pensando en la salud.
– Mira; si no se cuida, va a ser peor para el.
Felisita miraba alternativamente a su tia y a su madre, como buscando quien tenia la razon. Juanito llamaba al gato con los dedos; le siseaba.
– Dale esto – le dijo Petrita.
Era un trocito de carne. Pero el gato no vino. Ocana dijo a su mujer:
– A este tenemos que decirle por lo menos que nos ponga unas copas y el cafe. Hacerle el gasto, siquiera, ya que nos hemos venido a comer aqui.
– Lo que a ti te parezca. Es tan amable que a lo mejor no te lo cobra.
– Claro que cobra. ?Por que no iba a cobrar?
– ?Le has hecho tantos favores…!
– Tambien me los hace el a mi, ?mira que gracia! Si se resiste, le meto el dinero por la boca. Si es que me da verguenza que nos hayamos traido hasta el vino, en lugar de consumirselo a el.
– Ah, como no dijiste nada… – contesto la mujer -. Ahora me sales con esas.
El conejo blanco se habia llegado hasta la tela metalica, y se erguia con sus dos manos contra el alambre, ensenando la barriga.
– ?Mira, mira! ?Como se tiene de pie! – grito Juanito. Todos miraron.
– ?Que precioso! – dijo la nina -. ?Que precioso!
– En pepitoria estan mejor – decia el hermano de Ocana, riendose.
Su cunada lo regano:
– ?Tu tambien! ?Que cosas le dices a la criatura, que esta embelesada con el animal! Di tu que no, hija mia. Tu tio tiene malas entranas. Di que nadie lo va a matar. El ano que viene, cuando vengamos, le traeremos lechuga y tu solita se la daras para que coma. ?Verdad hija mia?
– Si, mama – contestaba Petrita, sin apartar la vista del conejo.
– ?Que Ocana! ?Como entiende la vida! – siguio Mauricio, senalando con la cuchara a la ventana, desde la cual se veia la mesa de los forasteros -. Ese no guarda nada. Y el dia que aparta un par de billetes, no es mas que para venirse, tal como hoy, a pasar un domingo en el campo con la familia – sorbia la sopa en la cuchara -. Ya ves tu, los domingos, que los taxis no paran de cargar en todo el santo dia y te llevan un duro de plus por cada viaje que echan al futbol o a los toros. Todo eso se lo pierde, y tan contento.
– Por el hermano sera. Se ve que ese libra los domingos. Desprendido y alegre, lo es un rato largo. Asi es como hay que vivir. Lo otro es como aquel que dicen que adelgazo veinte kilos buscando una farmacia para poderse pesar.
Faustina le replicaba:
– Pues si tanto te gusta este sistema, ?por que no haces lo mismo tu tambien, a partir de manana? Mira, manana coges y cierras el establecimiento y te dedicas a la buena vida. ?Eh? ?Por que no lo haces?
Vino una voz por el pasillo, desde el local.
– ?Pues que te crees? ?Que no me dan ganas algunas veces? Por no estarte escuchando… Anda, asomate a ver que es lo que quieren. Les dices que estoy comiendo.
Salio Faustina. Mauricio detenia la cuchara en el aire y miraba a su hija. Luego bajo los ojos a la sopa y decia:
– ?A que hora viene tu novio?
– Sobre las cuatro y media o las cinco supongo yo que vendra. Depende si se viene con el coche de linea o si por el contrario coge el tren.
– ?Os vais al cine?
– Me figuro.
Mauricio hizo una pausa; miro al jardin por la ventana abierta; la cunada de Ocana se reia…
– Pon el principio, anda.
Justina se levanto. Seguia el padre.
– ?No sabes a que funcion es la que vais?
– ?Ay, padre! ?Que me pregunta tanto? A cualquier cine iremos, ?que mas dara? ?Como quiere que lo sepa desde ahora? – cambio el tono -. No, si de algo me viene usted como queriendo enterarse, con tanto pregunteo. A mi no me venga.
– ?Yo, hija? Nada. Lo que haces tu. De nuevo vino risa desde fuera.
– Lo que haceis los domingos.
– ?Y no lo sabe ya? ?Que quiere usted que hagamos? No, por ahi no va la cosa.
– Bien, pues entonces, ?a ver que novedad resulta esa de que ya te parece mal el ayudar aqui a tu padre a despachar en el jardin! ?De donde sale eso?
– ?Como! ?Y quien le ha dicho semejante cosa?
– Tu madre, esta manana. Y conque por lo visto al Manolo no le hace gracia que sirvas en las mesas. Que le parece poco fino, o chorraditas. Y ella tambien se pone de su parte.
– ?Ay madre! ?Ahora! Pues en este momento me desayuno yo de semejante historia. ?Estamos apanados!
– ?Que tu no sabes? ?Y entonces…? Di la verdad.
– La verdad, padre.
– Pues vaya, no me digas mas, hija mia. ?Tu lo consientes?
– ?Yo? Dejelo usted que venga. Esta tarde se va a divertir.
Asomaba la cabeza el perro Azufre, husmeaba. Justina le grito:
– ?Chucho! ?Dichoso perro este! Pues si, lo que mas rabia me puede dar en este mundo es eso justamente: las componendas por detras. Y ya se yo el dia que ha sido, claro, ?cuando fue?; un dia, la semana pasada, si, la pillo a madre sola. Ese dia fue, seguro. Se pondrian de acuerdo. ?Y usted por que daba tantos rodeos para decirmelo a mi?
– ?Ah, yo que se! Como a menudo no hay quien os entienda…
Se encogia de hombros.
Faustina guardaba el dinero que le habia dado el hombre de los z. b. Arrugo la nariz mirando a Lucio y dijo, senalando con la sien hacia la puerta, por donde el otro acababa de marcharse.
– ?Y este…?
– Un buen tio. De lo mejor.
– No se que vida es la que conduce. Sera un buen hombre, no lo pongo en cuarentena, pero yo no lo entiendo, no lo veo claro…
Luego entro el Chamaris con Azufre, su perro amarillo. Y el alguacil detras y el carnicero de antes, con otro carnicero de San Fernando, y Azufre gemia y meneaba la cola.
– Buenas.
– Faustina – la saludaba el nuevo carnicero, cargandole un acento de confianza en la ultima A.
El perro se fue oliendo a forastero el pasillo adelante, y cuando se iba a hacerle fiestas a la familia de los Ocana, se le cruzaba el gato en mitad del jardin y hubo un amago de gresca, pero el gato hizo cara y Azufre se volvia con la voz de Justina detras, que le gritaba «?Chucho…!» al asomar en la cocina.
– ?Nos pone usted cafe?
– Se esta calentando.
El otro carnicero era mas alto y flaco, pero tenia el mismo aire saludable de su