– Pues, no. La politica a mi… Yo solo leo las carteleras de los cines.
– Pues hay que estar mas al corriente, Mely. -?Mas al corriente? ?Anda este! ?Y para que?
La musica se habia callado. Una voz clara y alta se disparaba hacia el campo abierto, anunciando el disco siguiente, con la lista de los tres o cuatro nombres de las personas a quienes iba dedicado, como si lo estuviesen escuchando desde alla lejos, escondidos o perdidos en alguna parte del rio, agazapados tras de algun matorral de la llanura.
– A ver cuando tienes un detalle y me dedicas un disco por la radio – dijo Mely.
– En cuanto que me sobren seis duretes; prometido. La musica volvio a sonar y luego una voz lenta que cantaba.
– Pues entonces para el ano que viene… Alguien chisto detras de ellos. Se volvieron.
– ?Es a mi? – preguntaba Fernando senalandose el pecho con el indice.
Eran dos guardias civiles; habian aparecido por detras del cementerio y venian hacia ellos. El mas alto asentia, haciendo un gesto con las manos como si dijese «?A quien va a ser?». Fernando les fue al encuentro y Mely se quedo atras, mirando. Pero el alto le hizo una sena con el dedo:
– Y usted tambien, senorita, tenga la bondad.
– ?Yo? – dijo ella con reticencia; pero no se movia. Los guardias y Fernando llegaron hasta ella. Fernando preguntaba con una voz cortes:
– ?Que ocurre?
Pero el guardia se dirigia a Mely:
– ?No sabe que no se puede andar por aqui de esa manera?
– ?De que manera?
– Asi como va usted.
Le senalaba el busto, cubierto solamente por el traje de bano.
– Ah, pues lo siento, pero yo no sabia, la verdad.
– ?No lo sabia? – intervino el otro guardia mas viejo, moviendo la cabeza, con la sonrisa de quien se carga de razon-. Pero si les hemos visto a ustedes desde ahi arriba, pegados a la cancela del cementerio. Y eso no me diran que no lo saben, que ese no es el respeto. No es el decoro que se debe de guardar en los sitios asi. ?Me va a decir que eso no lo sabe? Es de sentido comun.
Siguio el guardia mas alto:
– Son cosas que las sabe todo el mundo. Un cementerio se debe respetarse, lo mismo que una iglesia, que mas da. Hay que guardar las composturas. Y ademas, mismo aqui, donde estamos ahora, ya no puede ir usted de la forma esa que va. Tercio Fernando, con buenas maneras:
– No, si es que mire usted; lo que ha pasado, sencillamente, es que veniamos dando un paseo, buscando a unos amigos, y nos hemos metido por aqui sin darnos cuenta. Eso es lo que ha pasado.
Contesto el guardia viejo:
– Pues otra vez hay que andarse con mas precaucion. Hay que estar mas atentos de por donde va uno. Nosotros tenemos la orden de que nadie se nos aparte de la vera del rio sin vestirse del todo, como es debido – se dirigio a Mely -. Conque tenga usted la bondad de ponerse algo encima, si lo trae. De lo contrario, vuelvanse adonde estaban. Vaya, que ya no es usted ninguna nina.
Mely asintio secamente:
– Si; si ya nos volviamos.
– Dispensen – dijo Fernando -; para otra vez ya lo sabemos.
– Pues hala; pueden retirarse – les decia el mas viejo, sacando la barbilla.
– Bueno, pues buenas tardes – dijo Fernando. Mely giro sobre sus talones sin decir nada.
– Con Dios – los despedia el guardia viejo, con una voz aburrida.
Mely y Fernando anduvieron en silencio algunos pasos. Luego, a distancia suficiente, Fernando dijo:
– Vaya un par de golipos. Ya crei que nos echaban el multazo. Pues mira tu los cuartos del disco dedicado en que me los iba yo a gastar. A punto has estado, hija mia, de quedarte sin disco.
– Pues mira – dijo ella, irritada -; preferiria cien veces sacudirme las pesetas y quedarme sin el, a dirigirme a ellos en la forma en que tu les has hablado.
– ?Como dices? ?De que manera les he hablado yo?
– Pues de esa; acoquinadito, dejandote avasallar…
– Ah, ?y como tenia que hablarles, segun tu? ?Mira que tienes unas cosas! A lo mejor querias que me encarase con ellos.
Mely volvio la cabeza; los dos guardias civiles estaban parados todavia, mirando algo, mas atras. Les saco la lengua. Fernando sonrio asperamente:
– Pues mira, Mely, ?sabes lo que te digo? Que te frian un churro. Me parece que conoces tu muy poquito de la vida.
– Mas que tu, fijate. Fernando denego con la cabeza.
– No tienes ni idea de con quien te gastas los cuartos, hija mia. Estos tratan a la gente de la misma manera que los tratan los jefes a ellos y no estan mas que deseando de que alguien se soliviante o se les ponga flamenco para meterle el tubo, del mismo modo que se lo meten a ellos si se atreven a hacerlo con sus superiores. Todo el que esta debajo anda buscando siempre alguien que este mas debajo todavia. ?No lo has oido como han dicho «Ya pueden retirarse», lo mismo que si estuvieramos en un cuartel?
– Bueno, Fernando, pues yo no me dejo avasallar de nadie. Primero apoquino una multa, si es necesario, antes que rebajarme ante ninguna persona. Esa es mi forma de ser y estoy yo muy a gusto con ella.
– Si; lo que es, como fueras un hombre, ya me lo dirias. Di que porque eres mujer; da gracias a eso. Si te volvieras un hombre de pronto, ya verias que rapido cambiabas de forma de pensar. O te iban a dar mas palos que a una estera. Orgullosos, bastante mas que tu, los he llegado a conocer; pero, amigo, en cuanto se llevaron un par de revolcones, escapado se les bajaron los humos. Date perfecta cuenta de lo que te digo.
– Que si, hombre, que si; que ya me doy por enterada. Para ti la perra gorda.
Fernando la miro y le decia, tocandose la frente:
– Ay que cabecita mas dura la que tienes. Lo que a ti te hace falta es un novio que te meta en cintura.
– ?En cintura? – dijo Mely -. ? Mira que rico! O yo a el.
La campanilla de laton dorado repicaba contra el ladrillo renegrido de la estacion, bajo el largo letrero donde ponia: «San Fernando de Henares-Coslada». La tercera estacion desde Madrid; Vallecas, Vicalvaro, San Fernando de Henares-Coslada. Despues el tren que venia de Madrid entraba rechinando a los andenes. En el tercera casi vacio, un viejo y una muchacha con una blusa amarilla, que traian a los pies un capacho de rombos de cuero negros y marrones, le dijeron adios al de la chaqueta blanca, que habia venido sentado en el asiento de enfrente. «Buen viaje», dijo el. Permanecio en el balconcillo hasta que el tren se detuvo. Se apearon diez o doce y salian cada uno por su lado, de la estacion abierta al campo y al caserio disperso. Detras, el tren arrancaba de nuevo; el individuo se paro junto a la caseta de la lampisteria y volvio la cabeza: desde el vagon en marcha lo miraban la chica y el viejo. Luego salia por entre los dos edificios; para pasar aparto unas sabanas tendidas a lo largo. Habia tres camionetas alineadas detras de la estacion; las gallinas