bien, habia sido imposible cumplir esa formula tan apetecible. Cuando los nubarrones de tormenta por no haberse quedado en la colonia se disiparon por fin, entonces surgio en ella la necesidad de estar todo el tiempo hablando de los preparativos de la boda, de la decoracion del piso, de como organizarian sus horarios y sus obligaciones cuando el volviera. Todo aquello se le antojaba prematuro y, sobre todo, innecesario. Trabajando alli, en aquel remoto lugar, habia aprendido que los problemas van solucionandose a medida que se presentan, de modo que tambien hay tiempo de sobra para hacer frente a un proyecto sin necesidad de tenerlo todo ultimado con tanta anticipacion. Aquellas cosas que le contaba Yolanda le sonaban lejanas, absurdas, casi fantasmales: banquete, lista de invitados, regalos, ajuares y compra de muebles. ?Para que todas aquellas historias? Si ya tenian un sitio donde vivir, un buen dia se instalaban alli juntos y en paz. Pero a Yolanda casi le dio un ataque cuando el planteo semejante opcion. Lo tildo de insensible,de egoista, de bruto, y despues se puso a llorar. De acuerdo, no seria por evitarse todas aquellas estupideces por lo que iban a tener un disgusto. Estaba dispuesto a transigir sobre los ridiculos preparativos; pero lo que de verdad le reventaba era pensar que tales memeces parecian ser lo unico importante para su novia. ?Yolanda siempre habia sido asi, era ya asi cuando se enamoro de ella? ?Quiza el cambio lo habia experimentado el mismo?
Se dio cuenta de que el coche se embalaba y freno un poco. Estaba levantando demasiado polvo. Intento relajarse, ser ecuanime y quitar hierro al asunto. Lo que de verdad sucedia era que ahora vivian en dos mundos muy distintos: Yolanda seguia en la realidad de Espana, mientras que el se encontraba en un lugar donde la vida no presentaba tantas formalidades ni complicaciones. Reflexiono un momento, enunciado asi era mas grave aun. No se sentia con animos de retomar las antiguas costumbres y, de hecho, el alejamiento de su pais le hacia verlas como aun mas absurdas y gratuitas, de manera que… En fin, probablemente volveria a sus habitos al regresar. Imagino la vida que lo esperaba: casado con Yolanda, trabajando y viviendo en paz, una cervecilla con los amigos de vez en cuando, un buen restaurante el domingo. Tampoco sus aspiraciones habian sido nunca distintas de eso. Pero con los planteamientos que ella hacia, el dinero se iria volando, al menos durante un tiempo: comprar muebles, enseres, la hipoteca… Y luego, naturalmente, ella querria tener hijos, ya se lo habia comentado alguna vez. Asi que no pasarian meses, sino anos antes de que pudieran llevar aquella vida tranquila con la que habia sonado. Eso suponiendo que pudieran llevarla alguna vez, porque desde el momento en que se tienen hijos desaparece la intimidad de la pareja y todo se vuelven responsabilidades. Lo sabia muy bien, porque algunos companeros ya casados se lo habian contado tal cual. Responsabilidades y mas dinero, por supuesto, los ninos demandaban dinero sin parar por lo menos hasta que tenian veinticinco anos. Una trampa, en fin. Pero eso habia querido y eso tendria. Cuando uno se enamora no piensa en que siempre firma un contrato, y cuando por fin lo acepta no piensa en la letra pequena del mismo. Y, sin embargo, es la letra pequena de ese contrato lo que determina la manera de vivir.
Abrio la ventanilla y aspiro el aire ardiente. Hacia demasiado calor. Solo pensar en aquellos pormenores ya le hacia sentirse agobiado. Pero no debia adelantar acontecimientos, eso parecia ser especialidad de las mujeres. De momento estaba en Mexico, solo de nuevo, y tenia sed. Miro su reloj. Si se daba un poco de prisa le sobraba tiempo de llegar hasta El Cielito y beberse una cerveza, una cerveza nada mas: fresca, burbujeante, con la musica de fondo adecuada y la alegria de las chicas al verlo despues de tantos dias sin aparecer por alli. Ni siquiera se cuestiono si era correcto volver con las chicas despues de haber estado con Yolanda. ?Por que no? Aun se encontraba en su plazo de libertad; cuando la obra acabara y regresara a Espana… entonces todo seria normal otra vez.
Se miro las unas al trasluz. Las tenia amarillentas. Un asqueroso detalle de vejez. Recordaba haberlas tenido sonrosadas, y las manos lisas, sin venas abultadas ni manchas oscuras. Sin duda habia entrado en el periodo de decadencia imparable. Una caida por el terraplen a velocidad creciente. Esa era la imagen que Quevedo utilizo. Las comparaciones de Quevedo eran exactas para la muerte, mucho menos certeras para el amor. «Polvo seran, mas polvo enamorado.» No hay amor despues de morir, ni siquiera ese sentimiento sublime existe durante la vida. Santiago se acostaba con otra mujer. Era una sorpresa, una sorpresa porque se hubiera atrevido a hacerlo alli, no por el hecho en si. Con toda probabilidad le habia sido infiel muchas veces, quiza tantas como ella a el, pero nunca se habia arriesgado tanto. En un sitio cerrado donde todos se conocian, y con la mujer de un companero. Un riesgo, todo un riesgo el que estaban corriendo los dos. Algo extrano, porque Santiago era un hombre prudente que, en principio, nunca hubiera sido capaz de dar pie a que se extendieran los rumores. Susy solo se lo habia contado a ella, de eso estaba convencida, pero tal y como ella los habia visto besandose en el jardin, podria haberlos visto cualquiera. Mal, querido esposo, muy mal. ?Tantas ganas tenia de follar? Y si asi era, ?no podria haberse decantado por las chicas autoctonas? Se hubiera tratado de un asunto mucho menos comprometido, mas confidencial. Su amado esposo estaba ejecutando un acto de rebeldia, era algo mas que una simple cana al aire. Quiza se habia enamorado, ?por que no? Aunque nunca habia manifestado una especial necesidad de amor. Era frio y, ademas, podria haberse enamorado mil veces en los largos anos de su matrimonio tortuoso, abandonarla para irse con otra. Pero se le ocurria hacerlo alli, en el sitio mas inoportuno y con una mujer casada. ?Tan irresistible era Victoria? Nunca lo hubiera pensado. Se le antojaba una mujer de aspecto muy corriente. Educada, no demasiado comunicativa, discreta en el hablar y en el vestir… creia recordar que trabajaba como profesora de quimica en la universidad. Una entre un millar de mujeres, cortadas todas por el mismo patron. Intento recordar si habia visto gestos especiales entre Victoria y su marido, alguna mirada, un apreton de manos demasiado largo… No, aquel asunto la cogia por sorpresa. Era una gran verdad que la vida siempre te reserva novedades imprevistas. Aquel era un vericueto en el camino para que la monotonia no hiciera mella en su corazon.
Y bien, ?que se suponia que debia hacer ahora? Podia comportarse como una esposa tradicional y llamar a Santiago para decirle: «?Es verdad que hay otra mujer?» Podia organizarle una trifulca monumental, con reproches, gritos y peticiones de separacion urgentes. Nunca habia representado el papel de victima doliente, a lo mejor le gustaba. Podia tambien regresar a Espana sin decirselo a nadie y, por ultimo, podia quedarse callada para ver que sucedia, guardarse el as en la manga y continuar el juego. Creia que, de momento, esa iba a ser la opcion escogida. Si lo de Santiago y Victoria era amor verdadero, el se lo diria algun dia, y tambien le diria que quiere marcharse con otra mujer. Un efecto muy melodramatico. Era posible que Dios, en su infinita sabiduria, hubiera fraguado para ella algo muy especial, toda una historia: la escritora frustrada era abandonada y entonces se daba cuenta de hasta que punto queria a su marido. Sufria, sufria mucho, estaba desconsolada. Entonces, a resultas de este trauma, decidia volver a escribir. El talento la desbordaba y conseguia acabar una novela maravillosa, una diana total. Exito de critica y publico, profunda satisfaccion intima. Y de ahi hacia arriba, siempre mejorando, libro tras libro, siempre superandose una vez descubierto el rincon de las obras inmortales. Dios era muy suyo, pero siempre justo, y no habia consentido que ella tuviera amor y talento juntos. El sufrimiento siempre habia sido un potente generador de genio. Un nuevo horizonte se le abria a lo lejos. Estaba a punto de hincarse de rodillas en el suelo de la habitacion y dar gracias al Altisimo en una oracion exaltada. Pero no, cierta prudencia se imponia. Antes de cualquier accion piadosa, escribiria unos cuantos renglones para ver si su cerebro se habia desbloqueado de verdad, no estaba dispuesta a regalar agradecimientos sin motivo. Callaria lo que sabia y, desde la sombra, observaria la patetica comedia que los amantes montaran frente a sus propios ojos. Estaba empezando a sentirse impaciente por que Santiago se presentara ante ella y le dijera, casi al borde de las lagrimas: «La quiero, ?que voy a hacer?, la quiero aun a mi pesar y no puedo vivir sin ella.»
Alguna amiga abandonada por su marido le conto tiempo atras como fueron las cosas. El relato que hacia siempre cabalgaba entre el dolor y la ridiculizacion. El hombre aparecia como un bufon risible: el enamorado a palos, el enamorado imaginario, el enamorado a su pesar, el ridiculo enamorado. Un tipo digno de lastima. Es como si la esposa, que conoce sus debilidades, su sanchopancismo, su cobardia, su gusto por comer demasiado, no pudiera creer que esta capacitado para un enamoramiento romantico, para una historia hermosa y trascendente. Denigrando al traidor, se rebaja la envergadura de la traicion. Y, sin embargo, todas aquellas mujeres hablaban entre lagrimas, achicando poco a poco el pozo de su dolor. «Los humanos somos complejos - penso-, una complejidad formada por multitud de materiales deleznables.»
Henry no podia dejar de pensar en lo que su mujer le habia contado. Desde que lo sabia, cuando tenia que despachar con Santiago asuntos de trabajo se sentia violento. Estaba seguro de que la situacion explotaria de un momento a otro. Si los hubiera visto cualquier otro quiza todo quedaria asi, pero Susy hablaria, la conocia muy bien. Entre sus virtudes no figuraba la madurez. Aquel lado infantil suyo la hacia divertida, incluso sexy, pero no dejaba de ser un problema cada vez mayor. No habia sabido superar sus traumas, y a aquellas alturas, empezaba a pensar que no lo haria jamas. Al casarse se convencio de que podria influir sobre ella, incluso llego a creer que