle a la Torre y no lo hizo por la intervencion del conde de Sussex. Pero luego se habia aplacado. Yo no sabia la profundidad de su afecto por mi hijo, pero sabia que era de un caracter distinto al que habia sentido por mi esposo. El de este habia estado profundamente ligado a las raices mismas de su juventud. Creia que el que sentia por mi hijo era mas fragil y temblaba de miedo por el. Ademas, el carecia del tacto de Leicester. No cederia donde Leicester hubiese desplegado toda su diplomacia.
Espere en Leicester House con Penelope y Frances. Por fin llego Essex.
—Bueno —dijo—, esta furiosa conmigo. Me llama ingrato, recordandome que ella me encumbro y que igual puede hundirme.
—Uno de sus temas preferidos —dije—. Leicester lo oyo una y otra vez a lo largo de su vida. ?No hablo de enviaros a la Torre?
—Creo que esta a punto de hacerlo. Le dije que aunque la respetase y reverenciase, era un hombre que vivia mi propia vida y que me casaria segun eligiese. Dijo que odiaba el engano y que si sus subditos guardaban algo en secreto era porque sabian que tenian algo que ocultar, a lo que respondi que, conociendo su caracter incierto, no habia querido inquietarla.
—?Robin! —grite atonita—. ?No debisteis decir eso!
—Algo parecido —dijo el despreocupadamente—. Y exigi saber por que era tan contraria a mi matrimonio. A lo que ella contesto que si hubiese acudido en la debida forma a decirle lo que deseaba, habria considerado el asunto. «?Y negado vuestra licencia! —grite—. Y eso habria significado que me veria obligado a desobedeceros en vez de solo disgustaros.»
—Un dia —le dije—. Ireis demasiado lejos.
Habria de recordar mas tarde estas palabras; incluso entonces tenian un tono lugubre, como un presagio que me avisaba del peligro.
—Bueno —continuo el paseando ante nosotros—. Me dijo que no era solo el secreto lo que le irritaba sino el que yo, para quien ella habia hecho grandes planes, me hubiese casado por debajo de mi rango.
Me volvi a Frances, comprendiendo mis sentimientos.
?No me habia sucedido aquello una vez a mi? Quise confortarla y dije en tono tranquilizador:
—Habria dicho eso de cualquiera, salvo que fuera de sangre real. Recuerdo que pensaba (o al menos, eso decia) casar a Leicester con una princesa.
—Era una disculpa para ocultar su furia —dijo tranquilamente Essex—. Se hubiese puesto furiosa de todos modos, me casara con quien me casara.
—La cuestion es —dijo Penelope—: ?Que va a pasar ahora?
—He caido en desgracia. Estoy desterrado de la Corte. «Querreis servir a vuestra esposa —dijo—. Asi que no os veremos en la Corte por algun tiempo.» Hice una inclinacion y me fui. Esta de muy mal humor. No envidio a quienes la sirven.
Me pregunte hasta que punto le preocupaba a el. No parecia en absoluto preocupado, al menos por entonces, lo cual resultaba consolador para Frances.
—Ved cuanto os ama —indique a Frances—, que es capaz de desafiar la colera de la Reina por vos.
Aquellas palabras eran como un eco del pasado, una repeticion del viejo baile, con Essex y la Reina ahora, en lugar de Leicester. Corrian en la Corte los rumores y comentarios habituales. Essex quedaba descartado. Que emocion para los otros… hombres como Raleigh, que siempre se habian llevado mal con el, y los viejos favoritos. Hatton tenia grandes esperanzas. Pobre Hatton, se le notaban los anos, cosa especialmente notoria en un hombre que habia sido tan activo y en tiempos el mejor bailarin de la Corte. Aun bailaba y a veces aun lo hacia con la Reina, con la misma gracia de siempre. Essex les habia eclipsado a todos; y eran los mas jovenes como Raleigh y Charles Blount quienes podian beneficiarse de su desgracia.
El pobre Hatton no se beneficio mucho tiempo de la caida de Essex. En los dias que siguieron fue debilitandose cada vez mas y al poco se retiro a su casa de Ely Place, donde enfermo y murio a finales de ese mismo ano.
