La cadena se iba alejando ribera abajo y Miguel era duro de tirar y las chicas tuvieron que salirse, protestando que se ponian a lo bruto y que asi no valia. Al fin cayo Miguel, rebujado con Sebas, y en seguida los otros se les echaron encima. Querian arrastrar a Miguel hacia el agua, pero no conseguian dominarlo y acabaron los cuatro en el rio. Salian chorreando y riendose.

– ?Vaya un Miguel! ? Que pedazo de bicho!

– No hay quien pueda con el, fuertote que esta. Las chicas los miraban. Paulina dijo:

– Siempre tiene que ser a estilo cafre. Si no es asi, no les gusta.

– Miguel es el mas fuerte – dijo Mely -; entre tres contra uno y no han podido con el.

Paulina la miraba de reojo.

Ahora Carmen se habia puesto la blusa por encima del traje de bano, recogiendola con un nudo a la cintura; estaba tendiendo la falda a secar. Oyo a Daniel que la llamaba. Tenia una pinta divertida, el otro, rascandose la nuca y con la cara toda roja de sueno y las marcas de la tierra que se le habian grabado, como una viruela, en la mejilla. Saco una voz como asustada:

– ?Donde se han ido todos? Carmen se sonreia de verlo asi.

– Alli estan, hombre – le dijo -, alli estan, ?no los ves? El Dani no se rehacia de su embotamiento.

– Pues hijo, pues vaya un despiste que te marcas.

El se llevo las manos a los ojos y se los restregaba. Luego miraba turbiamente hacia la claridad cegadora del rio. Ya pocos se banaban. Aqui en los arboles vio dos ninos desnudos, barrigones, con sombreritos de tela blanca; mas abajo vio a Mely, en el sol. Se volvia de nuevo hacia Carmen, pero ella ya no estaba. Se tendio bocarriba

Lucita dijo:

– Fernando no se ha portado bien contigo…

– No lo se – dijo Tito -. No me hables ahora de Fernando.

– Es que la culpable de todo ha sido Mely, ?verdad? Los dos estaban tendidos bocabajo, de codos sobre la tierra. Tito hizo un gesto con los hombros:

– O quien sea. Igual da.

– Oye, ?a ti que te parece de la Mely?

– ?La Mely?, ?en que sentido?

– Si te resulta simpatica y esas cosas; no se.

– A ratos.

– Tiene buen tipo.

– Seguramente.

– De todas formas presume demasiado, ?no lo crees tu tambien?

– Y yo que se, hija mia. ?Por que me haces hablar de la Mely, ahora? Vaya preocupacion.

– De algo hay que hablar…

Habia puesto una voz compungida, como replegandose. Tito se volvio a ella y la miro con una sonrisa de disculpa:

– Perdoname, monina. Es que ahora me daba rabia que hablasemos de Mely. Haces tanta pregunta…

– A las chicas nos gusta saber lo que opinais los chicos de nosotras; si os parecemos presumidas y demas.

– Pues tu no lo eres.

– ?No?

Se detuvo como esperando a que Tito continuase; luego anadio:

– Pues si; si que lo soy algunas veces, aunque tu no lo creas.

Pasaron unos momentos de silencio; despues Luci volvia a preguntar:

– Tito, ?y a ti, que te parece que una chica se ponga pantalones? Como Mely.

– ?Que me va a parecer? Pues nada; una prenda como otra cualquiera.

– ?Pero te gusta que los lleve una chica?

– No lo se. Eso segun le caigan, me figuro.

– Yo, fijate; anduve una vez con ideas de ponermelos y luego no me atrevi. Un Corpus, que nos ibamos de jira al Escorial. Estuve en un tris si me los compro, y no tuve valor.

– Pues son reparos tontos. Despues de todo, ?que te puede pasar?

– Ah, pues hacer el ridi; ?te parece poco?

– Se hace el ridiculo de tantas maneras. No se por que, ademas, ibas a hacerlo tu precisamente.

– Es que no tengo mucha estatura para ponerme pantalones.

– Chica, un retaco no eres. La talla ya la das. Tampoco es necesario ser tan alta, para tener un tipito agradable.

– ?Te parece que tengo yo buen tipo?

– Pues claro que lo tienes. Eres una chica que puede gustar, ya lo creo.

Lucita reflexionaba unos instantes; luego dijo:

– Si; total, ya se que aunque te pareciera lo contrario, no me lo ibas a decir.

– Ah, bueno, pero no me lo parece – la miro sonriendo -. Y vamonos ya del sol, que nos estamos asando vivos. Se levantaban.

El carnicero hablo de nuevo, con un tono prudente:

– Pues tampoco se yo por que dice usted eso de los anos. Usted todavia podria colocarse si se pusiera en ello. Lucio encogio los hombros:

– ?Y donde? ?Ahora que ya no se casi hacer nada…? ?Y con lo que hay detras? Aniano dijo:

– ?Que profesion era la que usted tenia antes?

– Panadero. Yo tenia una tahona en Colmenar. Mi socio la vendio y se guardo los cuartos. Se conoce que contaba con que no iba a salir yo nunca del otro sitio. Luego dijeron que si estaba en La Coruna con negocios o no se que mandangas. Se marcho el tio con todo; y aqui paz y despues gloria. Vaya pues alli a buscarlo…

– ?Pero eso no puede ser! ?No habia papeles?, ?un registro en alguna parte, una matricula con el nombre de usted?, cualquier cosa.

Ahora el hombre de los zapatos blancos se interesaba.

– ?Papeles! ?Que papeles? – dijo Lucio -. Anda que no hubo lio en aquellos anos, como para encontrar papeles, ni andar probando ninguna cosa. Cada cual arreo con lo que pudo y despues adivina quien te dio. Como para que a mi me queden ganas de establecerme otra vez.

– Asi es – asintio el hombre de los z. b. -. Diga usted que no hay mas que disgustos. Mejor asi; quedarse uno en la postura en que uno ha caido cuando lo han tirado. Usted sabe la vida.

– Si le parece que no me ha costado el saberla. Tanto valia, para eso, el haber seguido ignorandola. La experiencia, cuando a lo ultimo la tienes, ves que tan cara te ha salido, tan cara, que igual como no tenerla; lo mismo te da.

– No estoy de acuerdo – dijo Aniano -; no estoy conforme con usted. Lo peor que hay en este mundo es darse uno por vencido. Eso nunca. Es necesario recuperarse. Adelante siempre.

– ?Usted cree? – le decia ahora Lucio, clavandole los ojos; adopto un tono nuevo, paciente-. Vamos a ver, ?y tu cuantos anos tienes, muchacho? Me parece que van a ser muy pocos para saber nada de aquello. Andariais a lo sumo jugando a los bolindres…

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