– Ya; el de Mauricio – reflexionaba unos instantes y sacaba su reloj -. Mire; va usted a subir, pero para volver rapidamente, ?comprendido? – senalaba el reloj en su mano -. Quince minutos le doy, por junto, para ir y volver; en la inteligencia de que no me venga usted mas tarde de ningun modo, no siendo que se presente el senor Juez y este usted ausente todavia. ?Estamos de acuerdo?

– Descuide.

– Ande, pues. Vayase ya.

Daniel volvio la espalda y se alejo hacia el puentecillo. Tito habia terminado de vestirse y se tendia de costado, con el codo en la arena. Los otros cinco fumaban de pie, frente a la orilla, y miraban la luz en el agua.

– ?Y que combinacion es la que nos queda para volvernos a Madrid? – decia el de la armonica.

– Pues para cuando se acabe la funcion, me temo que ninguna.

Rafael se acercaba el reloj a la cara, volviendo la muneca hacia la parte de la luz.

– Las diez y cuarto – dijo -; cincuenta minutos nos faltan para el ultimo tren. Mucha prisa tendrian que darse para soltarnos a tiempo de cogerlo.

– Imposible – decia el de San Carlos.

– Pues ya sabeis; o dormir en el pueblo o marcharnos a golpe calcetin, una de dos.

– ?Andando vamos a ir! Estas tu bueno.

– ?Por carretera cuanto hay?

– Diecisiete kilometros.

– No es tanto. Total tres horas de camino; escasas.

– Y con la luna que hace – decia el de Medicina, volviendose a mirarle -, y el fresco de la noche, se pueden andar perfectamente.

– Supuesto que acabasemos a eso de las doce, a las tres en casita,

– El que no se yo por que no te marchas, eres tu, Josemari – le decia Rafael -. A ti no te han requerido. Pudiendo coger el tren, haces el tonto si no te vas.

– Me quedo con vosotros. Hemos venido juntos y hay que correr la misma suerte.

– Haz lo que quieras, alla tu. Aqui nadie nos ofendemos, si te largas.

Paulina y Sebastian habian vuelto de vestirse y se sentaron junto a Tito. Sebastian escondia la cara en las rodillas; Paulina apoyo la sien contra su hombro.

Decia Josemari:

– Lo que es ya hora de avisar. Poner una conferencia a casa de uno cualquiera de nosotros, y desde alli pasaban el aviso a las de los demas; ?no os parece?

– Pues para eso, tu mismo, que estas libre. El guardia acaba de llamar; le preguntas a ver desde donde lo ha hecho.

– Se lo preguntare. Desde ahi mismo tiene que haber sido; una de esas casetas.

– Pues eso. ?Te acuerdas de todos losnumeros?

– A mi pension que no se anden molestando en avisar, dejalo – le decia el de los pantalones mojados -. No creo que nadie se inquiete por mi ausencia.

– Bueno. Oye, Luis, ?y que numero era el tuyo?

– ? Eh? Veintitres, cuarenta y dos, sesenta y cinco.

Se aparto Josemari, repitiendose el numero entre dientes, y despues se le vio hablar con los guardias civiles. El mas viejo le daba indicaciones, con el brazo extendido.

Ya la luna formaba medio angulo recto con los llanos; y al otro lado del dique, aguas abajo, se veia relucir toda la cinta sinuosa del Jarama, que se ocultaba a trechos en las curvas, y reaparecia mas lejos, adelgazandose hacia el sur, hasta perderse al fondo, tras las ultimas lomas, que cerraban el valle al horizonte.

Habian sonado las tablas del puentecillo de madera, bajo los pasos de Josemaria. Paulina suspiro.

– ?Como te sientes? – le preguntaba Sebastian, levantando la cara.

– ?Y como quieres que me sienta…? – decia casi llorosa-. Pues desastrosamente.

– Ya; lo comprendo.

Sebastian agachaba de nuevo la cabeza; ahora sentia agitarse en su brazo los hipos silenciosos de Paulina, que lloraba otra vez.

Los guardias civiles paseaban de aca para alla, en un trayecto muy breve, por la arena. Tito veia casi una sola silueta, yendo y viniendo, contra la luz del malecon. Pasaba y repasaba la sombra sobre el bulto tapado de Lucita. Despues varias bombillas se apagaron de pronto a la otra parte, en la explanada de los merenderos.

– ?Adios! – exclamo el de la armonica.

Los guardias se detuvieron un instante, mirando hacia la luz disminuida, y reemprendian de nuevo su paseo silencioso. Ya solo se veian dos bombillas encendidas, colgando al aire libre, y el cuadro anaranjado de una puerta, sobre la banda negra del malecon. Uno que ahora entraba por aquella puerta, recortando en el cuadro su figura, debia de ser Josemaria, que ya habia llegado al merendero. Ya poca luz alcanzaba el puntal desde alli. Solo el claro de luna, de un blanco aluminio, batia sobre la arena y revelaba los perfiles del bulto y figuras, con tachones y manchas y aranazos lechosos, como brochazos de cal o salpicones.

Estornudo Paulina por dos veces. Sebas saco una toalla de la bolsa y se la echaba a su novia encima de los hombros. Ella tiro de los picos y los juntaba por delante, cerrando la toalla sobre el pecho. Estaba muy humeda.

– ?Todo esta humedo…! – se lamento.

Su voz sonaba debilmente, con el timbre nasal de haber llorado. Palpaba la toalla por todas partes, haciendo escalofrios; continuaba:

– Es que no hay nada que este un poco seco… ?Senor, que agobio de humedad…!, ?que desazon…! – rompia a llorar nuevamente-. Y yo no aguanto esto mas, Sebastian, ya no aguanto, no aguanto… – repetia llorando en la toalla.

– Nosotros ya – decia Lucio – no valemos ni media perra chica, pero ni es que ni media, tocante a dar de si en alguna cosa. Ahora, experiencia, eso si – sonreia -; experiencia podemos suministrarles una poca a los que son ustedes mas nuevos.

– ?Tu, si! – replicaba Mauricio -. Tu, desde luego abrias una escuela, cualquiera que te oiga.

– Ah, pues que no lo dudes.

– ?Te dire! ?La cantidad de conocimientos que tu desparramas al cabo el dia! No eres tu nadie. Ya es lastima que se pierda, es lo que siento.

– No lo tomes a broma – reiase Lucio -. Y no es que uno pretenda de darse a valer mas que otros; eso lo da la edad.

– ?La edad! Ya iba listo el que siguiese tus sanos consejos al pie de la letra. Tirarse al tren, y terminaba antes.

– Poco estimas los anos, me parece. ?Que dejas entonces tu para los viejos?

– Pues callarse y dejar la via libre. Nada mas. Que pase la juventud. Anda que no han cambiado las facetas de la vida. Lo nuestro ya no rige; hace un monton de anos que esta llamado a desaparecer.

– No tanto, no tanto. Las equivocaciones del hombre vienen siendo casi las mismas, al fin y al cabo, o se le parecen.

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату