Mientras Miguel buscaba las cerillas, el otro miraba mucho a las muchachas, recorriendolas una por una.
– ?Que tio mas cara!-dijo Alicia, cuando el hombre se hubo marchado -. Los hay que no se recatan para mirar.
– ?Que ha hecho?
– Pues mirarnos a todas de arriba abajo, el tio, pero sin el menor disimulo.
– Pero molesta.
– Anda, no seais comediantas; que bien que os gusta que os miren.
– ?Uh!, ?nos chifla!, no te digo mas. Engordamos con ello. ?Cuidado las pretensiones!
– Que si, mujer, que bueno.
Mely hizo un gesto de impaciencia y miro aguas arriba, mas alla de la sombra de los arboles. Habia unos mulos en el arenal, al pie del puente. Un hombrecillo de ropas oscuras habia bajado con ellos a la aguada y esperaba alli al sol, mientras los mulos bebian. El que acabo primero se tiraba en la tierra, hostigado de moscas; se revolcaba violentamente, sobre el espinazo, agitando las patas hacia el aire y restregando contra el suelo los escozos de sus llagas, en una gran polvareda. Sebastian habia vuelto a tenderse. Ahora el y Paulina se estaban aparte, de espaldas a los otros. Daniel pego un respingo cuando Lucita le toco en el brazo con el vidrio mojado de la botella:
– ??Que?!
– ?Te has asustado! ?Que te parecia?
– No se, una bicha; una boa, lo menos… Lucita se reia; le enseno la botella:
– Bueno, hombre. ?Quieres?
– Trae, ?que remedio! Y como te diviertes tu.
Carmen estaba sentada contra un tronco, y Santos tenia la cabeza apoyada en su pecho. Ella le respiraba contra el pelo y le peinaba las sienes con las unas:
– Ya tienes que cortarte el pelo, mi vida. Le tiraba de los mechones para afuera, como para que el se los viese, lo largos que estaban.
– Yo quiero darme un paseo – dijo Mely -. ?Me acompanas, Fernando?
– Por mi, encantado.
– Pues hala, entonces. ?Os venis? – anadia, volviendose hacia Alicia y Miguel.
– Hija, hace mucho calor. ?Adonde vais a estas horas?
– Adonde sea. Y no estoy mas aqui, no puedo. No puedo con este plan de no hacer nada, te digo la verdad. ?Os importa?
– Por Dios, mujer. Dar un paseo, si teneis ganas – dijo Alicia-. Pero volveis aqui, ?no es eso?
– Si, claro; si no es mas que dar un garbeito. Fernando y Mely se habian puesto de pie.
– ?Segun estamos? – pregunto Fernando. Amelia se pasaba las manos por el cuerpo, para quitarse el polvo, y se ajustaba el banador:
– ?Como dices? – miro a Fernando -. Ah, no; yo me voy a poner los pantalones y las alpargatas. Tu, vente como quieras. Pasame eso, Ali, haz el favor.
– Me vestire yo tambien, entonces. Aun pega el sol lo suyo, para andar con la espalda descubierta.
Lucita miraba a Mely que se ponia los pantalones por encima del traje de bano. Llego el fragor de un mercancias que atravesaba el puente. Paulina miraba los vagones de carga, color sangre seca, que saliendo uno a uno del puente, se perfilaban al sol, sobre los llanos, en lo alto del talud.
– ?Ya estas contando los vagones? – le decia Sebastian.
– Que va. Alli, aquel monte, es lo que miraba.
Senalo al fondo: blanco y oscuro, en aquel aire ofuscado de canicula, el Cerro del Viso, de Alcala de Henares. Hacia el corria ahora el mercancias, ya todo salido del puente, y se perdia, por el llano adelante; resuello y tableteo. Mely se ataba las alpargatas; Alicia le decia:
– Procurar volver antes de las siete, para que nos subamos todos juntos.
– Pierde cuidado. ?Os banais otra vez, vosotros?
– Pues no creo. ?Eh, Miguel?
– Dificil.
– Casi mejor; que luego hay que juntarse con los otros, y todo. ?La blusa no te la pones?
– No. Por arriba, con el traje de bano va que chuta. Volvia Fernando, ya vestido, de los zarzales.
– Tu, cuando quieras – le dijo a Mely, que se estaba observando la cara en un espejito.
– ?Ya estas? – pregunto- ella, ladeando la polvera, para ver a Fernando en el espejo.
Fernando sonrio:
– ?Que cosas aprendeis en las peliculas!
– ?El que?
– El detallito ese de hablarle a uno por medio del espejo. Se lo habras aprendido a Hedy Lamar.
– ?Hijo, no se por que! ?Todo lo que haga una tiene que ser sacado de alguien! ?Pues yo no tengo necesidad de copiarle nada a nadie, ya lo sabes!
– Ya esta, ya se pico, ?no lo ves? – dijo Fernando -. Vamos, Mely, que no queria molestar. Ya sabemos que tu tal como eres de por tuyo, te bastas y te sobras. Si estamos de acuerdo.
Mely se puso las gafas:
– Pues por eso. Y se agradece la rectificacion. Vamonos cuando quieras.
Fernando sonreia y le ofrecio el brazo, con un gesto caballeroso, guinando. Mely se cogio a el y anduvieron un par de metros, siguiendo la pantomima. Luego Mely volvio la cabeza riendo hacia Alicia y Miguel y preguntaba:
– ?Que tal?
Miguel tambien se reia:
– Muy bien, hija; lo haceis divinamente. Os podian contratar para el teatro. Andar y no tardeis.
– Pues hasta luego – dijo Mely -. Y ahora sueltame, rico, que hace mucho calor.
Se alejaban. Daniel, desde atras, miro los hombros tostados de Mely, la espalda descubierta en el arco del traje de bano. Fernando le llevaba muy poca estatura. Ella se habia metido las manos en los bolsillos de los pantalones. Iban hablando los dos.
Luego Santos se acercaba a cuatro patas hacia Alicia y Miguel:
– La voy a mangar a esa un cigarrito de los que tiene – les decia.
– Si, tu andate con bromas – dijo Alicia -; se entera ella que le andan en la bolsa y le sabe a cuerno. Tu veras lo que haces.
– No se enterara. ?Quieres tu otro, Miguel?
– ?Que fino, miralo! Encima quiere enredar a los demas.
Santos saco el pitillo de la bolsa y regresaba junto a Carmen.
Ahora venia un olor acre, de humo ligero, como de alguien que estuviese