La Reina estaba melancolica. Odiaba la muerte, y no se permitia a nadie mencionarla en su presencia. Debia ser triste para ella ver que sus viejos amigos caian del arbol de la vida como frutos maduros asolados de insectos y enfermedad.
Eso le hacia volverse cada vez mas a los jovenes.
Cuando Frances dio a luz un hijo, le pusimos Robert por su padre. La Reina cedio, Essex podia volver a la Corte, pero no queria ver a su esposa. Asi, pues, la Reina y mi hijo volvieron a ser buenos amigos. Le tenia a su lado, bailaba con el, reian juntos y el la encantaba con su conversacion franca y abierta. Jugaban a las cartas hasta muy tarde, y se decia que ella se mostraba inquieta si el no estaba a su lado.
Oh si, igual que con Leicester; pero, ?ay!, Leicester habia aprendido la leccion y Essex jamas la aprenderia.
Yo habia aceptado al fin el hecho de que la Reina nunca me perdonaria el haberme casado con Leicester y que debia ser siempre observadora exterior de los acontecimientos que configuraban la vida del pais. Esto era duro para una mujer de mi caracter y me costo aceptarlo; pero no era una de esas personas que se sienta y se hunden en la apatia. Como mi hijo y mi hija, lucharia hasta el fin. Siempre tuve, sin embargo, la sensacion de que si hubiera podido ver a la Reina y hablar con ella, podria haber eliminado nuestro resentimiento y haberla divertido como antes; luego podriamos haber llegado a un entendimiento. Yo no era ya Lettice Dudley sino Lettice Blount. Tenia, ciertamente, un marido joven que me adoraba y eso podria irritarla. Pensaria que debia sufrir castigo por lo que habia hecho. Me preguntaba si habria oido los rumores de que yo ayude a Leicester a salir de este mundo. Supongo que no, pues de haber llegado hasta ella, no se habria quedado cruzada de brazos.
Pero yo no habia abandonado la esperanza; a menudo sugeria a Essex que intentase plantear la cuestion y el me decia siempre que lo intentaria.
Asi pues, alli estaba yo, no joven ya, pero aun atractiva. Tenia mi casa, de la que me sentia muy orgullosa. Mi mesa era de las mejores del pais. Estaba decidida a rivalizar con las de los palacios reales y esperaba que la Reina se enterase de ello. Supervisaba yo misma la elaboracion de las ensaladas hechas con productos de mis propios huertos. Mis vinos eran moscatel y malvasia y los de Grecia e Italia que aderezaba a menudo con mis propias especias. Los dulces que se servian en mi mesa eran de lo mas delicado y sabroso que podia hallarse. Me dedicaba tambien a la elaboracion de lociones y cremas especialmente utiles para mis necesidades. Realzaban mi belleza de modo que habia veces que parecia que resplandecia aun mas al hacerme vieja. Mis trajes y vestiduras eran famosos por su elegancia y su estilo. Eran de seda, damasco, brocado, zangalete y la incomparable belleza de mi terciopelo favorito. Eran de los mas bellos colores, pues cada ano los tintoreros perfeccionaban mas su oficio. Azul pavo real y verde papagayo; castano culantrillo y azul genciana. Rojo amapola y amarillo calendula… todos me encantaban. Mis costureras trabajaban constantemente para embellecerme y, despreciando la falsa modestia, he de decir que el resultado era excelente.
Era feliz si dejaba a un lado aquel gran deseo: que la Reina me recibiese. El estar casada con un hombre mucho mas joven que yo me ayudaba a conservarme joven y mi familia me prodigaba gran afecto (entre ellos un hijo reconocido como la estrella mas luminosa de la Corte); tenia, pues, buenas razones para sentirme satisfecha y para olvidar aquella necesidad que empanaba mi vida. Debia olvidar a aquella Reina que estaba decidida a castigarme. Debia aprovechar lo que la' vida me ofrecia. Me recordaba a mi misma que era una vida llena de