– Conac a mi. ?Que se cuentan ustedes?

– Calor.

Don Marcial hacia sonar unas monedas, con la mano metida en el bolsillo de la americana. El tullido le decia a Manolo:

– A ti no se te podra decirte nada de que te sientes un poquito a jugar al domino, supongo, porque tendras tus compromisos inevitables. Y a usted, don Lucio, menos. ?Eh?

– No te hacen falta – dijo Mauricio -. Ahi dentro tienes a tu amadisimo Carmelo y a Claudio y a los otros.

– ?Ah, bueno! ?Y que hacen que no vienen? ?En seguida hay que llamarlos!

– Estan jugando a la rana en el jardin.

– ?A la rana? ?Y que mas rana quieren, que jugar conmigo? ?Aqui la unica rana verdadera soy yo! No hay mas ranas. ?Se puede ser mas? Si parece que acabo de salirme del charco en este mismo instante – se reia.

– Lo que alborota este medio hombre – decia don Marcial, llevandole la copa que Mauricio acababa de servir-. ?Has visto un caso parecido? Toma, anda, toma; a ver si con eso te callas un poco y dejas respirar.

– ?Sanguinario…! – le contestaba el tullido, tirandole un pellizco al pantalon.

– Eres mas malo que arrancado, Coca-Cona. Y como no se te puede pegar… – hacia el gesto de amenazarle con la mano -. De eso te vales tu, del medio hombre que eres. ?Quien va a tener el valor de pegarle a una rana, como tu mismo acabas de decir?

– Bueno, pues eso de Coca-Cona vamos a dejarlo. Don Marcial se reia, colocando su chaqueta en el respaldo de la silla.

– Ahi lo tienen ustedes: se pone un mote a si mismo y despues se cabrea si se lo dicen. ?Has visto cosa igual?

Don Marcial se sentaba enfrente del invalido. Manolo pregunto:

– ?Ah, pero el mismo se invento ese mote? ?Pues como fue ocurrirsele?

– ?No lo sabe? Las cosas de este. Nada, que un dia, fue el verano pasado me parece, a principios, pues se ve el tio, ahi en la General, con el vehiculo ese que se gasta para circular por el mundo, junto a otro carrito de esos de Coca-Cola, ? saben cual digo?, que son colorados y con letras grandes… bueno, pues uno de esos, y en eso estan los dos carricoches a la par, pegando el uno con el otro, y va este y se me pone, a mi y a otro que lo veniamos acompanando, conque nos salta: «Pues si esto es la Coca-Cola, yo entonces lo menos soy la Coca-Cona.» Mire usted, no le digo aquella tarde, la pechada de reir… Y es que el se llama Coca de apellido; la doble coincidencia. ?Que le parece?

– Es humor, es humor – asentia Manolo.

– Bueno, pues ahora, de unos dias a esta parte, le ha dado porque no se lo llamemos, ya ve usted. Asi que ya no sabes, con este, a que carta quedar.

– Esta ya muy gastado. Me sacais otro mote o me llamais por el de pila. Venga, y ahora zumbando a llamar a Carmelo. Arrea. Que se persone aqui en esta mesa, pero inmediatamente. Anda ya, no me seas parado. Lo agarras por una oreja y te lo traes.

Empujaba la mesa contra don Marcial, para obligarlo a que se levantase.

– Que voy hombre, que voy. Ya sabes que aqui estoy para lo que ordenes. Tu manda, y yo te obedecere.

Se levanto y apuraba la copa y se iba hacia el jardin. Coca-Cona gritaba a sus espaldas:

– ?Y reclutas a todo el que te encuentres por ahi!

– Si, pues tambien esta el senor Esnaider, por cierto – dijo Mauricio-. Ese tambien es muy amigo de echarse una partida. A lo mejor se anima tambien.

– ?Ah, si? ?Huy, ese! ?Buen vicioso que es! Me gusta a mi jugar con el senor Esnaider, pues ya lo creo. No hay mas que hablar. Ya tenemos partida.

Los ninos Ocana miraban a los rostros de Justina y el carnicero alto.

– ?Ha ganado esa! – decia Juanita. Justina se volvio hacia Petrita y se agachaba para darle un beso.

– ?Y a ti tambien te gusta este juego, preciosa? ?Querrias jugarlo tu?

– Tu ganas siempre, ?verdad? – le decia la nina. Justina le arreglaba el cuello del vestidito y le quitaba una hoja seca de madreselva de entre el pelo.

– No, mi vida – le dijo -; tambien pierdo, otras veces.

Juanito y Amadeo se peleaban, disputandose los tejos, por el suelo del jardin; restregaban en la enramada sus espaldas desnudas y enrojecidas por el sol. Azufre saltaba en torno, meneando la cola; queria jugar con ellos.

– Juega como los angeles, la chica – dijo Petra en la mesa. Sergio asentia:

– Primorosamente.

Mauricio habia traido las copas y los cafes.

– Un juego que de siempre ha existido, ahi donde lo tienes- comentaba Felipe-. No se pasa de moda.

– Ya. No como el futbolin y estos enredos de hoy en dia, que tan pronto hay la fiebre de ellos entre la juventud, como de golpe desaparecen el dia menos pensado.

– Y son el perdetiempo mas grande y el mal ejemplo de los chicos – dijo Petra-. Pervierten a la infancia.

– ?Pues no te acuerdas tu, Sergio, de los tiempos aquellos del yoyo, muy poco antes de empezar la guerra? – le decia Felipe a su hermano.

– Si que me acuerdo, si.

– Pues cuidado que era aquello tambien un invento ridiculo del todo. Todo el mundo con el dichoso cacharrito y venga de darle para arriba y para abajo de la manana a la noche.

Sergio dijo:

– Es que la sociedad esta desquiciada; se dejan contagiar de la primera cosita que sale, y hala, todos a hacer lo mismo, como grullas.

– Que el publico de las ciudades esta estragado ya de tanta cosa, y en cuanto surge la mas pequena novedad, alla van todos de cabeza, para luego aburrirse de eso tambien.

– Ya. ?Pues sabes tu, ahora que me acuerdo, quien le tenia mucha aficion a esto mismo de la rana? – dijo Sergio -. ?Tu no recuerdas aquel amiguete, un chico rubio, que solia andar conmigo, de soltero, cuando viviais vosotros todavia en la calle del Aguila?

– Si, se cual dices. Uno que era tambien representante de otra cosa; esperate… de colonias o no se que.

– Perfumeria. El mismo. Natalio se llamaba. Pues jugaba pero una maravilla, el elemento aquel. Decia, yo no lo vi, que habia llegado a meter los diez tejos por la boca de la rana. Serian faroles, pudiera; el caso es que el te lo afirmaba y yo lo vi jugar y si los diez no los metia, por lo menos no habia quien le echase la pata, desde luego.

– Pues si, hombre, si yo lo he vuelto a saludar no hace mucho a ese tu Natalio. Veras, me lo he topado ultimamente un par de veces lo menos. Pues esta Semana Santa, la ultima vez, estando vosotros dos en Barcelona.

– Hombre, me gustaria saber su vida ahora y como le marcha. ?Llegaste a hablar con el?

– No; solo adios y adios. Lo unico que te puedo decir es que el tio parecia un marques, de lo pincho que iba.

– ?Bien vestido?

– Tirandolo. Pero a mi la impresion que me dio, si quieres te diga, es que ese debe de ser de los que pasan hambre en casa, con tal de ir bien vestido por la calle. Nada mas verlo, esa fue la sensacion.

– Nada, hombre, que habra prosperado.

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