conciliatoria -; si yo lo unico que digo es que es una cosa tambien muy normal y disculpable el que se pierda el control en estos casos, y mas una chica; se tienen los nervios deshechos…

– Pero es que nosotros, como usted comprendera tambien muy bien, no estamos aqui mas que cumplimentando unas ordenes, las instrucciones adecuadas a lo que esta dispuesto con arreglo a este caso que ha surgido, y ya es bastante la responsabilidad que llevamos encima, sin que tengamos ademas necesidad de que nos vengan a faltarnos de la manera que lo ha efectuado esta senorita.

– Nada, si estamos conformes, ?que me va usted a decir?; no era mas que pedirles un poquito de benevolencia, que se hagan ustedes cargo de la impresion que ha recibido, y que no se halla en condiciones de medir lo que dice. De eso se trata nada mas, de que por una vez podian ustedes disculparla y no tomarselo en cuenta.

– Si, si, claro que nos hacemos el cargo, a ver; pero es que todo esto, mire usted, todo esto son cosas muy serias, como usted muy bien sabe, que la gente no se da cuenta la mayoria de las Veces lo serias que son, y de que uno esta aqui cumpliendo unas funciones; y cuando a uno lo han puesto, pues sera por algo, ?o no? Asi es que luego vienen aqui creyendose que esto es algun juego, ?no es verdad?, y claro, no saben que lo que estan cometiendo es un delito; un delito penado por el Codigo, ni mas ni menos, eso es. Conque digame usted si podemos nosotros andar con tonterias… Ya volvia a guardarse la libreta:

– Que pase por esta vez. Y para otra ya lo sabe. Hay que medir un poco mas las palabras que se profieren por la boca. Que el simple motivo del acaloramiento tampoco es disculpa para poder decir una persona lo que quiera. Asi que ya estan informados.

– Hale ya – intervenia el otro guardia -; ahora retirense de aqui todos y tengamos la fiesta en paz. Andando.

– Regresen a sus puestos cada uno – dijo el primero -, tengan la bondad. Y mantengan la debida compostura, de aqui en adelante, y el respeto que esta mandado guardar a los restos mortales, asimismo como a las personas que representan a la Autoridad. Que el senor Juez ya no puede tardar mucho rato en personarse.

Se retiraron y formaban un corrillo cerca de Tito. Ya Mely se habia calmado.

– Son los que se tiraron a por ella – explicaba en voz baja Sebastian -. Hicieron lo que podian, pero ya era tarde.

Daniel se habia sentado junto a Tito, en la arena. De nuevo sonaron pasos en las tablas; volvia Josemari.

– Nos habiamos metido por la cosa de enjuagarnos – continuaba Sebas -, quitarnos la tierra que teniamos encima; nada, entrar y salir; fue ella misma en quejarse y que estaba a disgusto con tanta tierra encima – se cogia la frente con las manos crispadas -; ?y tuve que ser yo la mala sombra de ocurrirseme la idea! Es que es para renegarse, Miguel, cada vez que lo pienso… Te digo que dan ganas de pegarse uno mismo con una piedra en la cabeza, te lo juro… -hizo una pausa y despues concluia en un tono, apagado -: En fin, a ver si viene ya ese Juez.

Todos callaban en el corro, mirando hacia el agua, hacia las luces lejanas y dispersas. Ya Josemari habia llegado hasta los suyos, de vuelta del telefono:

– Ya esta arreglado – les dijo -. Sencillamente que volvemos tarde, yo no he querido decir nada, que se nos ha escapado el ultimo tren. No he querido meterme en dibujos de andarles contando nada de esto, no siendo que se alarmen tontamente.

– Bien hecho. Ya sabes como son en las familias; basta con mencionarles la palabra «ahogado», que en seguida se ponen a pensar y a hacer conjeturas estupidas, y ya no hay quien les quite los temores, hasta verte la cara. Manana se les cuenta.

– ?Y todos esos?

– Acaban de venir; otros amigos de la chica, por lo visto.

– Ya.

Losguardias paseaban nuevamente.

– Cerca han andado de armarla otra vez, cuando estabas llamando.

– ?Pues?

