– ?Ya Bahia?

– Tambien… Tambien a Bahia… Tampoco debe ser manco Bahia.

– Lo mejor, Astorga.

– ?Me troncho de risa, hermano!

– Pues no era un chiste.

– ?No?

– No.

– ?Que era?

– El billete mas largo que yo puedo sacar.

– Ah, bueno. Y en tercera.

– Eso es. Asi que chiste, es Rio de Janeiro. Y Bahia otro chiste. Y… ?Cual vais a sacar ahora?

– Despacio, Santos; yo tengo un decimo en casa. A lo mejor no es tan chiste para mi.

– Para el que mas.

– ?Por que?

– ?A ver! Mas fantasia, pues mas chiste. Yo Astorga, Astorga; me de un billete para Astorga, ?cuanto vale? Tanto. Pues ahi va. Ese es el sitio mas bonito para mi. Mas alla de Astorga, yo todavia no tengo nada. Ahi ya empieza el chiste. El billetito mio, en Astorga vencio.

– La fantasia no paga billete.

– Si, eso es lo que tiene – dijo Santos -. No paga. Es un momio, una cosa estupenda – hizo una pausa -. Como el hambre. Que te sale de balde tambien.

No andaba casi nadie bajo el sol, por fuera de los arboles. Al ras del agua bailaba, menudo y transparente, el tiritar de la evaporacion. Mely miraba en torno. Otra vez planeaban los abejarucos por cima de la arboleda. Se oian sus chillidos.

– ?Que hacemos? Alicia dijo:

– ?A que hora se quedo con Samuel y Zacarias y los otros?

– En que irian a dar casi seguro al merendero sobre las siete o siete y media.

– ?Y si nos vamos a bailar a Torrejon? – proponia Fernando.

Sebastian asintio:

– ?Si, senor; una idea genial, una idea monstruo!

– Ah, ?todavia mas pedales? Para pedales esta una.

– No es nada; si esta ahi.

– Quita, ?que Torrejon ni que ocho cuartos! Que se te quite esa idea de la cabeza. Sebas cantaba:

– «?Tiene treinta anos – se llama Adelaida -, cuando va bailando – levanta las faldas – levanta las faldas – levanta las faldas…!»

– ?Anda este, ahora!

– Al que le da le dio.

Sebastian se habia levantado y bailaba haciendo grotescos, con las manos hacia arriba.

– «Tiene treinta anos – se llama Adelaida…!»

– El chaparron seguro.

– ?Levantas polvo, calamidad!

Sebas volvio a tumbarse de golpe y se reia a carcajadas.

– ?Como una chota, estoy! ?Es verdad!

– Pues menos mal que lo reconoces.

– ?Nada, a bailar a Torrejon! El que se venga que levante el dedo.

– ?Echarlo al agua a ese! ?Que cargante se pone!

– ?Callarse! ?Nos ponemos de acuerdo, si o no?

– No hay nada que ponerse de acuerdo. Si a Torrejon no vamos a ir nadie. Os disparais aqui por las buenas, y no hay de que.

– «?Tiene treinta anos – se llama Adelaida…!»

– ? Fuera! Ya vale, hombre, Sebastian, por favor…

– Nos ibamos a Torrejon y armabamos el cisco padre. Con lo bien que podiamos…

– La que se marcha soy yo, como sigais en ese plan. Te lo digo.

– No te incomodes, Mely; no le hagas caso a ese tio perturbado.

– Si es que es verdad, hombre… Le dan venadas.

– ?No te das cuenta que aburres a la gente? – le renia Paulina a Sebastian -. ?No lo ves? ?O te gusta dar la lata?

– Esto esta muerto. Hay que animarlo de alguna manera.

– Si, pero no de esa. Aburrirnos a todas es lo que vas a conseguir.

– A mi ya me tiene – dijo Mely -. Mas que una mona.

– Tu solo quieres que se haga lo que a ti te apetece.

– No senor; yo no quiero que nadie haga nada. Lo unico que digo es que a Torrejon yo no voy, vamos. Cada uno es libre.

– Ah, muchas gracias por la aclaracion.

– Que antipatico eres, hijo mio.

– Asi lo que no hacemos es nada. Lo que yo propongo…

– ?Donde teneis el vino? – interrumpia Fernando -. Lo primero, aclararse la voz.

– Voy a ponerlo en marcha…

– Tu, Tito, ?que es lo que ibas a decir? – preguntaba Miguel.

– No, nada.

Volvio a tenderse de nuevo. Santos habia cogido la botella; dijo:

– ?Quien quiere del frasco?

– Yo mismo. Echa.

Fernando dio una palmada e hizo el gesto de que el otro le lanzase la botella, de un extremo a otro del corro. La bloco contra el pecho, imitando una parada con el balon. Algunas gotas de vino le saltaron al pecho desnudo:

– Que porterazo, ?eh?

– No jugueis con las cosas serias.

Fernando se echaba el vino a la garganta, con un reflejo de sol en el cristal y en los brazos alzados. Sonaba el vino en su boca.

– ? Tu, que manana es lunes! – le apresuraba Miguel. Fernando bajo la botella y jadeo:

– ? Esta fenomeno! Toma.

– ?Tu no bebes, Alberto? – dijo Miguel.

– Bebe tu, hombre, ya que lo tienes en la mano. Que mas dara.

– No seas tan fino, chico, que esta feo.

Luci estaba sentada entre Tito y Daniel, en silencio; tenia todo el cuerpo recogido sobre si, abrazandose las piernas con ambos brazos, y el menton apoyado en las rodillas. Se mecia levemente a un lado y a otro. Miguel bebio.

– ?Tienen ustedes la bondad de un fosforo? – decia un hombre que se habia acercado.

Tenia una camiseta azul oscuro; ensenaba un pitillo.

– ?Como no?

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату