– ?No lo estas oyendo que me sueltes? ?Venga! Coca-Cona amagaba con la zurda:

– Te doy, ?eh? ?A ver si todavia vas a cobrar!

Los demas se reian. Macario queria desprenderse de su solapa la garra del tullido, pero este apretaba con todas sus fuerzas y lo zarandeaba:

– ?Venga: «El perro de San Rroque no tiene rrabo»! ?Ya lo estas diciendo!

Tambien don Marcial se veia zarandeado por los violentos meneones del tullido y zozobraba en conexion con Macario, en un mismo vaiven.

– ?Sueltalo ya, condenado! – se impacientaba don Marcial -. ?Se me cansan los brazos de tenerte! ?Me vas a hacer llegar tarde! ?Sueltalo! ?Lo sueltas ahora mismo o te dejo caer!

– ?Pues que lo diga! ?Dilo, venga! ?Dilo!

– ?No seas pesado, Coca! ?Que no lo digo, no te empegues! ?Me sueltas o no?

Coca-Cona solto la solapa:

– Bueno, esta bien, Sanroque; desprecia mis lecciones… ?No aprenderas en tu vida a pronunciar la Erre! ?No podras prosperar ni te abriras camino ni seras nunca nada! ?No habra quien te saque de ser un pardillo, como has sido hasta hoy! ?En tu vida saldras de pardillo…!

Macario se habia quitado de su alcance y se reunia con los otros. Se reian. Ya estaba don Marcial junto a la puerta, con el tullido en sus brazos; se volvio en el umbral:

– ?Se dan cuenta que bicho mas perverso? ?Y tener que llevarlo en mis brazos como si fuera un angelito! – mecia la cabeza-. Buenas noches a todos.

Se dispuso a salir y todavia Coca-Cona se aferraba con manos y unas al quicio de la puerta y a la cortina, trabando la marcha, y se izaba a pulso, colgando de la tela, y le gritaba a Macario, asomando la cara por encima del hombro de don Marcial:

– ??El pego de San Goque no tiene gabo!! ??El pego de San Goque no tiene gabo…!!

Don Marcial forcejeaba tirando de el, para arrancarlo de la puerta, y Coca-Cona gritaba y se debatia resistiendo en sus brazos; la cortina salia tras de los dos y se mantuvo tirante hacia la noche hasta que todo lo largo de la tela no acabo de pasar resbalando entre las unas del tullido. Al fin caia inerte y se aquieto en su postura tras un corto balanceo. Venia la voz de don Marcial desde fuera de la puerta:

– ?Pero, Dios mio, que cosa mas maligna! ?Pero que habre hecho yo para un castigo semejante…!

Acomodaba a Coca-Cona en la silla de ruedas. Se oyo todavia:

– ??No tiene gabooo…!!

Ya don Marcial empujaba la silla el camino adelante.

– Pues vaya con el demonio del Coquita – comentaba el chofer-. Esta noche se lleva un par de copetines en exceso…

– ?Que va a llevar! – dijo Mauricio -. Siempre es igual de revoltoso. Aun sin probarlo. El hombre de los z. b. asentia:

– El pobre hombrito. No tiene en esta vida mas aliciente que alternar. ?Que le queda? Para el es el unico disfrute el estar con la gente y meterse con unos y con otros y la broma y armar un cachillo de escandalo.

Se habian aproximado Macario y el pastor. Lucio dijo, senalando a Macario:

– Aqui si que me lo trae de cabeza con el asunto de las erres y el estribillo ese dichoso del perro de San Roque. Macario dijo:

– ?Ha visto el capricho y lo cargante que se pone? No me diga que no es pesadilla la que me ha ido a caer.

– Ya. Se cree que se va usted a pasar la vida recitandole esa bobada, nada mas que por hacerlo a el de reir, como si fuera un crio.