– Nada, que se les insolento una de las chicas a los benemeritos; porque no la dejaban destapar la muerta, para verle la cara. Se les ocurre agarrarla por un brazo, y, ?chico!, que se les revolvio como una pantera; unos insultos, oye, que ya los guardias tiran de libreta, empenados en tomarla el nombre, si este no llega a intervenir y los convence a pura diplomacia.

– Demasiado a rajatabla quieren llevarlo. Tambien hay que darse cuenta de que la gente no puede ser de piedra, como ellos pretenden.

– Hombre, pues no es ningun plato de gusto, tampoco, el que a ellos les cae – decia el de la armonica -. Ellos son los primeros que les toca fastidiarse por narices. Comprenderas que menuda papeleta tener que montarle la guardia a un cadaver, aqui aguantando mecha hasta el final, y con el sueldo que ganan. Vosotros direis.

– Si, eso tambien es cierto, claro. Oye, ?os quedan pitillos?

Los otros se habian sentado casi todos. Solo Miguel y Fernando quedaban en pie. Zacarias, al lado de Mely, miraba las sombras a la luz de la luna; sus manos enredaban con la arena.

– ?Me parece mentira! – decia Fernando -; es que son cosas que uno no acierta a persuadirse de que hayan sucedido. Y lo tengo ahi delante, lo veo, se que si, pero no me percato, no me parece lo que es; de verdad, no me acaba de entrar en la cabeza.

Miguel no dijo nada. Zacarias levantaba la mano y dejaba escurrirse la arena entre sus dedos. Veia la luz de una cerilla en el grupo de los cinco estudiantes; se la iban pasando uno a otro, encendiendo los pitillos.

– Con lo animados que venian esta manana…

– La vida – repuso Macario -, que es asi de imprevista, y te sacude en el momento que menos te lo piensas. Cuando mas descuidado, ?zas!, ?alla que te va!, te pego el zurriagazo.

Mauricio asentia con la cabeza:

– Ya ves tu quien le iba a decir a esa muchacha, segun entro por esa puerta esta misma manana, que ya no iba a volver, que venia a quedarse para siempre.

– Para siempre jamas amen; eso mismo – decia el pastor -. ?Y quien iba a decirle a su padre, cuando la despidiera al salir para la jira, que iba a ser ya la ultima vez que iba a verla, el ultimo beso que la iba poder dar?

– ?Usted lo ha dicho! ?Eso! ?Eso es lo que a mi mas me impone el pensarlo! – exclamaba de subito el hombre de los z. b., con una voz opaca-. La cosa esa de unos padres que ven desaparecersele la hija, asi, relampago, fsss… Verla y dejarla de ver; lo mismo que un relampago. Porque aun, cuando transcurre de por medio una enfermedad, mas larga o mas corta, ya se sabe que duele lo mismo, quien podria quitarnos de que duela; pero es otra cosa muy distinta. No es esto, que va, de que acabas de verla, senor, esta misma manana, vivita y coleando; de que la tienes a lo mejor hasta puesto el cubierto para la cena, como ahora mismo se lo tendran seguramente a esta chica que acaba de morir; que todavia estas contando del todo con ella en el reino de los vivos; y en un segundo, en menos que se dice, ?cataplun!, un telegrama, un recado, un golpe de telefono… y ya no existe – movio la mano en signo de desaparicion -. Eso me aterra.

– Induda – dijo el chofer -. Una impresion temerosa. Proseguia el hombre de los z. b.

– Por eso cuando alguno se muere y empiezan «pobrecito» y «pobrecillo», esas lastimas que sacan, me da por pensar: ?y los otros?, ?y los que se quedan? ?Esos son verdaderamente los que se llevan el rejon, pero calado hasta los higados! A esos si que merecera compadecerlos. La muchacha, el mal rato y malisimo que haya podido pasar la criatura, conformes; pero a estas horas ya no padece, se quito el cuidado, ?fin! Ahora es a los padres, ahi si que esta la compasion; a esos, a esos es a quienes ahora va a dolerles, pero dolido verdad.

– ?Como dira una cosa semejante! – protesto el alcarreno -. ?Como puede tergiversar de esa manera! ?Pero de cuando ni de que van a ser merecedores de lastima unos padres ya metidos en anos, que los queda ya muy poca o ninguna sustancia que sacarle a la vida, que no en cambio una joven-cita

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