tenerlos, esto si.
– ?Toma, y tan mal!-dijo Petra-. ?Virgen Santisima, con lo que huelen! Y que no das abasto a limpiar, que corren ellos mas con lo que empuercan que tu con lo que recoges; un calvario, detras de ellos de la manana a la noche, con la bayeta y el cogedor. ?Quiiitate para alla!, ?dejarme a mi de bichos! ?Gatos ni perros ni pelo de esas trazas! ?A que to?
La cunada de Ocana prorrumpio en carcajadas:
– ?Petra, perdona, me haces reir, ?eh?!No has de tomarlo a mal. ?Me haces reir con estas cosas tan humoristicas que dices! – golpeaba riendo el brazo de Petra-. ?Ah, tu siempre tan divertida y original!
Petra la habia mirado recelosa, a lo primero, pero ahora rompia tambien a reir y se miraba, uniendo sus risas, y ya no las sabian desenredar.
– Como tontas estais – dijo el marido de la catalana-. ?A perder!
Nadie mas se reia en la mesa, y todos estaban pendientes de ellas dos.
– ?De que se rien, papa? – preguntaba Petrita excitada; le tiraba a su padre de la manga, para que hiciese caso -. Dilo, ?de que se rien?
– De nada, hija mia, de nada – contestaba Felipe con un tono festivo -; tu madre, que esta un poco chaveta.
– ?Ay, Senor… que malita me pongo…! – decia Petra, agotada por la risa-. ?Yo me queria morir…!
– Menos mal que teneis buen humor. ? Eso es sano!
– ?Oh, esta es celebre, ?sabes?! – exclamaba la cunada -. ?Es celebre!
Se apaciguaron las risas. Los ninos miraban a las caras de los mayores, sin saber que decir.
Felipe le dijo a su hermano:
– Sergio, ?que te parece el purito, ahora? ?Le damos ya de arder?
– Equili, vamos alla – le contestaba el otro, haciendo un gesto con los brazos, como el que se dispone para una faena importante.
Se sacudio las migas del regazo. Felipe le entrego un farias:
– Toma. Salen buenillos, estos, ya lo veras.
Felipe Ocana se pasaba el puro por la nariz y se tocaba los pantalones y la chaqueta, colgada en el respaldo, esperando que las cerillas sonasen en alguna parte.
– El fuego corre de mi cuenta – dijo su hermano.
– ?Papa, te gusta mucho fumarte ese puro? – preguntaba Petrita.
– Si, hija mia, como a ti el pastelito que te acabas de zampar.
– ?A ti tambien te gusta, tio?
Sergio estaba encendiendo; la mujer respondia por el:
– A tu tio, vereis que siempre le gusta todo aquello que le hace mas mal.
Sergio le echo una mirada, levantando los ojos del puro y la cerilla; luego aspiro profundamente y Petrita seguia con los ojos la trayectoria y la cometa de humo de la cerilla, que cayo apagada en la tierra del jardin.
– ?Como vamos con ese estomaguete? – preguntaba Felipe.
– Como las propias.
– Si lo bueno no hace nunca dano, desenganate, Nineta. A tu marido no le va a pasar nada por estos pequenos excesos de hoy. La buena vida no le sienta mal a nadie. De eso no he oido yo que ninguno se haya muerto.
– Esto que dices no es exacto, Felipe. Hay la comida sana y la comida indigestante. Sergio esta siempre con el estomago medio malo. Pero mira, yo lo voy a dejar, ?eh?; el ya lo sabe, y alla el…
Juanito se levantaba de la silla.
– Eh, nino, ?adonde vas tu? – le dijo Petra. Juanito volvio a sentarse, sin decir nada. Amadeo pregunto:
– ?Podemos irnos a la coneja, mama?
– ?Habeis terminado? A ver que caras… Los tres ninos ponian automaticamente cara de buenos, bajo los ojos de la madre.
– Bueno. Pero muchisimo cuidado con moverse de donde habeis dicho. Que yo os vea, ?eh? Y a ser formalitos una vez. Andar.
Se levantaron de un salto y corrian hacia el gallinero.
– ?No quieres ir tu con ellos, Felisita? Felisa se sonrojo.
– No me interesa – dijo reticente.
Se oyeron los llantos de Petrita que se habia caido de plano en el medio del jardin. Lloraba con la boca contra el suelo, sin levantarse. Sergio fue a incorporarse para acudir a recogerla, pero la madre lo detuvo:
– Dejala, Sergio. No vayas. ?Oye, nina, levantate ahora mismo, si no quieres que vaya a hacerlo yo! Petrita redoblaba su llanto.
– ?Todavia estoy viendo que te ganas un azote! ?Que te he dicho?
– ?Que!, si a esta la conozco yo como si la hubiera parido. Bueno, y ademas la he parido, mira tu. Tiene mas manas que periquete, lo que tiene.
Petrita se habia levantado y seguia llorando contra la tapia y la enramada. Amadeo se acercaba a ella y la tiraba de un brazo para despegarla de alli, pero la nina se resistia, obstinada en llorar entre las hojas de vid americana.
– ?No querias ver la coneja, hermani? – le decia Amadeo-. Ahiva que llorona…
Felisita, sentada junto a su madre, tenia los brazos cruzados sobre el pecho, unos ojos caidos, inmoviles, que no miraban a ninguna parte; enigmatica, ausente, como en una actitud de extrema soledad. Felipe le daba al farias una gran bocanada:
– ?Que tal?
Su hermano, con el humo en la boca, asentia. Nineta lo miro. Sergio contemplaba la ceniza en la punta del puro; tenia el sobaco derecho en el pirulo de la silla, con el brazo colgando hacia atras. Sus dedos distraidos jugueteaban con las hojitas de la madreselva. Petra saco un suspiro, «?Ay, Senor…!» y el busto exuberante se levantaba en el suspiro y se volvia a desinflar. Miro a sus hijos. Petrita, ya consolada, habia ido a reunirse con sus hermanos. Se apretaban los tres contra la tela metalica, de espaldas al resto del mundo. La Gran Coneja Blanca mordisqueaba una hoja de lechuga con sus cortantes incisivos, y despues levantaba la cara y miraba a los ninos, masticando, moviendo muy de prisa la naricilla y el bigote y los blancos y redondos carrillos de pelo. Juanito dijo:
– Ella come primero que nadie. ?Ay si se acerca una gallina! Le da un mordisco en la cresta y le hace sangre.
– ?Mentira; que no hace eso! – protestaba Petrita. Ahora decia Felipe Ocana:
– Debiamos ya de ir pidiendo las copas y el cafe, ahora que estamos con los cigarros. Los gustos conviene todos juntos.
– ?Habra terminado ya tu amigo de comer?
Felipe miro hacia la casa, a la ventana de la cocina. Ya no estaban Mauricio ni Justi y se veia tan solo a la mujer que comia de pie, con el plato sopero en la izquierda y se apartaba con la derecha el pelo de la frente, sin soltar la cuchara.
– En la cocina no lo veo.
Faustina le habia visto mirar; se asomo a la ventana:
– ?Buscaban a mi marido? – pregunto en voz alta -. Ahora mismo lo llamo.