– A que se mete alli.

La madre llamo de nuevo. El conejo se habia parado a la puerta de su madriguera. Amadeo insistia:

– ?Venga!

– Espera. A ver lo que hace ahora. Justina se ponia tras ellos, sin que la hubiesen sentido venir.

– Os llama tu mama.

Se volvieron sorprendidos de oir una voz. Justina sonreia.

– ?Que? ?Os ha gustado la coneja? Es bonita, ?verdad? ?Sabeis como se llama?

– ?Tiene nombre?

– Claro que tiene nombre. Se llama Gilda. La nina puso una cara defraudada.

– ?Gilda? Pues no me gusta. Es un nombre muy feo. Justina se echo a reir. Petra decia:

– Escuche usted, Mauricio. Seguramente usted sabra informarnos que finca es una que hay asi sobre la carretera, a mano izquierda, segun se viene para aca. Una que tiene un jardin precioso. ?No sabe?

– Ya se cual dice, si. Pues eso fue una quinta que se hizo Cocherito de Bilbao, el torero aquel antiguo, ya habran oido hablar de el.

– Pero ese ya murio – dijo Felipe.

– Siii, hace un porron de anos que murio. Cuando el compro esa tierra no existia nada de todo esto. No debia haber entonces ni cuatro casas junto al rio.

Petra explico:

– Pues es que nos llamo la atencion, esta manana, ?verdad, tu?, el paseo que tiene hasta el mismo chalet, y el arbolado. Debe ser una pura maravilla, a juzgar por lo que se ve desde la verja.

– Si que lo es, si. Ahora ya pertenece a otra gente.

– ?Y grande! Es una finca que tiene que valer muchas pesetas – dijo Ocana -. Entonces sabian vivir; no ahora estas casitas ridiculas que se hace la gente.

Mauricio estaba de pie junto a la mesa de ellos. Se veia a Faustina guisando, al fondo, en el marco de la ventana.

– Pero, ?que hacen esos ninos? ?Amadeo! ?Venir inmediatamente! – gritaba Petra.

– En Barcelona, en la Bonanova – decia la cunada de Ocana-, alli si que hay torres bonitas; y hechas con gusto, ?eh? Jardines de lujo, con surtidores y azulejos, que valen una millonada. Es toda gente que tiene, ?sabe? – hacia un signo de dinero con el pulgar y el indice.

– Si, alli – dijo Mauricio -, mucho industrial. Petra llamo de nuevo:

– ?Pero, chicos! ?Petrita! ?Veniros para aca inmediatamente! – bajo la voz -. ?Que ninos! ?Casi las cuatro que son ya!

Vinieron.

– ?Venga; sentaros a comer! ?No oiais que os estaba llamando? ?Hacer esperar asi a las personas mayores!

Felisa, junto a su madre, la miraba, como naciendose solidaria del reproche. Justina los disculpo sonriendo:

– Estaban mirando la coneja. No los regane usted. Eso en Madrid no tienen ocasion de verlo.

– Es blanca – dijo Petrita, animandose -; tiene los ojos rojos, ?sabes, mama?

– Calla y ponte a comer – le contesto su madre.

Comian con ansia y con alegria. Alargaban por la mesa sus brazos en todas direcciones, para atrapar esto y aquello, no siendo las veces que se llevaban un manotazo de parte de su madre.

– ?Pedir las cosas! ?Para que teneis lengua? Va a ser esto una merienda de negros. Felipe Ocana decia:

– Como don Juan Belmonte no ha vuelto a haber ningun torero. Ni Manolete ni nadie. ?Que va! Asentia Mauricio:

– Si; aquel, si. Te producia la impresion de que todo lo hacia con la barbilla; lo mismo cuando daba una veronica, que cuando entraba a matar, que al recibir las ovaciones. Yo creo que los dejaba secos con el menton, en vez que con la espada.

– Y aquella forma que tenia de trastear con los toros, despacio, con cuidadito, sin descomponerse, que lo veias trabajando, lo mismo que cualquier carpintero que trabaja en su taller, lo mismo que un barbero en la barberia, o un relojero; igual.

Hablo su hermano:

– Pues yo tuve el gusto de verlo en Caceres, todavia, un festival, hara unos ocho anos, rejonear un toro y matarlo pie a tierra. ?Menuda jaca traia! Un animal soberbio.

– Mauricio – dijo Petra -, no le hemos dicho si gusta. ?Quiere tomar un dulce?

– Gracias, senora. No hemos comido todavia.

– ?De verdad?

– No es desprecio. Se lo acepto despues – se volvia hacia Ocana -. ?Quienes torean en Las Ventas esta tarde? ?Te has enterado, tu?

– Rafael Ortega; el solito los seis toros. La corrida del Montepio.

– Pues tambien tiene arrestos. Pocos hay hoy en dia que hagan eso. Y menos aun de balde, como es esa corrida.

– Ese Ortega es de los de casta antigua. Sabe hacerlo pasar al toro, conforme se lo lleva en el capote. Te da la sensacion de todo el peso y el poder de ese molde de carne. Aprecio yo mas el fondo y la verdad que tiene ese torero, que todas las pinturerias de los otros, que andan cobrando el doble por ahi.

Mauricio estaba en pie; tenia el cuerpo inclinado hacia la mesa, con cada mano apoyada en el respaldo de una de las sillas, donde comian Petrita y Amadeo. Dijo:

– No lo conozco. Tan solo de leerlo en la Prensa. Hace lo menos cuatro anos que no veo una corrida.

Desde la ventana de la cocina lo llamo su mujer. Se oyo un golpe, y un gato salio disparado al jardin; y de nuevo la voz en la ventana.

– ?Zape! ?Bichos que no los quiero ni ver por la cocina! El gato se echo en una cama de hojas secas, bajo la enramada.

– ?Que querias? – preguntaba en voz alta Mauricio.

– Que os vengais a comer.

Justina estaba en el gallinero. Luego salio con un huevo en la mano. Entrando hacia la casa, le pregunto su padre:

– ?De quien es?

– De la pinta. Llevaba ya, con hoy, cuatro dias sin poner. La cunada de Ocana le decia a su marido:

– No te llenes de pisto, Sergio; sabes que estas medio malo. Te va a hacer mal.

Petra intervino:

– Pues dejalo que coma, tu tambien. Un dia es un dia. No va a estar siempre

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