colega. Enarcaba la espalda como un gato ocomo un ciclista, e inclinaba hacia abajo la cabeza para hablar con los otros. Leyo en la estanteria:

– «Ojen Morales.» Una bebida antigua. Esa es para ti, que te gusta la cazalla – le daba con el codo.

– El ojen no es bebida para diario. Salio Faustina a ver lo del cafe.

– Ya me entere que le puso las peras a cuarto, esta manana, a ese fantoche del Ayuntamiento. Anda que no es redicho. Lucio miro a los otros; les dijo:

– Pero cuidado que hablan ustedes. Mauricio entraba.

– Buenas tardes.

– ?Que? ?Tenemos visita?

Asintio:

– El dueno de ese taxi que habran visto al entrar. Es un amigo de anos.

– Pues como sea mas antiguo que el coche que se gasta, ya sera buen amigo, ya.

– ? Que va! No puede haber amistad en este mundo que dure lo que ha durado ese popo – se reia el Chamaris.

– Mas viejos que ese los hay rodando.

– Pues a este si le ponen unas gafas y le echan una sabana por cima, Gandhi clavao.

– Dejar ya de meterse con el coche. Bastante tiene – atajaba Mauricio.

Los otros se reian. Entro Justina con la cafetera.

– Tenga usted, padre – se volvio al alto -. ?Que, senor Claudio? ?Hoy no hemos ido de pesca?

– No, hijita; hoy no hay pesca que valga, con la gente que hay. Esos son peces demasiado gordos para la cana.

Vino la voz de Faustina desde el pasillo. Mauricio dijo:

– Anda, hija mia, ponles tu el cafe. Voy un momento – y salio.

– Tu padre, hoy, no para en su pellejo, con estos madrilenos que han venido. A los demas ya no nos mira ni la cara.

– Esta contento el hombre. Disfruta. ?No ve usted que no se veian desde el verano pasado?

Puso los vasos y les echaba el cafe.

– ?Y de que se conocen?

– De cuando estuvo en el Provincial con la pierna quebrada. El otro estaba en la cama de alli junto, por un accidente que habia tenido con el coche. Nosotras, madre y yo, tambien lo conocimos alli mismo, y la familia de el, cuando ibamos jueves y domingos a la visita. Mire, tenian establecido que el primero que le diesen el alta se comprometia a hacer una fiesta a su cargo y convidar al otro, con las familias de los dos. Ese pacto tenian.

– ?Y quien fue el que primero salio?

– Ocana fue. Conque nos desplazamos un domingo a Madrid, mi padre con la escayola todavia, para asistir a la celebracion.

– Si, ya me acuerdo cuando tu padre anduvo escayolado, lo menos hara seis anos de todo eso.

– Fue por abril; asi que seis y pico. Mamaba todavia la nena de ellos, por entonces…

– Pues a tu padre no le quedo ni asomo de cojera de resultas de aquella fractura – decia el carnicero alto.

– Cuando va a hacer mal tiempo se pone y que le duele.

– Pero no da ni una – corto Lucio -. La vez que acierta es por carambola. Como no hubiera mas aparato para regirnos que la pata de tu padre, estaba aviada la meteorologia.

Los otros se rieron. Claudio dijo:

– Pues esa clase de conocimientos, cuando agarran, son amistades para toda la vida. Pero se dan pocas veces, porque lo que es yo, por lo menos, cuando estuve en el Hospital a operarme, los que alli me tocaron no vean ustedes las ganas que tenia de perderlos de vista.

– Pues estos dos, en cambio, el Ocana y mi padre, parecian como hermanos; que hasta nos daba risa. Todo se lo tenian que regalar; se pasaban el dia ofreciendose esto y lo otro. Tanto es asi que mi madre decia en chunga que le pusieramos a Ocana lo que llevabamos para padre y que la familia de el, viceversa, le diese a padre lo suyo y asi se ahorraban ellos el trabajo de andarselo pasando todo.

– Tu padre es generoso. Todos hacen buenas migas con el. Conque si el otro es tambien de su madera, te lo explicas perfectamente- comento el Chamaris.

Justina estaba con los brazos cruzados sobre el mostrador y columpiaba una pierna. El carnicero alto se acerco a ella y le hablo, con la cabeza ladeada:

– Bueno, nina, supongo que hoy querras hacernos el honor. Justina levanto la cabeza.

– ?De que me habla?

– ?De que va a ser, hija mia? – contesto el carnicero, y senalaba con el pulgar y la sien hacia el jardin. Justina dijo riendo:

– Vaya; usted siempre igual. ?Es que no saben prescindir de mi?

– No, hija; tu eres la campeona. ?Quien le echa al juego el salero y la emocion? La rana sin ti es como un guiso sin carne. Y ademas, ?que enemigo iba yo a tener, si no estas tu?

– Eh, sin marcarse faroles – protesto el Chamaris.

– Les advierto que mi novio viene a las cinco a recogerme.

– Pues hala, entonces; para luego es tarde. Cuanto antes mejor. Tenemos el tiempo justo para un par de partidas. El Chamaris dijo:

– Venga, Justina; pues tu y yo contra el ramo de la carne. Los vamos a meter una paliza, vas a ver. Justina dudo un momento.

– Es que…- se corto con firmeza -. Vamos.

«Aqui ya no hacemos nada. Vamonos.» El heladero se habia colgado a la espalda el cilindro de corcho y se habia alejado hacia el puntal. Habia sonado en el rio un chapuzon solitario, porque echaron un perro; y despues se formo la gritera en alguna familia, por causa de que el perro habia ido a sacudirse las aguas encima de la gente; se volvio todo el mundo a ver que gritos eran aquellos, «…jan a uno dormir la siesta…», rezongaba Daniel. Ahora el sol ya se habia pasado a la margen derecha del Jarama. A lo lejos, la fabrica de cementos de Vicalvaro trazaba una veta alargada de humo, hacia el cielo de Madrid. En un silencio se habia escuchado en el grupo un burbujeo de intestinos, y uno comento: «Alguien le cantan las tripas…»

– Es a mi – contestaba riendo Sebastian -. Son las sardinas. Ya estan rezando el rosario.

Alicia se habia tendido bocabajo, apoyandose con los codos en el suelo, y mantenia en alto la cabeza, encima de la cara de Miguel. Ahora Mely los estaba mirando, por detras de sus gafas de sol. Miguel le hacia caricias a la otra y le soplaba contra el cuello. Mely los observaba.

– Di, Ali, ?no quieres que te peine un poquito? – dijo de pronto.

– ?Eh? No, gracias, Mely; ahora no. Luego, mas tarde, ?te parece?

– Ahora es cuando convenia. Antes que se te acabe de secar del todo. Va a quedarsete todo pachucho, y si no ya lo veras…

– ?Huy, secarse; si es por eso, hace dos horas que lo tengo mas que seco ya!

– Bueno, pues haz como quieras.

Mely miro hacia el otro lado. Se ponia a escarbar en el polvo con un palitroque; hacia letras y las desbarataba; luego rayas y cruces, muy aprisa. Al fin rompio el palito contra el suelo y se volvio

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