el ojo.
Justina dijo:
– De acuerdo.
– ?Ya os estais conchabando?
– Pues si – respondia Justina.
Carmelo y el otro habian quitado de en medio las bicicletas.
– Venga, el Carniceros F. C. sale al campo. Claudio, junto a la raya, echaba el pie izquierdo hacia atras y se inclinaba mucho con el torso adelante. Balanceo varias veces el brazo, con el tejo en los dedos, describiendo en el aire unos arcos, que le iban de la rodilla a la frente, con cuidadosa precision. Luego salio el primer tejo; salto contra el labio de la rana, hacia el polvo. Y seguidos, los otros nueve, fueron chocando y saltando en el hierro o la madera, metiendose en los triunfos. El septimo fue rana, y el noveno, molinillo. En el suelo habia dos.
– Mal empezamos – le dijo el otro carnicero.
– Es la primera, hombre; hasta que coja el pulso. Ya me calentare.
El Chamaris conto los puntos y recogio las placas.
– Tres mil cuatrocientos cincuenta habeis hecho. Ahora voy yo.
– A ver como te portas – recomendo Justina.
– Va por ti – dijo el otro levantando la mano.
Este ponia el brazo casi extendido hacia adelante, con el tejo a la altura del su ojo derecho, y lo enfilaba con la boca de la rana, guinando el otro ojo. Luego bajaba lentamente el brazo, recogiendolo hacia si, hasta el bajo vientre, en un punto preciso, de donde brazo y tejo salian disparados. Metio una rana en la primera y se volvio hacia Justi:
– La primera en la frente.
Bajando el brazo por segunda vez, decia despacio:
– Y esta… para empatar.
Pero ya no volvio a meter nada de importancia y se le fueron los otros nueve tejos sin pena ni gloria.
– Si no te volvieses a hablar, cuando tienes el tino cogido…- le reprendia Justina.
El otro carnicero le supo dar mucha alegria, con la forma tan viva de lanzar los tejos; hubo uno que salto a sonar contra el timbre de una bicicleta. Tiraba irregularmente y se despistaba a menudo, pero metio dos ranas. Se las jaleaba: «?Ole!». Asi que le dejaron a Justina un punto dificil en la primera mano. Pero Carmelo dijo:
– Ahora vereis lo bueno.
Y miraba el escote de Justina, cuando esta se inclinaba. Justi beso el primer tejo, con los ojos clavados en la rana. Luego metia la mano hasta la cintura, y sacando la lengua sobre el labio superior, aceleraba el brazo hacia arriba y el tejo salia disparado y ella se quedaba con el pie izquierdo en el aire despues de cada lanzamiento, como si fuese a perder el equilibrio. Metio dos ranas, pero no se igualaron con los otros, que aun asi les llevaban cerca de 2.000 tantos de ventaja. Aun aumentaba Claudio esta ventaja en la mano siguiente, al colar cuatro ranas, y el Chamaris no logro mejorar su tanteo de antes. Pero tampoco el otro carnicero aprovecho su vez y apenas si metio por los pelos un par de molinillos.
– A ver ahora si tu levantas esto, Justina – le decia el Chamaris cuando ella fue a tirar.
Justi colo tres ranas e hizo un gesto contrariado, tras del ultimo tejo, que habia saltado al suelo desde los mismos labios de bronce de la rana.
– ?Que cenizo! – exclamo.
Claudio mantuvo su media en la tercera mano, pero tambien Chamaris se mejoro bastante y metio dos ranas y dos molinillos.
– ? Todavia los cogemos! – dijo al conseguir meter la segunda rana.
El carnicero bajo estuvo un poco mejor que la otra vez, pero no descabalo demasiado el tanteo.
– Ya viene el tio Paco con la rebaja – dijo Carmelo cuando Justina fue a tirar.
Entretanto, los hijos de Ocana se habian acercado a mirar la partida.
– ? Animo, Justi! – le dijo el Chamaris -. En tus manos esta.
Ella se miro en torno; escarbo con la zapatilla en el polvo, para afianzar el pie, y sonriendo se inclino hacia la rana. El primer tejo le fallo, pero el segundo y el tercero se colaron por la boca de bronce. Chamaris apretaba los punos.
– ? Hale, valiente! – susurro.
El cuarto tejo rodaba por la tierra; «Te perdiste». Tampoco entraron los dos siguientes. Chamaris meneaba la cabeza. Azufre, mirando a su amo, tenia las orejas erguidas. Despues, una tras otra, cuatro ranas limpias, rasantes, colaron hasta el fondo del cajon de madera.
– ?Se puede ver la senora? – anadio sonriendo a Mauricio, ceremoniosamente.
Al quitarse el raido flexible de paja, mostro una pelambre blanca y rala, que le subia como un humo vago desde la calva enrojecida. El contenido de la cestita venia arropado con una servilleta.
– Pase usted, Esnaider; en la cocina debe de estar. Ya sabe usted el camino.
El otro hizo una leve reverencia y se dirigio adonde le decian. Lucio saco la cabeza,
– Vaya cosas tan ricas que llevara usted ahi. El viejo Schneider se detuvo junto a la puerta y contesto, levantando el antebrazo con su cestita colgante:
– Este, fruta mejor que yo ha criado huerto mio. Esto obsequio yo lleva a la senora Faustita. Catecismo cristiano dice: «Dar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios». Senora Faustita buena como la Iglesia para mi esposa y para mi; por esto que yo traigo a ella.
Solto una breve carcajada.
– ?Puede pasaar? – preguntaba desde la puerta, con una nueva sonrisa.
Faustina se volvio junto al fregadero:
– Pase usted, Esnaider; no faltaria mas.
Schneider entro con otra reverencia. Tenia el sombrero contra el vientre, cogido con las puntas de los dedos. Puso la cesta sobre el hule. Faustina se secaba las manos. Afuera, en el jardin, sonaban los tejos de la rana contra el bronce y la madera.
– ?Pero que trae usted hoy? ?Que nueva tonteria se le ha ocurrido? Me esta usted avengonzando, se lo juro, con tantas atenciones.
Schneider reia.
– Higos – dijo, cargado de satisfaccion-. Usted prueba los higos de Schneider.
– Ni nada – corto Faustina -. No tenia usted que molestarse en esto. Esta vez, desde luego, no se los pienso aceptar. Se ponga como se ponga. Conque hagame usted el favor de recoger esa cesta. ?Vamos!, ?es que nos va usted a regalar la casa, ahora? ?Todo lo que se cria en esos arboles se lo va usted a traer para aca?
– Usted, hace favoor, prueba higos de Schneider. Mi mujer preparado cestita spezialmente para usted.
– No lo conseguira, se lo aseguro. Schneider volvia a reir:
– Ella pega a mi si yo vuelve para la casa con los higos. ?Esposa terrible! – reia – Y yo ofendo si usted no prueba los higos de mi huerto.