– Y no dista mucho de serlo – aseveraba el hombre de los z. b. -. Con el impedimento ese que tiene, de ser asi como es, no podia el hombre por menos de semejarse a una criatura, en los hechos y en todas sus apetencias.

– Por eso se le aguanta, por ser lo que es – dijo Macario -. Y porque desde luego tiene un carro de gracia y simpatia, eso tampoco se le va a quitar. Con todo y que esta noche me saco hasta un boton – esparcia la mirada por el suelo-, con los tirones que le ha pegado a la levita. Y encima, que soy un pardillo – desistia de buscar el boton, levantando la cara -. ?Y que voy a ser, mas que un pardillo?

Ya no le estaban atendiendo. Lucio decia:

– Pues para mi, lo del Coca es una de las desdichas mayores que me podrian sobrevenir. No se de nada comparable. Todo lo mio lo multiplicaba yo por diez y volvia a pasarlo, antes que consentir de quedarme de pronto como el. Como lo digo: a mi, mi cuerpo que no me lo toquen. Padecimientos mortales, como dicen, ya me pueden echar los que se quieran, mientras sea persona. Pero a un simple dolor de muelas, vulgar y corriente, le tengo yo mas panico que a todas las desazones y congojas que andan viajando sueltas por el mundo, a la rebusca del que pillen.

– Ah, segurisimo – intervino Carmelo -. No hay cosa peor, no la hay. Las nochecitas mas temibles de esta vida son las noches de muelas. Ahi no sirven tabletas, ni fomentos, ni el conac; no te vale el cigarro, ni el periodico, ni la radio ni nada, para distraerte. No le queda a uno mas que apretar contra la almohada y tragar quina, hasta que ya ves que clarea y viene amaneciendo, para salir arreando como un gato, en busca del sacamuelas. O mejor dicho, odontologo, que para eso lo tiene el alli muy puesto, en la placa del portal. Conque nada, los alicates y afuera; se acabaron las fatigas. Radical. Eso es lo unico que pita, respectivo a negocios de la boca; lo unico, ni calmantes, ni centellas, lo unico resolutivo en un caso de muelas.

Miro a las caras de todos y callo. Despues se miraba los dedos, que le enredaban en la manga; los observaba curioso, como animalillos emancipados de su voluntad, rebullendo y jugando con los botones dorados del Ayuntamiento. Venia mucho alboroto del jardin. Dijo Amalio:

– La que tienen ahi al fondo.

– La juventud – le replicaba el alcarreno-. El que mas y el que menos hemos pasado por ella. Macario dijo:

– Eso es. La edad de lo inconsciente; pues a lo loco y nada mas.

Hubo un silencio. Luego el chofer:

– Eche la despedida, senor Mauricio. Va siendo ya la hora de poner en marcha.

Mauricio cogio la frasca y llenaba los vasos:

– Apure…-miro hacia la puerta. Entraba Daniel; pregunto:

– ?Estan ahi dentro? Todos miraron hacia el.

– Digame, ?estan ahi todavia?

– Si, si que estan – contestaba Mauricio -. ?Sucede algo?

– Una desgracia.

Cruzo muy aprisa entre los otros y enfilaba el pasillo.

– ?Mira tu quien se ve! – le dijo Lucas, al verlo aparecer en el jardin.

– ?Ya era hora! – gritaba Fernando -. ?Venis ya todos?

– A punto de irnos.

– ?Miguel! – dijo el Dani-. Sal un momento, Miguel. Se inquietaron.

– ?Que pasa, tu?

– Quiero hablar con Miguel.

Ya salia de la mesa. Daniel lo cogia por un brazo y lo apartaba hacia el centro del jardin.

– ?Pues que pasara? – dijo Alicia -. Tanto misterio.

– Ganas de intrigarnos.

– No. Yo se que algo pasa, ?Algo ha pasado! ?Se le nota a Daniel…!

Callaron todos; estaban pendientes de los otros dos, que hablaban bajo la luz de

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