picoteaban en el polvo, junto a los neumaticos. El pozo. Por la parte de atras era una casa como otra cualquiera, con las viviendas de los de la Renfe, sus gallineros, el perejil en la ventana, sus barrenos y sus peanas de lavar. Le gritaron desde lejos:

– ?Que, a por la chavala?

Era una voz conocida; se volvio.

– ?Que remedio! ?Adios, Lucas!

– ?Adios; divertirse!

Tomo la carretera. Pasaba junto a tres pequenos chalets de fin de semana, casi nuevos; los jardincitos estaban muy a la vista, cercados de tek metalica. A la puerta de uno de ellos habia un Buick reluciente, de dos plazas, celeste y amarillo. Se detuvo un momento a mirar la tapiceria y el cuadro de mandos. Tenia radio. Luego miro por encima del duco brillante a las persianas entornadas del chalet. El sol aplastaba. Echo de nuevo a andar y se separaba con dos dedos el cuello de la camisa adherido a la piel por el sudor; se aflojo la corbata. Miro al suelo, las piedras angulosas desprendidas del piso. Cercas de tela metalica, persianas verdes, almendros. «Se venden huevos», decia en una pared, y en otra «Merceria». Llegaba al puentecillo donde empezaba un poco de cuesta; a la izquierda vio un trozo rojizo del rio y el comienzo de la arboleda, los colores de la gente. Luego la quinta grande de Cocherito de Bilbao, con sus frondosos arboles, le tapaba la vista del rio. El sol cegaba rechazado por una tapia blanquisima. Aparecia en el umbral.

– Muy buenas tardes.

– Buenas tardes, Manolo – dijo Lucio. Mauricio lo habia mirado apenas un instante.

– Hola, ?que hay? – murmuraba bajando los ojos hacia la pila del fregadero.

Se puso a enjuagar vasos. El otro se habia detenido junto a Lucio; se pasaba la mano por la frente y resoplaba. Lucio lo miro.

– Claro, tanta corbata… – le decia -; se suda, es natural.

Manolo se saco un panuelo blanco del bolsillo superior de la americana; se lo pasaba por dentro del cuello de la camisa. Observaba a Mauricio.

– Me da fatiga de verlo – continuaba Lucio -. La prenda mas inutil. Ni para ahorcarse vale, por ser corta.

– Costumbres – dijo Manolo.

– Exigencias que tiene la vida ciudadana; etiquetas que se debian de desterrar.

– Ya – se dirigio a Mauricio -. ?Tiene usted la bondad de ponerme un buen vaso de agua fresquita? Mauricio alzo los ojos.

– ?Fresquita? Sera del tiempo.

– Bueno, si; la que haya…

El otro lleno el vaso; «La que bebemos todos», murmuraba al dejarlo sobre el mostrador.

– ?Eh?, ?como dice? No le he oido, senor Mauricio; ?decia usted?

– Digo que el agua esta es la que aqui bebemos todo el mundo. O sea, del tiempo. Fresquita, como tu la pides, no la hay. Como no sea la que hace el botijo, y que tampoco es una gran diferencia. Aparte que el que hacia ya el de tres este verano, se casco la semana pasada y yo todo el verano comprando botijos no me estoy, francamente; con tres me creo que ya esta bien.

– Pero que si, senor Mauricio; si aqui nadie se queja.

– No, es que como pedias agua fresquita, por eso te lo digo, para que sepas lo que hay sobre el particular. Asies que ya lo has oido, aqui conforme este del tiempo, pues asi la tomamos. Esa es la cosa. Agua fresca no hay.

Manolo sonreia forzadamente.

– Vaya, senor Mauricio, pero si el pedir yo agua fresquita no era mas que por un decir. Como una frase hecha, ?no me comprende?; que se viene a la boca el decirlo de esa manera, y nada mas.

– Pues yo a lo que no es una cosa no lo llamo esa cosa. ?Tiene sentido? Sera una frase hecha o lo que quieras, pero yo cuando digo agua fresca es que la quiero fresca de verdad. Lo demas me parece como hablar un poquito a la tontuno, la verdad sea dicha.

– Bueno, que quiere usted liarme, esta visto.

– ?Yo? Dios me libre. ?Como se te ocurre? Manolo lo miro con una sonrisa apagada.

– Lo veo. No me diga que no.

– ?Que locura! Humor tendria yo para eso.

– El que tiene esta tarde.

– ?Eh? Sabe Dios. No esta eso tan claro.

– Ah, pues yo creo que…

– Dejalo, anda. No averigues.

– Como usted quiera. Pero le advierto que a mi, vamos, que no se preocupe, quiero decir, que ya no me afecta la broma en absoluto, y soy capaz de tolerar a todo aquel que se divierta a costa mia, sin que ello me incomode. O sea, que yo tambien se divertirme cuando quiero, ?no me entiende?

– Pues yo me alegro, mozo. Mas vale asi. Tener uno un poquito picardia, para saberle hacer frente a los trances escabrosos del trato con los demas. Asi se sobrelleva uno mejor. Porque a veces cuidado que hace falta correa. ?No es verdad? ?Pero mucha! Un rato largo de correa hay que tener.

Manolo puso de subito una cara prevenida; tardo un poquito en contestar:

– Pues mire, le dire; yo ni correa siquiera necesito, porque las situaciones escabrosas me da por ignorarlas; vamos, que me las paso por debajo de la pierna…

– ?Si? Pues hay que tener cuidado con creerse uno estar por encima de las cosas, porque hay peligro de que se pueda dar el caso de encontrarse uno mismo de pronto debajo de los pies.

– Algun incauto. Cabe en lo posible.

– Y el que se cree no serlo. ?Ese tambien! Porque los hay que se creen de una listura desmedida y esos son los mas tontos de todos y se llevan el sandiazo en toda la cara en el momento en que menos se lo podian…

– ?Eh! ?Ayudar aqui! – habia dicho una voz exigente, por fuera de la puerta, golpeando con algo contra el quicio.

– ?Que pasa?

Miraron hacia el umbral. Era uno que venia montado en una sillita de ruedas y otro vestido de negro, que sujetaba por la barra del respaldo la sillita, parada ante la puerta de la casa.

– ?No sale nadie, o que? – apremiaba el invalido con nuevos golpes contra la madera.

– Son Coca y don Marcial – dijo Lucio.

Ya salia Manolo a echarles una mano. Manipularon afuera con la silla de ruedas y luego entraba el de negro, con el tullido en brazos. Era pequeno y contrahecho.

– ?Donde le dejo esto? – preguntaba Manolo desde fuera. El tullido se volvia hacia la puerta desde los brazos de don Marcial; grito:

– ?Pues arrimalo ahi mismo, en cualquier parte! En dondequiera que lo dejes esta bien.

Se dirigio a los de dentro, mientras el otro lo sentaba:

– Bueno, ?que pasa? ?No hay puntos esta tarde? Poca animacion se ve aqui hoy, para ser un domingo. Oye, me pones una copita de anis. ?Tu que tomas, Marcial? ?Asi que no hay contrarios esta tarde?

Don Marcial arrimaba contra la mesa la silla en la que habia sentado a su companero; dijo:

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