– ?Como te gusta que te lo digan!, ?eh? Lo que te halaga a ti que te cuente estas cosas…
– ?A mi?
– No disimules, ahora, vamos; que ya te has puesto en evidencia.
– ?Huy que odioso! – decia medio picada y delatando una sonrisa -. ?Que odioso te sabes poner, hijo mio, cuando te ries con esa risa de conejo que te sale! ?Hiii! ?Me da una rabia que es que te mataba, fijate! – le sacudia la cara delante, apretando los dientes y guinando los ojos -. ?Hiii, que risa de conejo! – y se reia ella misma, divirtiendose con su propia rabia -. ?Tonto, odioso! Ya vienen estos…
Ahora Santos se divertia con el miedo de Carmen, porque la habia arrastrado hasta un punto en el que apenas los hombros le sobresalian.
– ?Mirar esta, el canguelo que tiene! – les gritaba riendo a los otros.
La chica se le agarraba con ambas manos y estiraba el cuello, como queriendo apartarse del agua cuanto podia.
– ?Chulo, eres un chulo, ya esta! ?Ay, aqui cubre, Santos; ay, no me sueltes, me cubre!
Se retrepaba toda hacia Santos, abrazada a sus hombros.
– Si encoges las rodillas, claro. Pon los pies en el suelo, mujer, veras como no te cubre. ?Me estas clavando las unas! No hay que tener tanto miedo.
– Eres un chulo, te diviertes conmigo, y llamas a los demas para que se rian – protestaba con un tono caprichoso -. ?Yo me quiero salir!
Los otros tres estaban detras de ellos, y Sebastian nadaba en circulos, torpemente, formando mucho alboroto de espuma y tropezando de continuo con las gentes que llenaban el rio. Habia un nino, en los brazos de su padre, que lloraba y pataleaba con alaridos de terror, al sentirse tan cerca del agua, y el padre se limitaba a rociarle la cabeza y decirle constantemente: «Ya, ya, hijo mio, ya…» Paulina y Luci lo miraban.
– ?Que crios! No se que empeno de banarlos.
– A mi me esta dando frio – dijo Luci -. Llevamos mucho rato; ?nos salimos?
– Espera a ver que hace Sebas.
Lo busco con la vista, entre toda la gente.
– Alli va – dijo Luci -; miralo. Se marcha donde aquellos.
Se alejaba nadando hacia Miguel y los otros.
– Solo por el escandalo que mete ya sabes por donde va – comentaba Paulina -. No hay una sola persona en todo el rio que forme la cuarta parte de espuma que va formando el. Ni el Cuin Mery, hija mia. Vamonos.
Se encontraron a Tito, tendido al sol en un claro de arboles. Se acercaron.
– ?Que haces?
– Al sol. ?Ya os salis?
– Nosotras si – dijo Luci -. ?Te molestamos tomar el sol aqui contigo?
– Que tonterias se te ocurren, Lucita.
– No lo se… A lo mejor te gustaba estar solo. Se habia puesto colorada.
– ?Que ideas!
Paulina y Luci se tendieron a su lado.
– Ahora si que gusta el sol – dijo Paulina.
– Poco dura. Yo ya empiezo a sentirlo. Es solo al pronto de salir.
– ?Y que hace el Dani? ?Has ido adonde el?
– Alli sigue. Me acerco a por el tabaco, y fritito; ni se movio.
Paulina dijo:
– ?Venir al rio para eso…!
Un perrito amarillo entro de pronto, rozando los pantalones del hombre de los zapatos blancos, y empezo a hacerles fiestas a todos, alegre y cimbreante, como queriendo saludar. Luego se puso en el quicio y miraba afuera y estaba inquieto; hacia sonar la cola contra la ultima tabla del mostrador.
– Cuidado el perrito este – dijo Mauricio -, lo revoltoso que es.
– Se parece a su amo – observo el carnicero -; tiene las mismas maneras que el Chamaris.
– Todos los perros acaban pareciendose a los amos – terciaba Lucio -; en todavia tengo yo la senal del muerdo que me atizo uno negro que tuvo mi cunada.
El carnicero se echo a reir sonoramente.
– ?Tiene un golpe! – decia.
El perrito volvio a alborotar; entraban dos hombres; puso el hocico contra los pantalones del hombre de los zapatos blancos y husmeaba.
– Muy buenos dias tengan ustedes.
El hombre de los zapatos blancos se habia vuelto al notar el hocico en su pierna.
– ?Azufre, quieto! – gritaba el amo. Y el perro se compuso.
– ?Que hay? – dijo Mauricio.
– Mucho calor. ?Habra traido usted cerveza?
– Esta en el hielo desde la manana.
– Asi me gusta.
– Hay que esperar a que sea domingo, para tomar aqui cerveza.
– Ah, eso si ustedes quieren la traigo a diario; con tal que se comprometan a consumirme una caja en el dia. De la otra forma, nada; luego pierden presion y ya no me las toman.
– ?De quien es esa moto de ahi afuera? – pregunto el que habia entrado con el amo del perro.
– De unos muchachos de Madrid que han venido a pasar el domingo.
– Me parecia la del medico de Torrejon. Es de la misma marca.
– Yo no distingo – dijo Mauricio -; me parecen todas iguales. Es un cacharro que a mi…
– Pues una moto esta bien – le replicaba el carnicero -. Para el que tenga que desplazarse por carretera, le va estupendamente. Vas rapido y vas comodo. Como pudiera uno meterla a campo traviesa, verias que pronto la cambiaba un servidor por el caballo; no lo pensaba mas.
– Con bastante dinero encima tendria que ser. Mauricio hizo un guino y declaro:
– Este lo tiene.
– Diga usted, Aniano, ?a como vendra costando una moto de esas?
– Pues… Una Dekauve de este modelo, con sus cinco caballos, transmision sin cadena; desde luego cara…
– Eche usted un calculo aproximado.
– De treinta y cinco a cuarenta billetes; depende el uso.
– Pues eso – comento el carnicero -; cinco veces lo que viene a costar un caballo. Claro. ?No dice usted que son cinco los que tiene?
– Si, senor, cinco.
Aniano corrigio:
– Cuidado, usted; que no se trata de caballos de acero, sino caballos de vapor.
– Pues de vapor, lo que usted quiera; para el caso es lo mismo.
El alguacil comentaba agitado: