– Tambien es gaita, no te creas tu que no, esta pamplina de tener asi tanto tiempo a una persona, en esas condiciones, hasta que se los ocurre venir. ?Que mas daba arrimarlo por ahi, a donde quiera, que tuviese un decoro, un miramiento?

– Asi es como esta dispuesto. Nosotros no podemos tocar nada, ni permitir que nadie se aproxime.

– Pues mal dispuesto. No son maneras de tener a una persona.

– ?Y que mas les dara a ellos, una vez muertos, que ya ni sienten ni padecen? – terciaba uno que estaba escuchando, apoyado al mostrador.

– Eso es lo que tu no sabes – le replicaba la mujer -; si les dara lo mismo o no les dara. Y aunque les diera; de todas formas esta feo; un muerto es siempre una persona, igual que un vivo.

– Y mas. Mas que un vivo – dijo el guardia -. Mas persona que un vivo, si se va a ver; porque es mayor el respeto que se los tributa.

– Natural – dijo Aurelia, volviendose al tercero -. Mira: tu pon que a ti te insultan a tu padre, y ?a que te sienta mucho peor si esta ya muerto, que no si todavia…? Corre, ahi tienes ya la comunicacion, Gumersindo.

Sonaba el timbre del telefono; el guardia se apresuro a descolgar.

– ?Diga…!

Ahora se hacia entre los parroquianos otro silencio aun mayor que el de antes; casi todos se volvian en sus sillas, para atender a Gumersindo.

– ?Diga! ?Es ahi el Senor Secretario…?

Alguien chistaba en las mesas hacia un moscardoneo de borrachos, que no dejaba escuchar desde el rincon mas lejano al telefono.

– Mire usted, Senor Secretario, aqui le llaman desde San Fernando de Henares, el guardia civil de primera Gumersindo Calderon, ?para servirle…! ?Como dice? – escucho-. Si senor – asentia con la cabeza -. ?Si, si senor; la pareja de servicio en el Jar…! ?Diga?

Ya todos los clientes escuchaban; una partida de tute se habia interrumpido y los naipes esperaban bocabajo en el marmol de la mesa.

– Pues mire usted – continuo Gumersindo -, o sea que en la tarde hoy se ha producido un ahogamiento, de cuyo ahogamiento ha resultado siniestrada una joven, segun indicios vecina de Madrid, que se sospecha asistia a los banos, en compania de… ?Diga, Secretario! – escuchaba-. ?En la presa, si senor, en las inmediaciones de…! – se interrumpio de nuevo -. ?Bien, Secretario! – otra pausa -. ?De acuerdo, si senor, conforme! ?Mande…? – escuchaba y asentia-. Si senor, si, si senor…Hasta dentro de un rato, senor Secretario, a sus ordenes.

Espero unos instantes, luego colgo el auricular. Se reanudaron las conversaciones en todas las mesas. El guardia volvio al mostrador y recogio su tricornio; se lo puso.

– Gracias, Aurelia.

Salio a la explanada.

Ya volvian con la ropa; se les reunieron en la sombra Rafael y el companero, los cuales se habian vestido. Al salir de los arboles, vieron las siluetas de los otros en el puntal; todos estaban sentados; unicamente la figura del guardia civil se paseaba arriba y abajo por la orilla. Josemari se acercaba un momento a mirar el cadaver. Dijo el guardia:

– Entreguenme los efectos de… -senalo con la sien hacia el cuerpo de Lucita-. Es conveniente taparlo.

Volcaron las cosas en la arena, y Daniel, en cuclillas, rebuscaba entre el lio lo de Luci.

– Aparta, Tito, que no me dejas ver…

Levantaba las ropas, para reconocerlas a la luz que venia de los merenderos; aparecio el vestido de Lucita, hecho un rollo.

– Demelo – dijo el guardia.

Al pasar de unas manos a otras, el lio de ropa se les deshizo, y se dejaron caer lo que traia envuelto: un par de sandalias y ropa interior.

– Tenga mas cuidado – le dijo el guardia a Daniel -. Recojalo. ?No hay mas?

Llegaba el otro guardia; se le oia en las tablas del puente.

– Si; creo que tiene que haber todavia una bolsa y una tartera, por lo menos.

Revolvia otra vez. Sebastian y Paulina buscaban lo suyo.

– Aqui esta. Me parece que es todo.

El guardia joven se lo cogia de las manos. El otro estaba ya junto al cadaver; tomo el vestido de Lucita y lo extendia a lo largo del cuerpo, cubriendo la cabeza. Era un vestido de cretona estampada; flores rojas en fondo amarillo. Las piernas le quedaban todavia al descubierto.

– Mira a ver en la bolsa a ver si hay algo mas.

El guardia joven encontro una pequena toalla, a rayas blancas y celestes, y se la dio a Gumersindo, el cual cubrio con ella las piernas de Lucita. Luego metieron en la bolsa las sandalias y la ropa interior y lo dejaron con la tartera, al lado del cadaver.

Dijo Daniel:

– Seria necesario que yo me subiera para arriba, para avisarlos a todos los otros. ?Eh?, ?que decis?

– Pero antes preguntaselo a estos, a ver si te dejan.

– Si, naturalmente.

Gumersindo se habia acercado a los dos grupos; hablo en voz alta, para todos.

– Bueno, escuchen ustedes: acabo de ponerme en contacto con la Autoridad; al senor Secretario del Juzgado le he dado el parte del sucedido, y me ha anunciado que el senor Juez y el se haran presentes en este lugar dentro de tres cuartos de hora a lo sumo. Se lo comunico a ustedes al objeto de que no esten impacientes y sepan lo que hay. Nada mas. Pueden irse vistiendo.

Tambien los otros cinco se repartian las prendas. Sono un golpe en la arena mojada y se vio el brillo de una armonica, que se habia escurrido de algun pantalon.

– ?Mira tu lo que sale ahora! – dijo uno de ellos.

Se agacho a recogerla y la sacudio contra la palma de la mano, para quitarle las arenillas que se le habian adherido. El de los pantalones mojados saco de su bolsillo una cajetilla de Chester, casi entera.

– ?Lastima de tabaco! – comentaba, ensenando en su mano los pitillos mojados y deshechos.

– Peor les ha ido a otros.

– Ya.

Lanzo el tabaco hacia el embalse; luego escurria sus pantalones en la orilla, y veia el paquete deshacerse, flotando sobre el agua iluminada que se b iba llevando a la compuerta.

Paulina decia:

– Me da miedo de ir sola, Sebastian. Acompaname tu y te me quedas cerca, en lo que yo me visto detras de algun arbol. Yo sola me da miedo.

Despues se alejaban los dos hacia los arboles y ya Daniel hablaba con el guardia Gumersindo.

– Mire usted, es que venian otros chicos con nosotros, ?sabe?, y estan arriba esperandonos. Yo queria subir a avisarlos; ellos no saben nada de esto; querria avisarlos, si es posible.

– ?Donde dice que estan?

– Pues arriba, en el merendero ese que hay a la parte alla la carretera, ?no sabe usted?

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