Pero ella ya habia desaparecido hacia el interior.
– Pues la suerte que me traigo otro puro. Asi podre ofrecerselo. Se que le gustan.
– Yo ya les tengo aqui estos tres pasteles apartados – dijo Petra -. Siquiera que sea por
Luego Mauricio aparecio en la puerta:
– ?Sento bien la comida?
– Muchas gracias, Mauricio – contestaba Petra -. ?Como no iba a sentar bien, aqui con este sitio tan estupendisimo y esta sombra tan buena que tienen ustedes aqui preparada?
– La gana de comer que traerian ustedes del banito que se han dado. Eso es lo que habra sido, mas bien.
– Calle, que se esta aqui maravillosamente. Mire, Mauricio, le hemos reservado unos pastelitos para ustedes. Cojalos.
Le ofrecia la caja de carton.
– ?Y para que se molestan? Se van a privar los chicos de comer pasteles, que le sacan el doble de gusto a estas cosas, que podamos sacarle nosotros…
– Ustedes haganme el favor de cogerlos y por los chicos ni media palabra, que ellos con mas de uno luego vienen los dolores de tripa y las diarreas y no tengo ganas yo de cuentos. Ademas, tengo yo el gusto de invitarlos a ustedes, siquiera esta cosilla insignificante, y usted los coge y se ha terminado. Si no los toman, asimismo se van a volver a Madrid, segun estan; asi es que no tiene objeto el andarse con remilgos.
– Vaya, porque no se figuren que es desprecio…
Cogio la caja de carton que Petra le tendia a traves de la mesa, y en cuyo fondo campeaban los tres pasteles pegotosos; se dirigio hacia la ventana de la cocina y le dejo a Faustina la caja en el umbral. La mujer se asomaba y le grito a Felipe:
– ?Muchas gracias!
Petra le contesto, sonriendo, con un gesto de la mano. Ya volvia Mauricio hacia la mesa, comiendose su pastel.
– Estos si que son dulces finos – asentia-. Por aqui, de esto, nada. No saben, no tienen ni idea de lo que es. Aqui solamente cositas ordinarias y mazacotes de harina, que se te plantan aqui – se senalo al estomago -. De cosa asi de reposteria mas fina, de eso nada, ni lo conocen.
– Ay, pues tampoco estoy yo con eso – dijo Petra -. En los pueblos tambien tienen ustedes sus cosas. Lo tipico de cada sitio, vaya. Bien buenas golosinas que se hacen, cada una en su especialidad, pues ya lo creo. Esta por lo pronto la mantecada de Astorga; estan los mazapanes de Toledo y las tortas de Alcazar de San Juan… – iba contando con los dedos y hablaba como atribuyendole a Mauricio, por ser de pueblo, lo de todos los pueblos de Espana -. La mantequilla de Soria y el turron de Cadiz, y mil especialidades a cual mas rica, no diga usted.
– Ya, ya lo conozco yo todo eso. Pero por esta parte no tenemos mas que la almendra garrapinada, en Alcala de Henares.
– ?Claro, por Dios! ?Las almendras! ?Anda y que no son famosas!, ya lo creo. Esas tiene Usia. Las almendras de Alcala. Una cosa tipica cien por cien.
– Y el bizcocho borracho de Guadalajara – anadia Felipe.
– Eso ya pilla mas lejos – le contesto Mauricio -. Es Alcarria.
Dijo Alcarria excluyendo con la mano, como si la quisiese apartar.
– Nosaltres tenemos la butifarra y los embutidos de Vic.
– Si, pero habla castellano, Nineta – la reprendia su marido-. Di «nosotros», como Dios manda. Estas en Castilla, ?no?, pues habla el castellano.
– Perdona, hombre, perdona. Me escapo. Es igual.
Felipe aspiraba el puro y se reia. Luego saco el tercer farias:
– Toma, Mauricio. Este lo traje para ti.
– Ah, mira, este ya te lo cojo sin cumplidos, lo siento – dijo Mauricio, doblando a un lado la cabeza-. Me gusta mucho el puro. Gracias, amigo.
– No hay de que. Oye, ?puedes traernos un poco de cafe y unas copitas?
Mauricio palpaba el puro; levanto la cabeza:
– Pues veras, el cafe no es muy bueno. No te lo garantizo.
– Que mas da. Tu no te preocupes. No somos escogidos. Basta que sea una cosa negra.
– Ah, eso, tu veras. Yo cumplo con desenganarte de antemano.
– Traelo, traelo. No sera peor que en muchos bares de Madrid, donde te dicen que si un especial y te clavan tres pesetas por un zumo de sotanas de canonigo.
– Bueno. Las copas, ?de quien van a ser? Felipe se volvio hacia los suyos; alzo las cejas en gesto interrogante,
– Yo, conac – dijo Nineta. Su marido:
– Iden.
– Servidora, anis dulce.
– Entonces, tres de conac y una de anis – resumia Felipe.
– De acuerdo. Y cuatro cafes. Ahora mismo vengo con todo – se marchaba.
Entrando hacia el pasillo se tropezo con Justina, que venia con Carmelo y el Chamaris y los dos carniceros. Se cenia a la pared cediendoles el paso.
– ?Nos vamos a echar una rana con tu hija! – le decia a voces el carnicero Claudio-. ?La dejas? Mauricio se encogia de hombros:
– Por mi.
Ya entraba en la taberna y anadia, dirigiendose a Lucio:
– Como si quieren jugar a las tabas. ?Bastante tengo yo que ver…!
Justi se habia detenido junto a la cocina:
Y los tejos estaban en el cajon de una mesa de pino, entre los cuchillos y los tenedores y el abrelatas.
– Carmelo se queda fuera – decia el Chamaris, y se volvio hacia la mesa de los Ocanas:
– Que siente bien. Buenas tardes.
– Gracias; buenas tengan ustedes.
– Yo miro y me gusta igual – dijo Carmelo. Ya volvia Justina: – Vamos a ver quien sale.
– Tu misma – dijo Claudio
– Pues no faltaria mas. Las senoritas primero.
– ?Que listo! – le contestaba ella -. Pues vaya con las ventajas que da usted.
– Ah, nada. Pues si quieres salimos nosotros, ?que mas tiene?
Justina le paso los tejos. El Chamaris contaba cinco pasos desde el cajon de la rana, y trazaba una raya en el polvo con la puntera del zapato. Claudio se coloco junto a la raya, con el torso inclinado hacia delante, y ya se disponia a tirar, pero se detuvo, diciendo:
– Aguarda, que voy a apartar estas bicicletas que me estorban el tino.
– ?Que cuento tiene!
Carmelo ayudo a retirar las bicicletas. El Chamaris le decia a Justina:
– Mira: yo tiro delante, ?sabes?, que soy el mas flojito de los dos. Asi te quedas tu la ultima, como punto fuerte de la partida, y afinas lo que haga falta para superarlos, ?te parece? – le guinaba