que se le rompe la vida en lo mejor, cuando estaba empezando a disfrutarlo? ?Que tiene con que haya dejado de sufrir? Tambien dejo este mundo en el momento mas efervescente y mas propicio para sacarle su gusto a la vida. Ahi es donde hay lastima; desgracia bastante mayor que la pena de los padres, cien veces. ? Se va a comparar!
– No, amigo; en eso somos distintos pareceres, ya ve usted. Yo, respetando lo suyo, me llamo mas a lo practico de lo que pasa. Lo uno, por muy lamentable que se vea, ya pago. Lo otro es lo que dura: los padres, que les queda por sufrirlo.
– Que no, senor mio, ?quite usted ya ahi! Si no tiene usted que ver mas que una cosa, y es la siguiente: esos padres, por mucho dolor que usted les ponga hoy por hoy, al cabo de ocho, de diez, de equis meses, anos si quiere, les llega el dia en que se olvidan de la chica y se recobran, ?dejaran de recobrarse? Y en cambio la chica, esa es la que ya nunca podra recobrar lo que ha perdido, todo lo que la muerte le quito, tal dia como hoy. Ya no hay quien se lo devuelva todo eso; ?a ver si no es verdad? Lo demas se termina reponiendo, mas tarde o mas temprano.
– Nada, esta visto que no sirve, ?que no!-dijo Carmelo-. Que no hay por donde cogerla. Mala por cualquiera de los cuatro costados que le entres, como la finca de la Coperativa. Mala sin remision. La misma cosa tiene el embolado este de la muerte asquerosa, que no hay por donde desollarla.
Continuaba el alcarreno, dirigiendose al hombre de los z. b.:
– Pues si se hubiese tratado de alguna curruca, le daba yo a usted toda la razon, se lo juro. Pero en el caso de una moza joven, como es este que atravesamos ahora mismo, ahi el asunto varia de medio a medio. Es que no hay ni color.
– De lo que ya no andaria yo tan seguro – dijo Lucio – es de eso de que la vida les merezca mas la pena a los jovenes que no a los viejos. Vaya, el apego que se le tiene mas bien me pareceria que va en aumento con la edad. De viejos se abarca menos, ahi de acuerdo; pero a ese poquito que se abarca, ?quien le dice que no se agarra uno a ello con bastante mas avaricia, que a lo mucho que abarcabamos en tiempo juventud?
El hombre de los z. b. lo miraba asintiendo; hizo por contestar, pero ya el chofer se le habia adelantado, cortando la cuestion:
– Bueno, y a todas estas cosas, uno ya se ha entretenido mas de la cuenta. Hace ya un rato largo que me iba, y en todavia estamos aqui. Asi que un servidor les da las buenas noches y se retira pero pitando. Estoy pago, ?no, tu?
Mauricio asentia y el chofer apuraba su vaso:
– Con Dios.
– Hasta manana.
– Manana no vendre – dijo volviendose, ya en el umbral -. Ni pasado, seguramente. Tengo un viaje a Teruel, conque facil que hasta el miercoles o el jueves no caiga por aqui.
– Pues buen viaje, entonces.
– Hasta la vuelta.
– Gracias, adios. Y salio.
– ?Este tambien – dijo Lucio – se trae una de jaleos…! ?Vaya vida! Hoy a Teruel, manana a Zaragoza, el otro a las Chimbambas. Que no para, el hombre.
-?No me diga usted a mi! – replicaba Macario -. Mejor que quiere, anda el tio. Para mi la quisiera, la vida que se da. Me gustaria a mi verlo, nada mas por el ojo de una cerradura, la vidorra que se tiene que pegar por ahi por esas capitales – ceggaduga decia, y vidogga -. Menudo enreda; tengo yo noticias. Los choferes, igual que los marinos; ya sabe usted.
– No lo creo. Bobadas, un par de canitas que se tome. ?Ya va usted a pensar mal?
– ?Canitas! Yo nada mas le digo eso: que quisiera yo verlo, a ver si son canas o que son. Si ademas hace bien, ?que demonios ahora!, teniendo estomago de hacerlo. Otros somos demas de cortos o demasiado infelices, para tener el valor de echarnos el alma a la espalda y ser capaces de escamotearle a la familia ni cinco cochinos duros. Eso nos lleva el de delantera. Va en maneras de ser, como todo.
– Mira – atajo Mauricio -; es un cliente de mi casa, y no me gusta que le saques rumores aqui dentro, Macario. Conque hazme el favor de dejarte de habladurias, te lo ruego.
– Jo, pues capaz ya el unico sitio que no lo hemos comentado.
– A la gente le gusta tramar, ya lo se – dijo Mauricio -. A mi, alla vean; de esas puertas para dentro, aqui todo el mundo es intachable. Persona que yo tolere en el local, esa persona tiene, a partir del momento que viene admitida, la certeza absoluta de que su nombre va a ser respetado, lo mismo estando el presente que ausente. Tu tambien agradeces y te agradan esas garantias, ?a que si? Pues respetaselas a los demas.
– A mi no me hace mella lo que hablen – dijo el otro riendo-. Lo que es un establecimiento, la mitad de la gracia la pierde, si no tienen cabida el chismoggeo ni la intriga.
– Digamelo a mi – terciaba el hombre de los z. b., con voz escarmentada -; toda la gracia que esas cosas han tenido en mi salon de barberia. A mi gracia ninguna no me han hecho, se lo puedo jurar. Y si todos los establecimientos abiertos al publico, lo mismo los de aseo que los de expansion, guardasen la norma esa de aqui de Mauricio, seria otra educacion muy distinta la que habria y otro respeto al ciudadano. Y la relacion social entre el publico no crea que perderia nada con eso, se lo digo yo a usted; seria otro trato mas civilizado el que tendriamos las personas.
Habia aparecido Faustina en la puerta del pasillo:
– Tu, ?pero adonde se han ido esta gente? Salgo ahora al jardin a recoger un poco todo aquello, pensando que se han marchado, y me veo que tienen ahi todavia las bicicletas, ya las horas que son.
– Calla, han tenido una desgracia, ?no lo sabes? Se ahogo una de las chicas.
– ?Pero que dices? ?Pero quien se ahogo? ?Pues si estaban ahi en el jardin…!
– Otra, mujer, otra. Se quedaron algunos en el rio; no subieron todos.
– ?Ay Dios mio, Senor…! – movia la cabeza -. ?Que cosa…! No, si algo tenia que pasarles… Vienen sin tino, irresponsables por completo; ?como no va a ocurrir cualquier desgracia? ?Ya ves tu ahora que disgusto tan terrible, tan espantoso! Si no me extrana, no me extrana… Bien sabe Dios lo que lo siento; pero extranarme, ni que pase eso, ni que pasara mucho mas…
Se metia otra vez hacia el pasillo murmurando. Dijo Lucio:
– Habra que verlos ahora cuando suban, las caras que traigan.
– Pues usted vera. Hubo un silencio. Despues hablo Mauricio:
– El rio este lo que es muy traicionero. Todos los anos se lleva alguno por delante.
– Todos – dijo el pastor. El alcarreno:
– Y siempre de Madrid. La cosa: tiene que ser de Madrid; los otros no le gustan. Parece como que la tuviera con los madrilenos.
– Ya – comentaba Macario-. A los de aqui se ve que los conoce y no se mete con ellos.
– Mas bien que lo conoceran ellos a el, y saben como se las gasta.
– Si que si; un elemento de cuidado – anadio el alcarreno-. Pues ya les sale bien caro a los madrilenos el poquito respeto que le tienen. Lo que les pasa es que aprenden a nadar en las piscinas, y